Ciclo de biografías “Encendidos” | 25 MAR 24

Lucia Berlin: un destino circular, sin aburrimiento

La autora no pudo ser testigo del fenómeno en el que se convirtió. A pesar de su alcoholismo, sus múltiples trabajos, sus mudanzas y tragedias, nunca dejó de escribir. Y usó sus “mil vidas” como materia prima.

“No me importa contar cosas terribles si consigo hacerlas divertidas”, dijo la escritora Lucia Berlin en el relato “Silencio”, incluido en el libro Manual para mujeres de la limpieza, en el que se compilan 43 relatos de los más de 80 que escribió en vida y que la convirtió en un fenómeno literario póstumo, 11 años después de su muerte. Se puede decir tuvo una “vida de cuento”, no sólo porque en muchos de sus textos aparecen hechos autobiográficos, sino también porque este género es de alto impacto. Hay quienes dicen que las novelas “ganan por puntos”, mientras los cuentos “por knock out”.

¿Por qué decimos que el destino de Lucia Berlin es circular? Primero, porque en ella, literatura y vida se mezclan hasta confundirse. Y segundo, porque hasta las fechas cronológicas podrían estar al servicio de la ficción.

Nacida bajo el nombre de Lucia Brown en Alaska, el 12 de noviembre de 1936, falleció exactamente el día de su cumpleaños 68 en 2004, en Marina del Rey, EE. UU. Como su padre era un ingeniero en minas sujeto a múltiples traslados, vivió en lugares diversos. Como Montana, Arizona, Texas (precisamente en El Paso) San Francisco; además de Chile, donde vivió durante su niñez y aprendió perfecto y México, país al que se mudó por un amor.

Su vida sentimental y laboral tampoco se caracterizó por lo lineal y estable. Atravesó tres divorcios conflictivos y vivió el suicidio del último de sus grandes amores. Sola y con cuatro hijos que alimentar, debió ejercer distintos oficios aunque de madrugada y en períodos irregulares, nunca dejó la escritura. Fue profesora de escritura creativa y también limpió casas. Trabajó como operadora telefónica en una central de urgencias, en un centro de adicciones y se desempeñó también como auxiliar en cirugía pediátrica. Todo ello mientras lidiaba con una salud frágil y afrontaba el alcoholismo. Muchas de estas vivencias fueron materia prima para sus relatos. Incluso los críticos llegaron a decir que ella lograba naturalizar “la pura miseria” lejos de los sentimentalismos y hasta marcar una cuota de humor. En declaraciones, Berlin dijo: “Jamás me he aburrido”. Y no es difícil creerle.

Su propia salud hecha relato

“Estrellas y santos” es un cuento en el que Lucia Berlin habló sobre su escoliosis, que la obligó a usar un corset ortopédico de niña y que, con el tiempo, redujo su capacidad pulmonar.  Esto, sumado a su hábito de fumar, la obligaron a pasar los últimos días de su vida con una mochila de oxígeno. Con ella a cuestas, daba clases. Además, las múltiples radiografías a las que eran sometidas las pacientes con escoliosis en la década de 1960 podían haber contribuido al cáncer de pulmón, por el que falleció en 2004.

Hija de una madre alcohólica y ausente, Lucia también tuvo problemas con la bebida, algo que también se pudo ver en múltiples relatos. Quizá el más duro de todos ellos sea “Inmanejable”, cuya frase inicial estampada en un llavero ilustra la tapa de la edición de libro Manual para mujeres de la limpieza. La frase dice: “En la profunda noche oscura del alma las licorerías y los bares están cerrados”. El crudo relato narra la historia de una alcohólica temblorosa a la que se le termina el vodka en el medio de la noche mientras sus hijos duermen. Sabe que debe comprar una petaca para no convulsionar. Para esto, debe buscar dinero en todos los bolsillos y caminar a la licorería, porque uno de sus hijos, previamente, le había quitado las llaves del auto. El cuento está basado en varios eventos que ella vivió con sus hijos y, en una entrevista reciente, David Berlin, uno de ellos, contó: “Al leerlo, me pregunté: ‘¿Por qué está escribiendo esto? Es muy privado, es muy doloroso.’ Ahora, con más perspectiva, veo que es un relato muy bueno”. Desintoxicarse le llevó seis años.  

Sus cuentos, a pesar de narrar fatalidades, cuentan con un vitalismo arrollador. De hecho, ella pensaba que con la escritura se le daba la oportunidad para reparar lo que en la vida no se podía. Y eso lo hizo desde su primer relato llamado “Manzanas”, incluido en a compilación Una nueva vida, en el que transformó la muerte de un vecino anciano que se desplomó en el patio de su casa en una experiencia bella.

A su último trabajo, como profesora de escritora creativa en la Universidad de Boulder, Colorado, asistía con el tanque de oxígeno. Fiel a su humor, en una de las cartas a su íntimo amigo Stephen Emerson, escribió: “Epitafio para mi tumba: Sin aliento”.

La soledad y los (malos) amores como inspiración

“Cuando empecé a escribir, estaba sola. Mi primer marido me había dejado, tenía nostalgia, mis padres me habían rechazado porque me había casado joven y luego divorciado. Escribí simplemente para ir a casa”, explicó alguna vez Lucia Berlin. Para la década de 1960, la escritura era el lugar donde se sentía a salvo primero y a gusto después. Pero antes de esa paz, hubo múltiples tormentas.

El primer matrimonio de Berlin fue a sus 18 años, con el escultor Paul Stuttman. Se dijo de él que era un hombre controlador obsesionado con las líneas simétricas, al punto de que vivía criticando a la escritora por su escoliosis y hasta le pedía dormir boca abajo para “corregir su nariz respingada”. No tardaron en tener su primer hijo, pero al quedar embarazada otra vez, quiso obligarla a abortar, algo que terminó por no concretarse. Así lo cuenta en el relato “Dentelladas de tigre”, que narra el derrotero de una mujer que va sola a Ciudad Juárez para realizarse el procedimiento y se arrepiente.

Sola y con dos hijos, estudió magisterio. Ahí conoció y se casó con Race Newton, un pianista de jazz callado, del cual se dice que le daba pastillas a Lucía para que ella no hablase tanto. Pero también al saxofonista Buddy Berlin, con el que terminó yéndose a vivir a México. A Buddy, quien se convirtió en su tercer marido, le decicó el relato “Hasta la vista”, en el cual descubre que él es heroinómano. Se separaron en 1967, por las drogas y porque él quería quedarse en México y ella no. Lucía no volvió a casarse, aunque sí conservó el apellido Berlin.

 

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