Ciclo de entrevistas “Invisibles” | 25 ABR 22

Dra. Mónica Volante: "En Arroyo Corto sentí la vocación de ser médico porque en verdad hacés de todo"

Fue la única médica en los pueblos de Arroyo Corto y Hale, provincia de Buenos Aires. También fue directora de hospitales. Recuerda sus años en el campo con cariño y opina que se deben mejorar las condiciones de quienes trabajan las 24 horas, los 7 días a la semana.
Autor/a: Celina Abud Fuente: IntraMed 

Invisibles: No siempre el valor y la fama coinciden; ni los médicos más dedicados son los más visibles. Valoran el agradecimiento de quienes los necesitan más que algunos minutos en televisión. Forman parte de sus comunidades y están comprometidos con ellas. No tienen nada para vender; más bien comparten lo que tienen, lo que saben. Atienden en localidades remotas a familias humildes, no quieren dejar huérfana a ninguna enfermedad. Curan cuando se puede y cuidan siempre. Son aquellos que con los pies en el barro le dan sentido a una profesión milenaria. IntraMed quiere homenajearlos con este ciclo de entrevistas que se propone darles visibilidad a los “Invisibles”.


La doctora Mónica Volante celebra con una sonrisa sus 63 años y sus 40 como médica. Su vocación estuvo presente desde siempre por más que no tuviera familiares que siguieran medicina. Se recibió a sus 22 años en diciembre de 1982, embarazada de siete meses. “Me gradué de joven porque siempre quise estudiar esta carrera. Mis primeros recuerdos son cuando tenía seis años, momento en que mi hermana traía sus muñecas para que las revisara”, recuerda.

Como su hijo nació en febrero de 1983, no tuvo oportunidad de hacer su residencia de primer año. Se fue a vivir a Paraguay, país de donde eran oriundos los padres de su primer marido. Tras divorciarse dos años después, buscó trabajo. Arrancó en ambulancias y urgencias, pero ella en el fondo sabía que siempre había querido trabajar en el campo.

“No tuve la oportunidad de seguir ninguna especialidad, pero hice de todo. Sí he ido con el tiempo a muchos congresos de Medicina Familiar, porque es lo que terminé haciendo en la práctica”, indicó Volante, quien quiso trabajar en el campo por plena vocación de servicio. Además, se animó a allanar el camino para las mujeres en la medicina rural, en tiempos en que se solía contratar a hombres para estos puestos.

Hoy, la doctora Volante, que prefiere ser llamada “Moni”, se reconoce en transición: en la actualidad reside en México y dicta talleres de sexología para el sexo femenino. En una entrevista con IntraMed, la médica compartió su historia de vida y rememoró sus años como médica rural con cariño. Aquí sus palabras.

"En Arroyo Corto sentí la vocación de ser médico porque en verdad hacés de todo"

Su arribo a Arroyo Corto. Un día en el que estaba tomando un café y buscaba trabajo en los clasificados del diario, encontré un aviso en el que pedían un médico para un pueblo de la provincia de Buenos Aires (no decían cual) y escribí una carta, porque en esa época no había las posibilidades de ahora para comunicarse virtualmente. Dejé mi teléfono y me llamaron, aunque admitieron que les había costado un poco porque nunca habían tenido médicas mujeres. Al parecer les interesó lo que había dicho y me querían conocer. Así que armé mi bolsito y fui para allá ese fin de semana. El pueblo, que se llamaba Arroyo Corto y tenía 800 habitantes, estaba a 20 kilómetros de Pihué. Tenía muchísimas ganas de trabajar en el campo y eso se notó en la entrevista. Me llamaron a los pocos días. Cuando me dijeron que sí, yo salí desesperada a comprar un libro de obstetricia, porque en los pueblos se hacía de todo. Y si bien yo había cursado esa materia en mi carrera, nunca había atendido un parto sola. Allí nos quedamos cinco años con mi hijo y mi abuela. Comprobé lo que pensaba: en Arroyo Corto sentí la vocación de ser médico porque en verdad hacés de todo. Partos hice un montón, como 58 y todos exitosos. Después se implementaron controles prenatales, cursos de preparto y controles de niño sano, cosas que no se hacían antes, porque siempre en el cargo habían estado médicos varones y se centraban en otro tipo de cuestiones.

