Hipoacusia severa | 11 ABR 11

'El implante coclear, mejor que la máquina de vapor'

Cuando los audífonos no son eficaces, el siguiente paso es el implante coclear. Conocer los genes implicados ayudará a encontrar terapias específicas.

Laura Tardón | Madrid

El primer sonido que escuchó Mercedes no fue al instante de nacer sino 11 años después, y fue gracias a una intervención quirúrgica que le ayudó a recuperar la audición. "De repente, oí una voz. Era la de mi madre. No pude distinguir la letra ni las palabras, sólo el ruido, pero ella es mi primer recuerdo auditivo".

Al principio, tras la operación, los afectados "oyen distorsionado. Tienen que aprender el código de los sonidos y asociarlos a las palabras y a sus significados", explica Ignacio Cobeta, jefe del servicio de Otorrinolaringología del Hospital Universitario Ramón y Cajal de Madrid. Este proceso de aprendizaje es aún más difícil si la persona no escuchaba nada anteriormente, ni siquiera con el apoyo de audífonos, como es el caso de Mercedes. "No me oía ni a mí misma", explica, por lo que sus primeras sensaciones tras la intervención fueron "de sorpresa. Desde mi casa (antes vivía en un noveno) escuchaba a los niños que jugaban en el patio. Era increíble", recuerda.

Ya han pasado 13 años y el esfuerzo diario con médicos audiólogos y logopedas están dando sus frutos. "Ya identifico muchas palabras y frases. Otras, las que no reconozco, me cuestan más, pero si las trabajo, no hay problema. Estoy muy contenta con mis avances". Puede utilizar el teléfono, escuchar el mar cuando va a la playa y uno de sus últimos logros es conducir el coche. "Me siento muy segura porque me entero de todo. Ahora distingo las bocinas, los silbatos de la policía, etc. Lo he conseguido practicando muchísimo con mi logopeda". Mercedes tiene una hipoacusia profunda de nacimiento, con un déficit de audición de 90 decibelios, es decir, "tiene que haber al menos un sonido de este nivel, que equivale a un grito muy fuerte o al ruido producido por el tráfico, para que la persona pueda oír algo". Efectivamente, una de las pocas cosas que podía despertar su atención auditiva era la caída de un jarrón al suelo.

Sus padres se dieron cuenta cuando ella tenía unos dos años. "Fuimos al parque de atracciones. Yo estaba dentro del coche y mi padre me trajo un globo que explotó. Cuando vio que seguía tan contenta y que no me asusté pensó que algo no iba bien". Los médicos confirmaron su sospecha y les recomendaron el uso de audífonos. "No me servían para nada, lo pasaba fatal porque tenía que leer los labios de todo el mundo y me mareaba". Cuando aún no tenía 10 años, conoció a dos niños que llevaban un implante coclear y "lo oían todo. Era un milagro. Yo también quería operarme".

Pasar por el quirófano

No todas las hipoacusias pueden tratarse con un implante coclear. "Sólo las de tipo neurosensorial (afectan al oído interno) bilaterales. Primero se tratan con audífonos, pero cuando éstos no son efectivos, se procede al implante coclear", argumenta el doctor Cobeta. Se trata de una intervención quirúrgica que consiste en introducir "un racimo de electrodos en la cóclea y conectarlos a un receptor". Para ello, es necesaria la anestesia general. Después de la operación, se coloca un micrófono, un cable, un procesador de la palabra y la antena detrás de la oreja, en el exterior. Así, ilustra Ignacio Cobeta, "una vez que el micrófono recoge los sonidos, estos pasan por el procesador a través de un cable, de tal forma que las señales se convierten en impulsos eléctricos que llegan hasta el cerebro y se identifican nuevamente con palabras que ya están almacenadas, si el paciente hablaba antes, o, en caso contrario, debe aprender un nuevo lenguaje".

 

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