Por Diego Golombek | 02 JUL 13

La muerte, esa científica

¿De eso no se habla? Claro que sí. Morir es científicamente necesario y hasta fascinante. Un repaso por esta pálida dama a la que conocerla nos hace humanos.
Lugar común, la muerte. Sí: última frontera, la única certeza. Pero a esa pálida dama a la que conocerla nos hace humanos, la hemos estudiado, investigado o interrogado poco desde la ciencia, como si hubiera temas de los que de eso no se habla, no se experimenta, no se profundiza. Nada de eso: morir -del todo, un poco, de a células- es científicamente necesario y hasta fascinante. Impresionables, abstenerse.
 
Te encontraré una mañana, sentada en mi habitación. Si algo ha cambiado, es la muerte: hoy la relacionamos con la edad avanzada, cuando durante gran parte de la humanidad podía sorprendernos en cualquier momento y, tal vez sobre todo, en la infancia. La moda actual es envejecer, pero. ¿hasta cuándo? No olvidemos al bueno de Titono, a quien el sádico de Zeus le concedió la vida eterna, sí, pero no la juventud, así que iba envejeciendo por los siglos de los siglos. Es cierto que, si hasta hace dos o tres siglos la esperanza de vida andaba por los 30 años, hoy nadie se atrevería a poner un límite superior (la vida se ha extendido en promedio unos 2 años por década los últimos 100 años). Son 5 horas más por día. Pero eso no necesariamente quiere decir la salud ideal, la mirada constante, la sonrisa perfecta: por ahora más y más edad quiere decir, también, más problemas. La ambición, el músculo y el cerebro también envejecen indefectiblemente; en cierta forma, el envejecimiento extremo es un invento humano, casi un hecho cultural.
 
La muerte va por el mundo vestida de escoba. La muerte como una barredora; y, según algunos, por suerte. Algo así nos dicen Marcelino Cereijido y Fanny Blanck en el libro La muerte y sus ventajas: de la misma manera que las células están programadas para morirse (por ejemplo, las células de la piel entre los dedos de las manos deben morir durante el desarrollo para poder tener manitos de bebé y no de pato), también los individuos deben desaparecer para hacer lugar.
 
La muerte como efecto secundario. Eso encontró alguna vez la escritora Ana María Shua en un prospecto farmacéutico, pero en todo caso el folleto no decía cómo identificar correctamente tal molestia. De hecho, hay congresos internacionales para definir a la muerte: ¿se trata del cerebro, más aún, de los lóbulos frontales, ese yo que llevamos sobre la frente? ¿Del corazón? ¿Del último aliento? ¿De una decisión individual? El cerebro, en todo caso, se resiste a mor
 

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