Hale, llegada y transformación. En Arroyo Corto me volví a casar. Mi segundo marido era boxeador y su entrenador vivía en Bolívar, bastante lejos. Yo estaba embarazada y empezaba a ver la posibilidad de que nos trasladáramos. Justo salió la posibilidad de otro pueblo chico que se llama Hale, a 50 kilómetros de Bolívar, que también necesitaban un médico. Fuimos a conocerlo y nos encantó. Era chico, de 500 habitantes. Con mucha anticipación, avisé que me iba. Y fue gracioso porque la Comisión de Fomento de Arroyo Corto me dijo: “No te vamos a hacer fiesta de despedida… porque no queremos que te vayas”. En Hale estuve 13 años. Al poco tiempo de llegar me llamaron de otro pueblo a 15 o 20 kilómetros que se llama Del Valle, de 1.500 habitantes. Así que durante mi estadía trabajaba de mañana en Hale y de tarde en Del Valle, donde volví a hacer de todo. Instalamos también Cuidados Paliativos, porque había muchas personas con cáncer que no querían estar internadas en el hospital, así que ayudamos a nacer a mucha gente, pero también ayudamos al buen morir de otros.

En Hale nos tocaron épocas difíciles porque todas sus salidas son de tierra. Tenías que hacer sí o sí 17 kilómetros sin asfalto. Manejar era difícil sobre todo cuando había lluvia y en 2001 nos tocó una terrible inundación, que nos dejó aislados, con los caminos llenos de agua. La única forma de llegar desde Hale hasta Del Valle era en tractor. Yo ya en esa época ya había formado mi tercera pareja y él me llevaba y me venía a buscar en ese vehículo. Casi no podíamos trasladar pacientes porque subirlos a un tractor eran cosas que no podían hacerse. En síntesis, hacés de todo, pero las satisfacción de trabajar en un pueblo no son las mismas que las de trabajar en una ciudad, porque la gente realmente valora que uno esté ahí.

Rutina como médica y anécdotas. Estaba a disponibilidad las 24 horas los 7 días a la semana, porque podían pasar cosas en cualquier momento. Aparte siempre fui muy obsesiva con los pacientes. Como ejemplo, suelo contar esta anécdota: había visto a un paciente muy mayor a las 3 PM. Yo estaba con mi último marido en ese entonces y no podía dormir, daba vueltas en la cama. A eso de las 2 AM él me pregunta: “¿Qué te pasa?”. Le dije que estaba muy preocupada por este señor y mi marido dijo: “Bueno, vamos”. De madrugada, nos vestimos así nomás y fuimos a tocarle la puerta. El señor salió todo dormido y preguntó: “Doctora, ¿qué hace acá?”. Y yo contesté que tenía que saber si estaba bien.

Anécdotas hay miles. Están las felices, como una noche de invierno en que estaba complicado llegar al pueblo por los caminos, entonces un bebé terminó naciendo en la ambulancia. Lo abrigamos con todo lo que teníamos a mano, con nuestras camperas, nos quedamos en remera hasta que lo pudimos llevar a la sala y todo salió bien. Pero también están las tristes. Un día yo estaba en mi casa y empecé a escuchar el grito de una mujer desde lejos. Salí corriendo y me ella entregó a su hijo muerto. El bebé tenía un problema cardíaco congénito y había sido atendido en La Plata. Aguardaba una cirugía y desde esa ciudad habían decidido que podía esperar en el pueblo con un tubo de oxígeno. Evidentemente ese chiquito tenía que haberse quedado internado. El episodio generó toda una discusión con un hospital platense, porque a mí me tocó muy de cerca, me di cuenta que no todos nos tomamos la medicina de la misma forma.

Yo siempre he sido muy combativa por mis pacientes, los sentí como una responsabilidad. Les he pagado remedios, estudios… Yo no estudié medicina por la plata. Eso lo tenía bien en claro, lo mío era pura vocación. Es más, trabajé siempre por sueldos mínimos, porque lamentablemente en la Argentina los médicos que están en los pueblos ganan mucho menos que los médicos que están en las ciudades. No se valora lo que implica estar solo y hacerte cargo de la salud de toda la población, aunque sean 500 personas. Ni el hecho de que se tenga que hacer de todo.

 

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