Las observaciones -y, más todavía, los enunciados de observaciones y los de resultados experimentales- son siempre interpretaciones de los hechos observados, es decir, que son interpretaciones a la luz de las teorías. (Karl Popper)
Derivada del griego theōría -por contemplar- el término está particularmente referido al pensamiento especulativo. Teoría también tiene que ver con nuestra capacidad de entender, de avistar más allá de la experiencia perceptible. En paralelo, el Theorein fue igualmente asimilado al acto de asistir a la puesta en escena de una obra teatral. Remedando aquellos anfiteatros donde se representaban las tragedias griegas, quienes acumulamos demasiados abriles, supimos de tantísimas clases teóricas con ribetes de verdaderos melodramas helenísticos.
Epistemológicamente, las teorías constituyen un conjunto de estructuras, donde abundan muchos términos observacionales (para la medicina glucosa, fiebre, peso) y otros teóricos ideados por la misma ciencia, como el epigenoma, con una chance variable de llegar a posicionarse en el primer grupo en determinado momento. Se trasladan con mayor o menor éxito a la realidad, en función de sus modelos de aplicación cual especie de anclaje entre lo uno y lo otro. La misma fenece cuando el empleo de los mismos deja de funcionar.
La transición entre una concepción teórica y la subsiguiente no es fácil, ni que hablar si esta subsumida en un auténtico cambio paradigmático. El caso que hoy traemos a colación, precisamente en la persona de William Harvey (1578-1657) nos ayuda a visualizar estos avatares. Al maestro le cupo vivir en un tiempo en que el estudio de la anatomía comenzaba a permear toda la medicina, a la par de advertir la necesidad del conocimiento fisiológico, para comprender cabalmente el comportamiento del cuerpo humano. Gracias a esa preclara percepción llegó a vislumbrar el modo en que la sangre realmente circula por el cuerpo; en oposición a lo que venía sosteniendo la tradición secular.
Mucho antes del siglo XVI, el tema de cómo se generaba la sangre y su destino dentro del organismo venía preocupando al grueso de la profesión. Ya en la antigüedad se hablaba de una producción continua, por lo que no existía razón para preocuparse con las sangrías. El griego Herófilo de Calcedonia (335-280 a. C.) llegó a la conclusión que las arterias transportaban sangre en lugar de aire en tanto que Erasístrato de Ceos (304-250 a. C.), imaginó que esta debía circular de manera similar al flujo de la savia en los árboles para lo cual el corazón debía funcionar como una bomba impulsora. Bastante bien rumbeados los muchachos. Galeno no solo fue crítico de Herófilo y Erasístrasto, sino que se puso a concebir sus propios dixit circulatorios. A partir de los trabajos en animales el natural de Pérgamo estableció la existencia de dos tipos de sangre: la fresca y roja oscura que a través de las venas se dirigía a la aurícula derecha y luego al ventrículo derecho para franquear el tabique y llegar al lado izquierdo, donde se mezclaba con la sangre arterial rica en el aire de los pulmones, y más brillante. La sangre venosa era producida en el hígado a partir de sustancias nutritivas a fin de sustentar órganos y tejidos. Por su parte la acción de las arterias era llevarla desde el corazón al cerebro, para su filtración y purificación.
En 1924, un facultativo egipcio, Muhyi ad-Din at-Tatawi, consiguió recuperar algunos escritos poco conocidos del médico Ibn an-Nafis (1210-1280) quien había aportado algunas ideas sobre la mentada circulación. Ibn an-Nafis acordaba con algunas propuestas de Galeno, pero disentía con la afirmación de los poros del tabique como posibilitadores del pasaje del noble fluido. Ibn an-Nafis pensaba que el mismo debía ir desde el ventrículo derecho a los pulmones para adquirir aire, y solo entonces entraría al ventrículo izquierdo! Si la obra de Ibn an-Nafis se hubiese traducido oportunamente la visión Galeno habría perdurado menos.
Tras casi cuatrocientos años William Harvey entra en escena; hijo de un exitoso hombre de negocios, con vocación para la medicina. Graduado en Cambridge, en 1597 prosiguió sus estudios en la Universidad de Padua, guiado por Hieronymus Fabricius. De regreso en Londres obtuvo una posición en el Hospital St Bartholomew y fue miembro del Royal College of Physicians. Durante el transcurso de su labor profesional, fue médico de James I, como así también de Carlos I.
