Fabiola Czubaj / Enviada especial
LINDAU.- Las callejuelas empedradas que zigzaguean en esta pequeña isla alemana estuvieron más pobladas que de costumbre para esta semana de verano. Así comentaron dos mozos de impecable delantal blanco entre las mesas de uno de los clásicos cafés en Maximilanstraße, la calle principal. Se referían a unos 600 visitantes que caminaron por esta villa bávara durante toda esta semana.
Fueron 26 premios Nobel de medicina y química que trataron de atender cada pregunta que les hacían 566 aspirantes a tomar la posta de los descubrimientos que en el siglo pasado modificaron la prevención y el tratamiento de muchas enfermedades. Y los laureados no perdieron oportunidad para demostrarles que les legaron la responsabilidad de buscar las respuestas que los problemas de salud globales, como la resistencia a los antibióticos, están demandando a la ciencia.
Ese grupo de "elegidos" representa a poco menos del 3% de los 20.000 candidatos de 77 países que aspiraron a ocupar una silla en el auditorio del Insenhalle, el centro donde se realizó la 61a. edición de la Reunión de Lindau.
En algo coincidieron los Nobel, algunos ya cerca de los 90, y los más jóvenes: las enfermedades ya no tienen fronteras. No sólo por las migraciones y el turismo, que movilizan a millones de personas cada año, sino también porque la diabetes, el cáncer, las cardiopatías, la tuberculosis, las enfermedades autoinmunes, los trastornos psiquiátricos o siglas como VIH o VPH, por los virus causantes del sida o del cáncer de cuello uterino, se transformaron en problemas de salud pública global. No afectan a familiares, amigos o vecinos solamente.
"No hay duda de que las enfermedades se globalizaron", dijo a La Nacion el doctor Martin Evans, premio Nobel de Medicina (2007) por descubrir con Mario Capecchi y Oliver Smithies cómo crear ratones genéticamente modificados, que hoy utilizan miles de científicos en el mundo para sus experimentos. "El problema -continuó- es que necesitamos regulaciones globales. Tenemos buenas normas en algunos países y aunque la Organización Mundial de la Salud hace lo que puede, no legisla. Los países, o quizás un organismo supranacional, deberían establecer normas generales."
En tanto, el doctor Peter Agre, premio Nobel de Química 2003 y actualmente en el Instituto de Investigación de la Malaria de la Universidad Johns Hopkins, advirtió sobre el costo social que tendrán las adicciones, incluidas la comida y la bebida, y otras enfermedades, como las psiquiátricas. "Deben saber -les dijo a los más jóvenes- que en la próxima década, ésas serán las áreas de la medicina con más necesidades." Y les recordó: "La medicina no viene de la industria farmacéutica. Contamos con mucha información para prevenir cánceres y las enfermedades cardiovasculares; sabemos, por ejemplo, que el tabaquismo o la alimentación pueden causarlos. Hay mucho que se puede hacer sin esperar un fármaco milagroso".
De hecho, por ahora, la solución no llegará a partir de "leer" nuestra información genética. "La medicina individualizada, con la información basada en el genoma, es lo que se viene, pero está por lo menos a 20 años de distancia", aseguró el doctor Hamilton Smith, ganador del Nobel de Medicina (1978) por el descubrimiento de un tipo de enzimas que le permitió secuenciar el genoma de la bacteria H. influenza y, luego, le dio un papel clave en la decodificación del genoma humano.
Pero quedó claro que las investigaciones están construyendo un camino hacia una medicina que será personalizada, predictiva, preventiva y participativa. "Es decir, que las decisiones se tomarán con los pacientes", aclaró el doctor Aaron Ciechanover, que en 2004 obtuvo el galardón en Química por explicar cómo se produce en el organismo la degradación de las proteínas, un proceso que cuando no funciona da lugar a trastornos neurodegenerativos o enfermedades inflamatorias.
En tanto, Evans opinó que lo más difícil es ahora determinar cómo implementar la medicina personalizada en los sistemas de salud vigentes, mientras que Agre sumó más realismo. "Por ahora -dijo-, las decisiones políticas no se están tomando en función de la biología."
Varias fueron las presentaciones que más ovacionaron los "estudiantes", como los llaman a los científicos jóvenes más de un laureado. Una, la del doctor Smithies, que este mes cumple 86 años, generó admiración en un auditorio que lo escuchó en silencio, sólo cuando no bromeó sobre "el récord" de su primer estudio publicado en los 50 ("Nadie lo citó") o los problemas de descargas eléctricas de una máquina de electroforesis que diseñó en su laboratorio.
¡A tomar notas!
La historia de "un fabricante de herramientas", como se autocalificó Smithies. "Sigo trabajando en la misma mesa. No dirijo ningún centro. Soy un niño de la ciencia", dejó en claro, como poniéndose a la altura de los jóvenes que lo escuchaban. Luego, proyectó sobre una pantalla gigante los apuntes a mano que realizaba de cada experimento. "Siempre tomen buenas notas", aconsejó, para organizar mejor las ideas.
Además, no faltaron los laureados que invitaron a los más jóvenes a trabajar con enfermedades como la malaria, la tuberculosis y las enfermedades olvidadas, como la leishmaniasis o el Chagas. Una vehemente Ada Yonath instó a ocuparse en hallar nuevos antibióticos. Sólo la súperbacteria Estafilococo áureo resistente a la meticilina causa 100.000 muertes por año en el mundo.
Premio Nobel de Química (2009) por describir la maquinaria interna (ribosoma) de las bacterias que la mitad de los antibióticos disponibles atacan para eliminarlas, Yonath dijo que es urgente desarrollar terapias para vencer la resistencia de esos microbios, tanto por el mal uso de los tratamientos como por la capacidad natural que poseen de pelear para subsistir. "Es el mayor problema que hoy está teniendo la medicina."