(Aclaración: al momento de escribir la nota sólo se habían estrenado los primeros dos capítulos de “And just like that” vía streaming. Se sumarán cada semana).
Una de las series ícono de fines de los ‘90s que supo dejar su impronta en los tempranos 2000 fue Sex and the City. No faltaba grupo de amigas que no se reuniera en alguna casa cuando se estrenaba una nueva temporada por cable. No importaba que las espectadoras no estuvieran en la treintena como en el caso de sus protagonistas (salvo Samantha, que pisaba los 40); cualquiera podía sentirse identificada con las historias de amor (tóxico, frustrado, romántico, de mandato), comunes a cualquier etapa de la vida y a cualquier época de la historia. Y también con las historias de sexo (muchas veces silenciadas) que estas cuatro mujeres contaban en confesiones desopilantes.
Tampoco era un obstáculo para la identificación el estilo de vida glamoroso de las amigas, que por los departamentos que habitaban en pleno Manhattan, sus consumos y pasatiempos, debían ser muy pudientes. De hecho, para justificar los gastos de Carrie Bradshaw (Sarah Jesica Parker) siendo periodista y columnista de sexo en el diario The New York Star, decían que su alquiler del monoambiente en el Greenwich Village era bajo por ser “de renta controlada” y que la posibilidad de tener ahorros se había esfumado en su colección de zapatos, entre ellos los legendarios Manolo Blahnik.
Mucho pasó desde el fin de la serie en esta ficción –dos películas, bastante fallidas– y en el mundo, desde diversas transformaciones culturales hasta la pandemia de COVID-19, algo que las tiras ya no pueden ignorar (al menos que estemos frente a una distopía o un mundo paralelo). Ante este contexto de transformaciones vertiginosas se estrenó And just like that (2021, HBO MAX), que muestra a tres de las cuatro amigas (Kim Katrall, que interpretaba a Samantha, quedó afuera por conflictos que arrastraba con la protagonista de la serie, Sarah Jessica Parker) a sus 55 años, en un mundo vertiginoso.
No tocaremos aquí cuestiones argumentales para evitar los spoilers o no repetir lo que ya se publicó hasta el hartazgo en otros sitios. En su lugar, haremos un análisis sobre la lucha de estas amigas para mantenerse vigentes. Hablaremos sobre cómo Carrie, que se jactaba de correr en tacos con tal de lucirlos, parece quedar atrás en un mundo vertiginoso. De cómo Charlotte, la más romántica y tradicional de todas (y también por eso, la más burlada entre sus amigas) es quizá la que se siente más cómoda en su propia piel (aunque se prevé que en los próximos capítulos le esperan nuevos desafíos). Y de cómo Miranda duela una forma de ser, siempre con una copa en la mano.
Recordemos primero a Carrie, la columnista pero también periodista de moda que se jactaba de no tener celular. De hecho, la escena final de Sex and The City muestra cuando ella camina por la calle y atiende ¡al fin! un teléfono móvil en el que, con un llamado, se devela también cómo se llama su tóxico pero incondicional amor apodado durante toda la serie “Mr. Big” (el nombre más simple que el idioma inglés podría ofrecer: John).
Hoy, una de las primeras escenas de And just like that muestra a una Carrie con un celular sacando una foto a alguien curiosamente vestido, porque ¿qué ícono de la moda actual prescindiría del Instagram? “Empecé como algo para mí, sacar fotos de gente de looks singulares”, dice frente a sus amigas, como justificándose, cuando en realidad se justifica con la audiencia, con la época, con el cachetazo del cambio. Ella sabe que para “existir” hay que hacer ciertas concesiones, incluso en convicciones fuertes que podían confundirse con ideologías.
Charlotte (Kristin Davis) sigue siendo fiel a su apodo de “la princesa del Upper East Side” (el área más costosa de Manhattan) y aparece con dos vestidos de Oscar De la Renta para sus hijas, que compró para el concierto de piano de Lilly, una de ellas. Lilly lo recibe feliz, pero Rose, su hermana, odia la prenda y la adapta a su estilo (le pone una remera arriba y un gorro tipo animal), lo que anticipa un aprendizaje que debe hacer, o bien sobre género o sobre cánones de belleza.
