Ciencia a lo loco, por Diego Golombek | 22 ABR 12

Usted preguntará por qué cantamos

Hay mucho por estudiar bajo el cielo de la música, una habilidad en la que reparó Darwin y que podría haber estado sujeta a la selección natural. Más allá de las convenciones sociales, hasta el aplauso es terreno de la biología.

Por Diego Golombek

Cantamos porque el sol nos reconoce y porque el campo huele a primavera. Todo muy lindo, sí, pero, ¿por qué cantamos? Según Shakespeare y Darwin la música es el alimento del amor (algo de eso hay: un 40% de las letras de canciones populares son melosamente románticas). Otra idea es que las habilidades musicales ayudaron a mantener más unidas a las poblaciones primitivas. Como sea, es cierto que la música es universal y es bastante costosa en cuanto a tiempo y energía. También hay evidencias de que las posibilidades musicales tienen una base genética y que podrían haber sido sujetas a la famosa selección natural. Y está claro que la música, hacerla, odiarla o disfrutarla, es propiedad de nuestro cerebro.

Lo loco en esto es que las melodías -aún sin letra- nos pueden emocionar y parecer tristes o alegres. Piensen en cualquier frase musical: seguramente los remitirá a uno u otro estado de ánimo, y los músicos profesionales saben manipular tonos mayores y menores, así como ciertas cadencias y velocidades como para que esas notas nos suenen a un día lluvioso o a un gol de media cancha. En cierta forma, podemos mezclar sensaciones y emociones a piacere: como ejemplo vale un reciente trabajo del grupo de Mariano Sigman en la UBA, que demostró que la música también se puede percibir como sabores (abrí más la caliente, dirían Les Luthiers; afinen un poco más salado, diría la neurociencia).

Eso no es todo, somos de los únicos bichos que podemos sincronizarnos a un ritmo externo y seguirlo con los dedos, la cabeza o (científicos abstenerse) todo el cuerpo. Imaginen ahora la canción Stayin' Alive de los Bee Gees y cántenla cuando nadie los esté viendo. Ahora vayan a YouTube y pónganla: seguramente están muy a tono y, sobre todo, muy a ritmo mientras gritan desaforados ha, ha, ha, ha...

Pero claro, usted también puede preguntarse por qué le cuesta tanto afinar hasta en el arrorró mientras que Charly García levanta el teléfono y sabe que es un la (aunque un poquito más bajo que los 440 hertz de rigor). Ni qué hablar del joven Wolfgang Amadeus que anda por el mundo con su oído perfecto transcribiendo músicas sin un solo error -comparado con el joven Che Guevara que, se dice, era incapaz de distinguir un son de un tango-. Sabemos que el oído absoluto no está en el oído, sino en el cerebro (y, más específicamente, en el hemisferio izquierdo). No es privativo de los que saben leer música, aunque les es más fácil nombrar las notas. De alguna manera, los orejos absolutos pueden recordar la altura de las notas y asociarlas con una etiqueta específica, aun en ausencia de otras referencias. También tiene que ver cuán tonal es su lenguaje materno; en China, por ejemplo, donde la música de las palabras es fundamental, hay mayor tasa de oidores absolutos.

 

Comentarios

Para ver los comentarios de sus colegas o para expresar su opinión debe ingresar con su cuenta de IntraMed.

AAIP RNBD
Términos y condiciones de uso | Política de privacidad | Todos los derechos reservados | Copyright 1997-2024