¿Por qué la mentira tiene éxito? | 27 OCT 14

Charlatanes

"Las mentiras tienen las patas cortas pero los charlatanes las piernas muy largas". Un estudio antropológico de la charlatanería.
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Por Javier Salas

La antropóloga argentina Irina Podgorny acaba de publicar el libro ‘Charlatanes’ en el que muestra el nacimiento y la evolución de los curanderos y vendedores de remedios que recorrieron Europa y América confundiéndose con científicos, descubriendo nuevos modos de engañar a la gente y escapando una y otra vez de la persecución

Hubo un tiempo en que la frontera entre la medicina y la charlatanería era muy difusa, hasta el punto en que médicos y charlatanes trabajaban juntos. Un tiempo de curanderos que se hacían pasar por científicos y de científicos que se asombraban por los conocimientos de los charlatanes. En aquellos siglos, entre el XVII y el XIX, se consolidó esta tradición de hombres que iban de pueblo en pueblo engañando a sus habitantes con remedios inútiles y que todavía sigue vigente aunque sea con medios más sofisticados.

Irina Podgorny
La paleontóloga Irina Podgorny. / Adriana Miranda

Investigadora del CONICET en el Archivo Histórico del Museo de La Plata (Universidad Nacional de La Plata), nacida en Quilmes en 1963, estudiosa de la paleontología y la anatomía comparada en el siglo XIX, ha estudiado el comercio de colecciones de historia natural y la creación de museos. Coordina la elaboración del Diccionario de la Historia de la Ciencia de Argentina.

La antropóloga argentina Irina Podgorny (Quilmes, 1963) ha estudiado cómo eran aquellos charlatanes, una radiografía muy útil para entender cómo son los de ahora. Investigadora del CONICET, llegó el mes pasado a Europa para recoger en Berlín el premio Georg Forster de la Fundación Alexander von Humboldt, otorgado por su trabajo como historiadora de la ciencia, por ejemplo, siguiendo el rastro de los primeros huesos de dinosaurio con los que se traficó tras la ruptura del orden colonial.

En la actualidad, está trabajando en el Diccionario de Historia de la Ciencia en Argentina, cuyo primer volumen saldrá el año que viene, y en la biografía paleontólogo argentino Florentino Ameghino. Un “sabio nacional”, un padre de la patria, a través de quien aterrizó en la vida de un tipo excepcional: el charlatán Guido Bennati, un italiano que paseó por toda América del Sur un museo de historia natural que usaba como atractivo para vender sus remedios curalotodo. De su estudio surgió el libro que motiva esta entrevista: Charlatanes. Crónicas de remedios incurables (Eterna Cadencia).


Entrevista

¿Cómo llegó al estudio de los charlatanes?

Los padres de la ciencia no están solos. Tienen múltiples facetas como los objetos que coleccionan, que tienen múltiples significados para distintas personas y que no se pierden cuando se incorporan a colecciones científicas. Descubrí a un charlatán italiano, llamado Guido Bennati, porque Florentino Ameghino realiza una excelente reseña sobre sus museos que publica la prensa en 1883. Lo más granado de la ciencia de Buenos Aires celebra la llegada de este señor, y lo mismo pasa en otras ciudades argentinas, en Sucre, en Bolivia… Son personajes que se hacen pasar por arqueólogos, geólogos, naturalistas viajeros, que conocen la bibliografía y que pueden lograr que la gente crea que lo que dicen es plausible. Están repitiendo lo que leen, que es mucho, en una época en que no existen esas carreras de manera profesional.

“Desafían el concepto de experiencia, ¿cómo es posible que la gente les siga comprando?”

¿Y en qué se diferencian estos charlatanes decimonónicos de los que vemos ahora en la televisión?
Yo siempre digo que para mí el mundo se acaba en 1910 (risas). El fenómeno del charlatán es viejísimo. El señor que va de plaza en plaza —ahora en televisión, los medios son otros— ofreciendo remedios curalotodo ha existido siempre. Es curioso que muchos de los remedios que ofrecían son de la medicina académica de la época, del siglo XVII o del XVIII, recomendados por doctores y universitarios y que ninguno de nosotros hoy tomaría en serio: si uno ve los recetarios de la época son remedios de curandero. Pero en aquel momento, los charlatanes los popularizan, los sacan de los entornos aristocráticos a la plaza del mercado. Como profesión, la charlatanería y la venta de mentiras o de cosas que no son lo que dicen ser es viejísima. Por eso, los charlatanes desafían ese refrán que dice que “la mentira tiene las patas cortas” porque ellos parecen tenerlas muy largas y sobreviven por todos lados. Y también desafían el concepto de experiencia: ¿cómo es posible que si los charlatanes son un fenómeno tan viejo, y han vendido por siglos remedios que no curan, la gente los siga comprando?

Caricatura de Guido Bennati publicada por la prensa en 1883.

Cuando se descubre el engaño los echan del pueblo. Pero no se inmunizan frente al próximo curandero.
El mecanismo es: echamos a este y damos la bienvenida al que sigue. Surgen conflictos con los médicos, se les muere algún paciente, etc. pero eso no impide que al día siguiente llegue otro charlatán y se le dé una buena acogida. ¿Cómo un personaje puede sobrevivir a contextos históricos tan diferentes, locales y temporales, y sin embargo mantener una estructura que casi no cambia? Es como si la experiencia ni se acumulara ni se transmitiera. No tengo explicación y tampoco me gusta acudir a explicaciones de psicología social, simplemente señalo que el charlatán se enfrenta a los límites de lo que uno cree que es la experiencia y lo que uno aprende de la experiencia. Para la divulgación científica es terrible, ofrece un pesimismo total.

¿Es más fácil que cuajen las palabras de un charlatán que las de un divulgador?

Hay una diferencia fundamental: los charlatanes lo saben todo. Son infalibles, mientras que los científicos y los divulgadores a veces te dicen “no sé, no te lo puedo explicar”. Es más fácil decir que uno lo sabe todo que señalar los límites del propio conocimiento. Ellos pueden curar cualquier enfermedad, han conocido todo el mundo… Un científico y un divulgador te señalan que las cosas no son ni blanco ni negro, que hay matices… Pero es más fácil decir: aquí están los buenos y aquí están los malos.

¿No hay un remedio contra ellos? ¿Algún mecanismo que se haya puesto en práctica a lo largo de la historia para hacerles frente con éxito?

 

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