Las iluminantes inferencias de Harvey estuvieron basadas en minuciosas observaciones clínicas y experimentos de vivisección, como buen Moderno que era. Durante su pasantía en Padua tomó conocimiento del descubrimiento de Fabricius sobre las válvulas presentes en las venas. Si bien se sentía fascinado por este hallazgo, el paduano no terminaba de brindar una clara explicación en cuanto al propósito de este elemento en términos funcionales. Harvey estaba decidido a indagar sobre el movimiento del vital elemento, y al reconocer que en los animales de sangre caliente la sístole y la diástole ocurrían muy rápidamente decidió realizar vivisecciones en aquellos de sangre fría, porque en estos el corazón latía más lento, con lo cual se facilitaban los estudios. Las venas parecían llevar el fluido en una sola dirección: hacia el corazón. Para reforzar sus presunciones circulatorias colocó una ligadura en la parte superior del brazo de una persona a fin de interrumpir el flujo tanto arterial como venoso. Así observó que la parte del brazo por debajo de la ligadura estaba fría y pálida, mientras que por encima aparecía caliente y tumefacta. Al aflojar la ligadura, estas modificaciones desaparecían. También observó que era posible propulsar la sangre venosa hacia el corazón, pero no al revés; lo cual venía a esclarecer el papel de las benditas válvulas de Fabricius.
Posteriormente concluyó que la sangre era expulsada de los ventrículos durante la contracción o sístole la cual arribaba a esa cavidad desde las aurículas durante la expansión o diástole.
La controversia en torno al pulso arterial es un ejemplo acabado de hasta dónde nos pueden conducir las máximas en la piel de teorías. No debe haber sido sencillo salir a objetar la geometrización de Galeno según la cual la arteria se dilata simultáneamente con el pulso ya que el corazón envía los espíritus vitales fortaleciendo la “vis pulsifica[1]”, para así aumentar la luz del vaso. El fenómeno en realidad era consecuencia de la arremetida de la sangre contra la pared arterial, tras ser eyectada por el corazón. Esta “vis afronte” del torrente sanguíneo era en realidad lo que expandía el vaso: arterias distendi, quia replentur, ut sacculi et utres, atque non repleri, quia distenduntur ut folles.[2]
Para rematarla, también terminó de redondear el tema de los dos circuitos. El sistema pulmonar lleva la sangre del lado derecho del corazón a los pulmones para luego pasar al lado izquierdo; compartimento encargado de enviarla al resto del cuerpo.
Fueron incluso muy preclaros los estudios "cuantitativos" donde calculó la cantidad de sangre que pasaba por el corazón. Apuntó a medir cuánto de ella era expulsaba con cada latido a la par de contar el número de los producidos en un determinado tiempo. En base a ello, era evidente que el hígado no podía producir tamaña cantidad de fluido para su posterior consumo. Debía pues reciclarse; no era posible que el cuerpo estuviera generando constantemente sangre nueva.
Las tradicionales aseveraciones manadas de razonamientos axiomáticos-deductivos eran insostenibles ¡ALEA IACTA EST!
Sus hallazgos fueron publicados varios años después en Exercitatio Anatomica de Motu Cordis et Sanguinis in Animalibus[3], donde dio a conocer esta perspectiva. Desafortunadamente, las notas surgidas de sus investigaciones se perdieron durante las Guerras Civiles Inglesas y solo sobreviven algunas pocas referidas a conferencias del año 1616.
El trabajo de Harvey no derivó en una justa acogida. Fue atacado, incluso, por estar en desacuerdo con Galeno, y nadie sintió que su teoría proporcionara una razón para alguna modificación de las prácticas aplicadas por aquellos tiempos; la sangría siguió siendo tan aceptada como hasta entonces. Entre los detractores de sus ideas, el francés Jean Riolan publica un libro Opuscula anatomica (1649) donde cuestiona las afirmaciones de William, que serán luego refutadas en un posterior escrito del Maestro Exercitationes anatomicae prima et altera de circulatione sanguinis ad Joannem Riolanum filium[4], en el cual contraargumentó que el punto de vista del referido anatomista no se condecía con la evidencia aportada por los hechos.
