Pienso en el burnout y me imagino que subo a una nave espacial. Una que puede viajar en el tiempo, ir hacia el futuro, pero también al pasado.
Como única pasajera, cargo una fecha que se relaciona con mi historia de vida profesional. Cuando pienso en volver a ese momento, unas cuantas preguntas aparecen. ¿Qué cosas cambiaría, qué consejos le daría a esa versión juvenil de mí misma para evitar el agotamiento, elegiría la misma especialidad o buscaría otra más tranquila, cuántas horas semanales trabajaría, aceptaría hacer dos guardias seguidas, y los fines de semana o las fiestas?
Elijo sin dudarlo: la época de la residencia. Volver al pasado como una observadora silenciosa de ese momento y regresar al futuro modificada, al menos en este juego.
Julio del año 2000. Las coordenadas marcan un hospital en la Ciudad de Buenos Aires. La nave aterriza suave en el estacionamiento, son las 4 de una madrugada de un invierno helado. Al bajar, escucho a un grupo de médicos jóvenes que caminan por el playón. Reconozco la voz de una de ellas, muy parecida a la mía. En el frío de la noche, unas doctoras van con unas muestras al laboratorio. Me doy cuenta por qué. Seguro ingresó un paciente, y la historia clínica ―junto con los pedidos de laboratorio o rayos― debe estar resuelta antes de las 8, cuando se reúnan los médicos del servicio para el pase de sala.
Guardo distancia para seguirlas. Escucho una conversación y me entero de que son residentes de primero y segundo año. Que la sala de pediatría está llena por el brote de bronquiolitis y que ninguna pudo dormir esa noche.
La conversación me resulta familiar. Es bien sabido lo poco que se duerme los dos primeros años de residencia. Cualquiera pensaría que el destino de estas médicas se resuelve a la mañana siguiente, cuando después del pase de guardia se vayan a sus casas a descansar. Sin embargo, no es así, cuando el pase termina cada una sigue con sus actividades programadas. Consultorios externos hasta el mediodía, un nuevo pase de sala para dejar las indicaciones a los médicos que se quedan y después prepararse para los ateneos y las clases que se dan a la tarde.
Una cuenta rápida me dice que estas residentes hace más de treinta horas que no descansan. Al menos no de una manera efectiva. Su sistema nervioso, moldeado por el estrés y la falta de sueño, abunda en dopamina.
El reloj marca las 5 p. m. Una de las médicas está por salir. La sigo, manteniendo una distancia prudencial. Subo con ella a un colectivo que viene lleno. Conozco el devenir, agarrada de la baranda se va a dormir parada. Puedo entenderla, me pasaba lo mismo. El colectivo se mueve como si fuera una cuna. Imposible, después de haber estado treinta y seis horas despierta, no quedarse dormida.
Su parada está cerca. Si no se levanta, como habitualmente sucede, tendrá que tomar otro colectivo. Me siento empática, creo que soy ella. Me acerco y la toco con disimulo. Esa versión de mi juventud se despierta y apura el paso entre la gente para tocar el timbre de bajada. Después camina medio entredormida por las calles de Villa Crespo, un auto le toca bocina y el conductor la insulta. Es que no se dio cuenta y cruzó en rojo.
Me pregunto mientras la veo entrar a su casa: ¿cuántas horas de sueño le debe a su cuerpo, cómo gestiona ese estrés, es el sistema de residencias o somos los médicos los que nos sometemos a estos regímenes agotadores?
Vuelvo a mi nave espacial. Programo la fecha actual y veo que hoy, veinte años después, no hubo tantos cambios, aunque todos hablamos de burnout.
Byung-Chul Han, un filósofo surcoreano-alemán, escribió un libro devenido best seller: La sociedad del cansancio. En este ensayo, él afirma: "así como la sociedad disciplinaria de Foucault producía criminales y locos, la sociedad que ha acuñado el eslogan ‘Yes we can’ produce individuos agotados, fracasados y deprimidos". Y agrega, "la explotación a la que uno mismo se somete es mucho peor que la externa, ya que se ayuda del sentimiento de libertad. Esta forma de explotación resulta, asimismo, mucho más eficiente y productiva, debido a que el individuo decide voluntariamente explotarse a sí mismo hasta la extenuación".
¿Víctima y verdugo, explotador y explotado, son la misma persona? Si es así, el autoconocimiento sería el único camino posible para liberarnos. En el dintel del templo de Apolo en Delfos está grabada la frase que Sócrates popularizó: "Conócete a ti mismo y conocerás el mundo".
Es tiempo de empezar.
* Dra. Romina Rissolo. Coordinadora de la Comisión de Bioética del Colegio de Médicos del Distrito V y creadora del podcast Diarios de bioética.
Diarios de Bioética es un podcast de la Comisión de Bioética del Distrito V del Colegio de Médicos de la Provincia de Buenos Aires, estrenado en 2024. Esta propuesta nació para explorar y analizar los complejos dilemas éticos que atraviesan nuestra sociedad. Diarios de Bioética está disponible en Spotify y YouTube. Invitamos a todos sumarse a la conversación y reflexionar sobre los desafíos éticos que nos atraviesan como sociedad. INSTAGRAM: diariosdebioetica / FACEBOOK: Diarios de Bioética.