Relato por Mario Sejas | 16 ABR 23

1986

Este relato forma parte del programa de Clínica Literaria, coordinado por Mateo Niro, en el marco de “Roemmers junto a la cultura”.
Autor/a: Mario Sejas 

Nos reuníamos todos los jueves en la peña de Dardo. Fútbol, conquistas amorosas, autos y, muy de vez en cuando, música. Había un pacto de honor de no hablar de política porque alguno alguna vez terminó ofendido y una vez, solo una vez, a las piñas. Pero fue suficiente. Cuando se tocaba el tema de la música, aparecía Melón que nos refregaba que era el único de ahí que había ido al recital de Queen en la cancha de Central el 6 de marzo de 1981, mientras el Gordo y yo habíamos decidido ir a ver Colón y Newells a esa misma hora y ese mismo día. Y cuando se habla de la selección, si Maradona o Messi, me tocaba a mí tomar la palabra y contar lo mismo cada vez, porque en las peñas nos contamos y nos reímos siempre de las mismas cosas. Y más porque esa noche en esa peña había dos comensales nuevos, y el Pato dice con su vozarrón: «este guacho vio la final del mundial de Diego gratis», y por ahí la ceremonia sigue cuando me miran para darme pie y que comience. Y cumplo: «Yo en el 76 me había ido exiliado a México, vía Bolivia. Habían pasado varios años años ya, vivía solo en un edificio cerca de la Reforma y trabajaba en una imprenta», dije mirando a los nuevos, «y, ustedes se van a acordar, un 28 de septiembre de 1985 viví el famoso terremoto de la ciudad. Fue un desastre total, una de las historias más impactantes de mi vida, y eso que viví, eh. El terremoto fue más de 8 grados de Richter, se cayeron edificios enteros. Nadie sabe sabe cuánta gente murió. Algunos dicen 20000, otros el doble. Dicen que el gobierno tapó todo. Fueron dos días seguidos porque después hubo otra réplica. Y ahí viene la cosa, el 29 pude sacar entre los escombros a Josefina, una nena hija de Rafael Aurelio Rodríguez Gimenez, vecino mío. A partir de eso nos hicimos muy buenos amigos. Rafita, como le decía yo, era un chamaquito. Él trabajaba en la presidencia de la Nación, era el chofer del presidente de ese entonces, Miguel de la Madrid, que terminó como corrupto confeso, y también dijo antes de morirse que había hecho fraude para que no ganaran los socialistas. Resulta que en el Mundial del 86 yo solo había podido conseguir entrada justo para el partido contra Inglaterra, y vi ahí en carne y hueso el gol con la mano de Dios y el gol famoso, así que ya podía darme por satisfecho para siempre, pero ustedes no saben cómo soy. Para la final no había entradas y las únicas que había eran de reventa, valían una fortuna, como 1200 dólares las más baratas. Entonces tuve una corazonada de que el Rafa podía tener alguna posibilidad, él siempre me decía que estaba en deuda conmigo. Lo llamé por teléfono y me dijo: “Mire, yo tengo que ir al partido el domingo porque lo tengo que llevar al presidente, espéreme en la puerta 1 y vemos.” Después me enteré que Rafita era una institución porque hacía más de 20 años que era chofer de los presidentes y que por un tema de seguridad no podía decir mucho de su trabajo. No sé cómo llegué hasta el vallado de la puerta 1 del estadio Azteca, estaba repleto, me las ingenié para escabullirme y ahí estaba. Cuando veo que llega el Cadillac negro y el Rafita se baja del auto a abrir la puerta del presidente con toda la custodia y en el medio de silbidos, abucheos y algunos pocos aplausos, no te miento que tenía palpitaciones, se me salía el corazón por la boca, veo que empieza a mirar para un lado y para el otro para ver si me encontraba y tenía justo un policía que me tapaba y le digo: “mire, el chofer del señor presidente me está buscando”, y cuando nos cruzamos la mirada se acerca al policía y le pide que me deje pasar, me abre y comienzo a entrar al estadio Azteca con el Rafa, pisando la alfombra roja, la que le ponían a los presidentes. No lo podía creer, caminando yo por el camino que pisaban los presidentes, los jeques y los reyes. Una vez que pasamos los controles, me dice: “hermanito, hasta aquí, entra por esta escalera que vas al estadio. Ah,  ¡y suerte para tu país!”. Le agradecí mientras él se fue corriendo por el camino que había tomado el presidente, subo varias  escaleras y abro una puerta y salgo al estadio,  enorme, espléndido, lleno de gente. Era la zona de los periodistas y por ahí veo un cartelito que decía Irak, y me acordé que estos se habían ido en primera ronda porque estaban en el mismo grupo de México, y ¡qué se iba a quedar un relator iraquí!, así que me siento en el palco. Me hice olímpicamente el boludo —mejor dicho, mundialmente el boludo—  y ven que soy morochito, entonces no se iban a dar cuenta de que había un polizonte. A los minutos una mexicanita en inglés me pregunta si quería algo, yo no le hablaba a propósito y le hice una seña  con el gestito de idea de Carlitos Balá que me asintió con una sonrisita. Me trajo una Coca Cola y la lista con la formación de los equipos, y en el entretiempo me traen más latas y una bandeja de sándwich y yo comía y tomaba en silencio y hacía que escribía. Ya en el segundo tiempo, después que nos empataron, cuando Burruchaga se va corriendo, también yo estiré el pie para pegarle a la pelota y hacer el gol, y podés creer que le pegué con fuerza al escalón de adelante y del dolor empecé a transpirar, me mareé, me caí redondo desmayado y no vi el gol, así que, si me hubiera muerto, me habría ido con una sola estrella en el escudo. Me desperté después del pitazo final del partido y me parecía un sueño. Yo creo que fue el Diego que sabía todo, y me hizo desmayarme para que no me descontrole y me saquen del forro del culo para afuera por tramposo, ¿no les parece?».

 

Comentarios

Para ver los comentarios de sus colegas o para expresar su opinión debe ingresar con su cuenta de IntraMed.

CONTENIDOS RELACIONADOS
AAIP RNBD
Términos y condiciones de uso | Política de privacidad | Todos los derechos reservados | Copyright 1997-2024