Relato por María Marta Fernández Castro | 19 NOV 22

Paradoja de Gabi

Este relato forma parte del programa de Clínica Literaria, coordinado por Mateo Niro, en el marco de "Roemmers junto a la cultura"
Autor/a: María Marta Fernández Castro 

Amanecí otra vez acá sin pegar un ojo, como dice mi mamá. Allá, cerca de los cabritos, sí que duermo. Hay silencio, por ahí se escucha cantar el gallo, por más que mi abuela dice que está viejo y canta poco, pero me gusta escucharlo. Un poco también lo extraño al gallo. Y a la abuela.

En mi casa yo duermo solito, en el sofá-cama del comedor. Mi mamá y mi abuela en su pieza y yo en el sofá-cama del comedor.  Acá, mientras miro a mi mamá acostada en el sillón al lado de esta cama, me aburre no encontrar ni una mancha en la pared tan blanca.

Todos dicen que falta menos, ¿será? La comida quizás es buena y yo apenas puedo probarla, por eso los doctores insisten con esa manguerita.

No le hablo a nadie, parecen gente buena, pero yo no soy muy confiado.

Ayer una doctora le decía a mi mamá que ella confía en que prenda el trasplante. Así lo dijo, como si fuera algo que ya no nos pertenece. Igual tenía los ojos como mojados de la emoción  o no sé, y mi mamá le agarró las manos y le dijo «gracias». Dijo solo eso. Mi mamá también habla poco.

Después vinieron las enfermeras, otra vez la manguera, una igualita a la que me arranqué anoche. Me hice el dormido y dijeron que volverían más tarde. Cuando se estaban yendo, una le dijo a  la otra: «el donante fue el padre, que nunca quiso saber nada, que apenas  lo conoce, y parece que resultó compatible. ¡Qué paradoja! Dos veces le da la vida.»

 

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