Miranda (Cynthia Nixon), por su parte, parece tener una disputa entre lo que piensa y lo que siente. Quiere dejar el derecho corporativo para hacer un curso de posgrado más humanitario. Si de looks hablamos, ya no luce su cabello rojo tradicional sino que se deja las canas (algo que hoy no está del todo claro si es por empoderamiento o moda). De hecho, cuando Charlotte le pregunta si piensa volver a teñirse para empezar la facultad, Miranda le contesta que el pelo no la define. Pero cuando se queda sola con Carrie, le pregunta si su cabello le queda bien. Carrie contesta: “Fabuloso”.
Pero lo más triste de Miranda es que parece haber perdido su acidez impecable, el rasgo que la hacía sobresalir entre las amigas. No era la mejor vestida, ni la más osada, ni la más rica: era la abogada de los trajecitos que se destacaba por ser la más inteligente, centrada y graciosa. Ahora, cuando se tiene que enfrentar a una nueva clase, no para de pasar papelones, por no saber callar a tiempo. Una persona de su humor no sabe cómo lidiar con la corrección política actual. Sufre cuando su pensamiento expansivo de los 90’s (lleno de buenas intenciones) suena desubicado y hasta racista para las generaciones más jóvenes. También se presenta frente a ella la dicotomía “libro impreso o e-book”, pero eso es solo un accesorio.
Para los que sí vieron los dos primeros capítulos de esta secuela, sabrán que aquí se omite hablar de ciertos eventos trágicos de la trama. Solo se pretende hablar de “las otras tragedias” que deben enfrentar nuestras amigas televisivas, que están asociadas con el mero hecho de crecer.
La primera es que la amistad, esa que creíamos tan sólida, no dura para siempre. Porque Samantha viaja a Londres por trabajo, pero también tras una fuerte pelea con Carrie. Ninguna puede volver a dar con ella y así las chicas reciben el cachetazo de la fragilidad de los vínculos que creíamos inquebrantables. Quizá en esa premisa todavía nos podemos identificar. Recordemos las juntadas para ver una nueva temporada de Sex and the City. ¿A cuántas de esas amigas seguimos viendo? ¿Esos lazos que creíamos para siempre se extinguieron por orgullo, disputas irrisorias o simplemente por descuido?
Otra de las tragedias es la del miedo a la obsolescencia. Porque la graciosa Carrie se suma a un podcast humorístico conducido por una persona no binaria apodada Che (interpretada por Sara Ramirez). Carrie vendría representar a la mujer cisgénero, mientras un hombre desarreglado y mucho más joven que ella, al macho. Sus compañeros se ríen de Carrie porque no compartió de manera gráfica detalles sobre la sexualidad. “Yo soy más de hablar de relaciones”, dice con algo de vergüenza, sintiéndose entre obsoleta y criminal por querer resguardar un poco de sutileza en una época en la que todo se muestra de forma explícita.
Por no querer adaptarse del todo a las nuevas narraciones, Che (por Cheryl, aunque le preguntaron si era por el Che Guevara) le advirtió que podían tratarla de “pacata” y “estirada”. Justamente a ella, la osada.
Y, por último la tragedia de que, por más que contemos con un grupo de amigos y amigas incondicionales, en cierto punto no dejamos de estar solos en nuestro dolor. Carrie lo supo en uno de los momentos más difíciles de su vida, en donde se encontró con muchas otras personas que solo estaban interesadas en “lo mucho que ellos la entendían”, en “cómo sentían en carne propia su dolor”, en cómo “ellos sufrían”. Algo que por cierto, Carrie también hizo en temporadas anteriores con sus mejores amigas, cuando sus historias parecían callar a las de las demás, cuando sus ganas de contar parecían superar con creces las ganas de escuchar.
Por todas estas cosas y más allá de las críticas recibidas, vale la pena sintonizar And Just Like That. Sabemos que Carrie, Miranda y Charlotte serán capaces de adaptarse, que una nueva amiga de Charlotte ocupará la silla vacía de Samantha y que saldrán airosas tras los desafíos que les plantea la nueva normalidad, no solo porque esto es una serie, sino también porque aunque se hace difícil identificarnos con ellas en un mundo postpandémico y empobrecido, deseamos que les vaya bien, con lo que se pueda, con lo que quede.
En momentos en que el planeta es otro, la cultura es otra y el “edadismo” parece estar potenciado, una escena disfrazada de guiño es en verdad fundamental y reparadora: cuando Carrie abre su gigante armario y se encuentra con su colección de zapatos. Porque cada par marca un momento de su historia, una parte de su vida. La ayuda a recordar quién fue y quién es. No podrá escapar a las tristezas, pero al menos es capaz de embellecer los pies que pone sobre la tierra.