Foto: Ilustración de Helena Pérez García / Estación Libro
“Bartleby, el escribiente”, el cuento de Herman Melville publicado por primera vez de forma anónima y por entregas en la revista Putnam's en 1853 y completo en la antología The Piazza Tales en 1856 (sin mucho éxito comercial), fue considerado años más tarde por el escritor francés Albert Camus como “el primer texto existencialista”. A la vez, se ha convertido en un símbolo de la literatura estadounidense de la época, marcada por la modernización y los consecuentes cambios en las tareas y los espacios laborales. Pero muchos coinciden en que es un gran enigma que obliga a los lectores al pensamiento. ¿Qué podemos reflexionar?
La historia es contada por un abogado de nombre desconocido que contrata a Bartleby como copista. Al principio, resulta un empleado ejemplar, pero cuando el narrador le pide que chequee un documento, algo que significa un pequeño cambio en las tareas que había hecho con prolijidad y dedicación, Bartleby contesta “Prefiero no hacerlo” (I would prefer not to, según la construcción original). Desde entonces, esa se convierte en casi la única frase que dice, incluso cuando esta reacción puede resultar inentendible para el entorno y perjudicial para sí mismo.
Hay quienes suponen que Bartleby podría ser una manifestación extrema del desencanto que Melville experimentaba frente al mundo moderno. También comparan el hecho de que el escritorio de Bartleby estuviera ubicado en un costado, contra una ventana, a que Melville hubiera escrito ‘en el filo’, sin encontrar el éxito en las ventas ni un lugar entre sus pares.
En un análisis publicado en la revista GQ, el periodista Noel Ceballos, aventura: “La pasividad de Bartleby no tiene espacio en el sistema legal y económico de la Norteamérica de su época, mucho menos en Wall Street, del mismo modo que Melville no tenía espacio en la intelectualidad literaria o las listas de los más vendidos”.
Pero algunos lectores suelen interpretar a las manifestaciones de Bartleby como un diagnóstico. Con todo hay que analizar el contexto en el que el texto fue escrito. Por supuesto que el cuento va hacia los extremos, pero ¿pueden ser las actitudes de Bartleby comparables a la anhedonia, que hoy aqueja a muchos jóvenes? ¿Es casual que estas respuestas –o no respuestas– se den en un proceso de modernización, con consecuentes transformaciones en las tareas laborales y en la vida misma?
Si hablamos de llevar ciertas premisas hasta el absurdo, el filósofo francés Giles Deleuze consideró al texto de Melville como “violentamente cómico” y de esa forma se rebeló contra las interpretaciones simbólicas que otros analistas podrían haberle atribuido. En su ensayo “Bartleby o la fórmula”, dijo: “Bartleby no es una metáfora del escritor, ni es el símbolo de cualquier cosa. Es un texto violentamente cómico y lo cómico es siempre literal”.
Y agregó: “Un hombre delgado y lívido ha pronunciado la fórmula que enloquece a todo el mundo. ¿Pero en qué consiste la literalidad de la fórmula?” En primer lugar destaca la formalidad, pero después su rareza, porque si bien la construcción I would prefer not to, es gramatical y sintácticamente correcta, “su abrupta terminación, NOT TO que deja inacabado lo que rehúsa, le confiere un carácter radical, una especia de función límite”.
Deleuze sugirió que la fórmula, “que no es ni una afirmación ni una negación” es desestabilizante para el abogado, quien no titubeaba en declarar que su primera virtud era la prudencia y la segunda, el método y que a la vez se definía como “eminentemente seguro”. La conducta de Bartleby, tan misteriosa como incomprensible resulta insoportable de tolerar para el narrador, por lo que por fuera de la literalidad, trata de encontrar explicaciones, como cuando se dice que el copista le estaba destinado por “un desconocido propósito de la Divina Providencia”.
“Nada exaspera más a una persona seria que una resistencia pasiva. Si el individuo resistido no es inhumano y el individuo resistente es inofensivo en su pasividad, el primero, en sus mejores momentos, caritativamente procurará que su imaginación interprete lo que su entendimiento no puede resolver”, escribió Melville en su cuento. Y Deleuze confirma: “El abogado se sentiría aliviado si Bartleby no quisiera, pero Bartleby no rechaza, tan solo rehúsa una no-preferencia”.
