Por el Dr. Esteban Crosio | 14 JUL 19

Nochería (relato)

Un relato sutil y conmovedor que teje la trama de emociones de los médicos residentes; entre la desolación y el enamoramiento. La pasión en tiempos de modafinilo
Autor/a: Esteban Crosio Fuente: IntraMed 

"Y en lo más sutil de los cuerpos sutiles
Lejos de la noria de causas y efectos
Se tiene el corazón que se trae por defecto
Así como Aquiles, por su talón, es Aquiles"
Jorge Drexler

1-El hospital Urquiza era una burbuja en la ciudad, un rectángulo de las Bermudas que te fagocitaba sin aviso ni pedido de rescate. Cotidianamente se respiraba un galope frenético, conducido en gran parte por los jóvenes galenos en formación de casi todas las especialidades. Cuando agonizaba la tarde, sus dos grandes galerías reflejaban una desolación interminable. Las mismas que a plena luz del día recorría Lucía con su enorme sonrisa a cuestas. En su carpeta estampada con la foto de su escritor favorito archivaba los detalles de cada uno de los pacientes que tenía a su cargo, desde el último hemograma hasta rasgos de la personalidad. No era nada sencillo sobrevivir a los 3 años de residencia de Clínica Médica en ese alienante ecosistema. Pero ella se sentía más preparada que nunca para el desafío que había anhelado desde siempre, tal vez sin darse cuenta, desde que auscultaba a su abuela con un estetoscopio de juguete. Horacio, el perfecto antihéroe de cualquier historia, no dejaba de preguntarse qué hacía ahí sufriendo a diario el vértigo de seminarios, maratónicos pases de sala y camas que se incendiaban en cualquier momento…

2-Qué traicionera es la nostalgia que genera la noche. Nos hace extremadamente vulnerables. Potencia los sentidos, expone nuestros miedos. Esos temores que están en la naturaleza humana y que encontraron a Lucía y Horacio a cargo del “trabajo sucio” del servicio. La Nochería era el nuevo sistema a través del cual dos médicos se harían cargo durante un mes de la guardia nocturna, entregando su
ritmo circadiano a la perversa contienda de sobrevivir a lo inesperado. Una sala de internación que funcionaba a modo de ruleta rusa, tormentas de ingresos y corridas al laboratorio marcaban el compás de la orquesta noctámbula. Probablemente para Horacio reencontrarse con Lucía ante ese reto noctívago era el salvavidas que lo rescataría de su odisea hospitalaria diurna. Ese reencuentro era la revancha de aquella mañana que contempló su presencia por primera vez en la escalera principal del hall de ingreso de la Facultad de Medicina. Descubrir esa sonrisa cómplice casi perfecta lo anestesió. Ese andar con una sensualidad sublime, flameando sus rulos color almendra mientras humedecía inocentemente con la lengua su diastema escondido detrás del labio superior, hizo que pierda toda capacidad de reacción. Las baldosas le mordieron los tobillos. Desde ahí nació la eterna duda de si en ese instante fue invisible o su estupor lo delató. El apocalipsis nació en ese cruce falsamente  apasionado entre Lucía y su novio. La puñalada venenosa en los propios ojos de Horacio. El rencor alérgico por los futuros tiranos de subsuelos. La misma angustia que germinaría en la Nochería.

3- El dolor durante la Residencia se sufre en dosis. Cada error es una inyección intravenosa de culpa. Una omisión se transforma en el mayor de los delitos. La más ingenua de las dudas es juzgada por la mirada verticalista del residente superior, quien al fin de cuentas es tan solo uno de los peones en esa hoguera de vanidades. El cuerpo y la cabeza van a distintas velocidades. Confiás en saber todo y realmente no sabés nada. Y así ante cada nueva guardia Lucía iba perdiendo su fortaleza. La sonrisa se le apagaba, su carisma había mutado. Las historias clínicas eran la prueba fidedigna del desequilibrio emocional que pesaba sobre su espalda. Los ojos se le encharcaban frecuentemente y el pulso le temblaba a la hora de evolucionar sus pacientes. Un suspiro melancólico llenaba la atmósfera de la oficina de médicos. Y entre esa neblina de hipersensibilidad, Horacio era el bastón para poder deambular codo a codo por los laberintos místicos del hospital. Un sostén temporal y descartable en un mundo donde los románticos irremediables rara vez logran la hazaña de ganarle a lo invencible.

4-“Creo que esto no es para mí, me desconozco”, sentenció culposamente Lucía sin levantar la frente, mientras se autoconvencía en vano jugando a acomodar el mate congelado que adornaba la mesa de sala 2 desde hacía varias horas. El ritual del café después de completar los ingresos y realizar el último control de signos vitales a los internados críticos era una necesidad extrema para recargar energías y tratar de alejar todos los fantasmas que deambulaban por la mente. Horacio la miró fijo disimulando el desconcierto y apoyó su taza sobre el escritorio, esperando en silencio el argumento que nunca apareció, incubando al mismo tiempo una respuesta lo más piadosa posible. Esta vez no había caramelo de menta y chocolate ni comentario irónico que emparche esa declaración. Después de esos segundos interminables acomodó el estetoscopio en su cuello y se levantó, atinando a correr la cortina de la ventana que escondía un sol que enceguecía como el lamparón de un quirófano. “No es momento todavía de tomar ciertas decisiones. ¿Tenés la última glicemia de la cama 312?”, preguntó en un intento de postergar en el tiempo una resolución con aroma a indeclinable.

5- Se sube el telón del Seminario Central. Varón de 29 años con antecedente de insuficiencia renal crónica ingresa por cuadro de dolor abdominal y fiebre de 72 horas de evolución. Luego de la introducción al caso, un anfiteatro repleto emulando medio Coliseo Romano espera expectante la sinfonía académica de Lucía. Egocéntricos nobles y plebeyos resistentes se entremezclan en las gradas. Todos serán testigos de una exposición deslumbrante en la cual las palabras suenan como acordes simétricos al mismo ritmo que resuelven paulatinamente el diagnóstico final. Una analogía sublime con Rayuela permite jugar con el ir y venir de los registros febriles y la aparición inesperada de una anemia aplásica. Los laboratorios diarios se expresan tabulados con la misma prioridad que el grado de sufrimiento del paciente a través de una innovadora escala. Jaque al rey. La Medicina Narrativa irrumpiendo para quebrar los moldes de la solemnidad. El Pont des Arts de fondo y una frase de Hunter Adams en la última diapositiva cierran el relato generando un silencio reflexivo y abrumador, un sonido tan apabullante como aquel que se percibe cuando un médico fracasa en el intento de transmitir un pronóstico irreversible.

 

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