Debido al desanimo que le provocaron las críticas, su foco se centralizó mucho más en la praxis que la investigación. Durante 34 años, Harvey mantuvo su vínculo con St Bartholomew, llegando a ser uno de los médicos de mayor confianza en Inglaterra. Con el transcurso de los años comenzó a aparecer un cierto número de adeptos entre ellos René Descartes quien se convirtió en un defensor de sus contribuciones. Sin embargo, tuvieron que transcurrir unos 50 años tras la publicación de sus hallazgos para que los centros de formación universitaria empezaran a incorporar tales ideas.
El interrogante de cómo viajaba la sangre de las arterias a las venas para regresar al corazón fue aclarado tiempo después gracias al descubrimiento de los capilares, por parte de Marcello Malpighi (1628-1694) en Bolonia, provisto de una forma muy rudimentaria del microscopio. El creador de la anatomía microscópica, léase histología, llegaría a ser un protagonista clave para los futuros devenires de la práctica médica. Malpighi se hallaba estudiando los pulmones de una rana cuando observó una red de diminutos vasos sanguíneos, que unían el final de pequeñas arterias con el comienzo de las venas.
Como corolario, la rueda volvió a girar para brindarnos una renovada teoría, de esa larga serie de artefactos complejos que obran en calidad de marcos rectores, y en algunos casos hasta con enunciados “legaliformes”. Por suerte fuimos cayendo en la cuenta de que la medulosa exploración de algunos fragmentos de la realidad termina detectando hechos en franca contradicción con dicho statu quo. Piedras en el zapato que a pesar de su incomodidad tampoco harán que nos rasguemos las vestiduras, si las consecuencias observacionales de la hipótesis no se corroboran en la experiencia. En todo caso se apelará a un supuesto alternativo, puesto que los hechos desprovistos de ese entramado caen en el desamparo, y quizás también por una suerte de inmanentismo conceptual que aviva la necesidad de amarrarnos a conjeturas. Cada teoría apunta a constituir una aproximación a lo verdadero, un acercamiento a ese ideal inalcanzable, que debemos tener muy presente ante la tentación de salir a preconizar.
Retrocediendo en el tiempo imaginemos una disputa entre un galenista y un microbiólogo del tardo siglo XIX, ambos con encendidos argumentos en base a conceptualizaciones bien distintas, visiones diametralmente diferentes del mismo objeto e interpretaciones mutuamente tildadas de disparates. Y aunque los segundos estaban mucho mejor orientados, el fenomenal envión bacteriano les impidió visualizar que el proceso infeccioso se baila de a dos, y el hospedero no es un convidado de piedra.
¿Nos aguarda un camino definitivamente allanado? Tras tantas idas y venidas uno hubiese apostado a que las pugnas teóricas para un determinado problema biomédico se zanjarían sin mayores dificultades sobre todo cuando la madera para su construcción proviene del mismo árbol. Pero han entrado a ganar más espacio una serie de inoportunos elementos retóricos, elegantes, pulcros, y discursivamente bien elaborados como para que la falacia subyacente resulte desdibujada…en una época donde una lectura pormenorizada demandante de su debida digestión no es lo frecuente.
Ante esta problemática, nuestro conjunto transitar se ha vuelto más indispensable que nunca, la medicina en su propósito de mitigar los males, y el método como buen administrador e informante de los equívocos para mayor certeza del estar conociendo bien.
¡Sursum Corda!
Autor: Dr. Oscar Bottasso. Médico, investigador superior del CONICET y del Consejo de Investigaciones de la Universidad Nacional de Rosario, Argentina.
*IntraMed agradece al Dr. Oscar Bottasso su generosa colaboración.
Parte de estos contenidos fueron publicados en Medicina y Cultura de Clínica-UNR
[1] Una de las tantas “fuerzas” de la concepción Galénica
[2] Las arterias están distendidas, porque están llenas, como bolsas y odres, y no están llenas, por hallarse distendidas como fuelles.
[3] Un ejercicio anatómico sobre el movimiento del corazón y la sangre en animales
[4] Ejercitaciones anatómicas primera y segunda sobre la circulación de la sangre para Jean Riolan hijo, 1649