Ficción y realidad | 19 DIC 22

Chéjov y la silla: reflexiones sobre la práctica médica

Hablar con el paciente no sólo alivia sino que puede modificar las variables fisiológicas. ¿Por qué priorizar un buen diálogo es terapéutico?
Autor/a: Celina Abud Fuente: IntraMed 
INDICE:  1. Página 1 | 2. La tristeza, Anton Chejov
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El recordado doctor Francisco “Paco” Maglio solía decir: “el mayor avance en medicina es la silla”.  Quizá por ese motivo llegó a decir que “después de estar mirando la medicina con ojos de biólogo (lo que en sí mismo no está mal porque es necesario)”, sintió que le faltaba lo esencial para contemplar al paciente en forma holística, como un humano sómato-pisco-social.

En épocas en las que los avances tecnológicos parecen ser inversamente proporcionales a los tiempos de las consultas, bien vale reivindicar el diálogo entre el médico y el paciente, en el que incluso preguntas por fuera del cuestionario clínico pueden dar pistas de los motivos reales por las cuales una persona busca ayuda.

Una de las propulsoras de la corriente llamada Medicina Narrativa es la doctora Rita Charon quien, desde la Universidad de Columbia, Nueva York, intenta poner el foco sobre el paciente al preguntarle “¿qué le pasa?” o “¿qué puedo hacer por usted?”. En otras palabras, busca aportar herramientas conceptuales y habilidades cognitivas al servicio de los agentes de salud.

Según menciona el doctor Daniel Flichtentrei en un curso que dictó para IntraMed, en la llamada Medicina Narrativa poco importa lo que la enfermedad “es” –para lo cual la biología se basta por sí sola– sino que lo único que toma en cuenta es lo que la persona enferma “dice que es” para convencer a otras y, especialmente, para convencerse a sí misma.

Es que la enfermedad se vive en tres dimensiones: la fisiológica anatómica  (reconocida por el médico); la social (que se encuentra en el cuerpo de las personas) y la subjetiva (padecimiento de la persona). Y, en algunos casos, actuar sobre el padecimiento primero puede determinar el éxito de las acciones sobre la fisiología. Dicho de otro modo, invitar al paciente a hablar sobre su propio sufrimiento es terapéutico.

Lo que no se llega a comprender del todo en un sistema mediado por los tiempos cortos es que la coherencia narrativa (que refiere a la dimensión subjetiva del paciente, como la pérdida de un ser querido) perturba las variables fisiológicas. Es decir, una disrupción biográfica produce necesariamente una disrupción biológica. Y la homeostasis subjetiva es la coherencia narrativa.

Por ello, hablar sirve y mucho. Y la literatura da cuenta de ello. Un ejemplo es el cuento “La tristeza” de Antón Chéjov, que, con escenarios de paisajes nevados, narra la historia de Yona, un cochero anciano que acaba de perder a su hijo. Lo azota la pobreza, pero levanta clientes por una paga inferior a la merecida con tal de no estar solo y verbalizar su duelo, con la esperanza de calmar su dolor. Pero ninguno de los viajeros se hace eco. Chéjov escribe: “Yona exhala un suspiro. Experimenta una necesidad imperiosa, irresistible, de hablar de su desgracia”. Y sigue: “¡Qué no daría él por encontrar alguien que se prestase a escucharlo, sacudiendo compasivamente la cabeza, suspirando, compadeciéndolo!”

Ante la falta de interlocutores, Yona le cuenta sus pesares al único compañero que se mantiene junto a él, su caballo, quien en palabras de Chéjov “exhala un aliento húmedo y calido”. Un aliento opuesto a la frialdad de los viajantes y del ambiente, a la sensación de desamparo. Lo que busca el cochero, desesperadamente, es recuperar la coherencia narrativa, la homeostasis.

La narración de Chéjov se justifica desde las neurociencias, con el concepto de “termorregulación social”, que postula que la exclusión social conlleva a temperaturas más bajas en la piel y que esto es literal, no metafórico. Por ello “engañar a los dedos” al frotarlos con una taza de té caliente atenúa los sentimientos negativos.

 

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