Desde el funcionamiento cerebral, el comportamiento del abogado podría explicarse con la intolerancia a la incertidumbre (y el sucesivo ejercicio de inventar una realidad que no se llega a comprender) así como también con el concepto de disonancia cognitiva, que hace referencia a “la tensión o desarmonía interna del sistema de ideas, creencias y emociones (cogniciones) que percibe una persona que tiene al mismo tiempo dos pensamientos que están en conflicto”. La teoría del psicólogo estadounidense León Festinger plantea que, al producirse esa incongruencia o disonancia de manera muy evidente, la persona se ve motivada a esforzarse en generar ideas y creencias nuevas para reducir esta tensión y construir cierta coherencia interna. Así se explica por qué el narrador no echó a Bartleby, por más que no cumplía con sus tareas y por qué, en un afán de entender, justifica no desprenderse del copista en nombre de un capcioso mandato de Dios.
Ahora, volvamos a Deleuze y su análisis de literalidad. Cuando el abogado decía sobre el copista: “su maravillosa mansedumbre no solo me desarmaba, me acobardaba”, negaba, justamente la literalidad del personaje, porque no podía explicársela. El filósofo francés advirtió que el narrador no podría concebir que su empleado prefiriera nada antes que algo, “no una voluntad de nada, sino el crecimiento de una nada de voluntad”. Porque, seguía “Si Bartleby rechazara, aún podía ser reconocido como rebelde o insumiso, y poseer de este modo un papel social”.
También Deleuze rescata que lo que aflora es la “originalidad” de Bartleby, al convertirse en un hombre sin referencia a sí mismo ni a ninguna otra cosa, algo que es considerado por una sociedad que no logra captarlo como “desobediencia civil”, con pena de cárcel, “el único lugar donde el hombre libre podrá residir con honor”, según el escritor Henry Thoreau.
Ceballos rescató una idea similar en su artículo: “Sea real o imaginado, parece más o menos evidente que un Melville escribiendo desde el filo tendría que considerar, necesariamente, a Bartleby como el último hombre libre. El copista nunca hace explícitas las razones que lo llevan a optar por el inmovilismo, pero tenemos la sensación de que es su manera de esquivar un destino determinista, arbitrario y designado desde el exterior”.
Por último, si quisiéramos comparar la conducta de Bartleby con la anhedonia, si suponemos que el copista podría tener un síndrome de deficiencia de recompensa, no hay que ignorar (como en las interpretaciones previas) el ambiente, el contexto. Sin llegar a los extremos, ¿acaso hoy no vemos muchos casos de estos déficits en un escenario en constante transformación digital, en el que se necesitan “supraestímulos” para sentir algo de placer? Sobre el tema, un estudio comandado por Douglas Carroll publicado en la revista Neuroscience & Biobehavioral Reviews planteó que si se habla del síndrome amotivacional, “se dice que la motivación es adaptativa, mientras que su deficiencia es desadaptativa”. ¿Los límites entre plausibles diagnósticos y contextos suelen ser difusos? Sin saberlo, tal vez Melville dejó otro enigma, esta vez no literario, en su ya misterioso texto, que fascina por su opacidad hace muchísimos años. ¿Podríamos esbozar respuestas? Tal vez con la prudencia del narrador y con la fórmula de Bartleby, preferimos no hacerlo.
Referencias
• Melville, Herman. Bartleby, el escribiente. (1853)
•Deleuze, Gilles. Bartleby o la fórmula.
•Carroll, Douglas et. Al. The behavioural, cognitive, and neural corollaries of blunted cardiovascular and cortisol reactions to acute psychological stress, Neuroscience & Biobehavioral Reviews, Volumen 77, junio 2017.
• Ceballos, Noel. "Preferiría no hacerlo": La historia secreta de una de las frases más famosas de la literatura", Revista GQ, 9 de octubre de 2018