Cirugía mínimamente invasiva | 14 SEP 11

Operaciones de obesidad sin bisturí

La intervención, que se realizada por endoscopia, grapa la zona que produce la hormona del apetito - El posoperatorio apenas dura un día.

EMILIO DE BENITO  -  Madrid 
 
Son la última expresión de las cirugías mínimamente invasivas, en este caso aplicadas a la reducción de estómago: las operaciones sin bisturí ni hilo de sutura, dos de los ingredientes que parecen indispensables en cualquier quirófano. Y con resultados palpables y, sobre todo, pesables: los 19 kilogramos que ha perdido Enrique Lucini en el mes que ha pasado desde que se sometió a una intervención de este tipo.

"No lo hice por coquetería; fue una medida preventiva", recuerda Lucini. El hombre, madrileño de 49 años -aunque vive en Tenerife-, mide 1,85 metros y pesaba 131 kilogramos. "Estaba relativamente bien, la analítica era buena. Lo único que tenía eran apneas y unos ronquidos salvajes. Pero uno se acerca a los 50 años y tiene que tomar precauciones", dice.

De todas las opciones que se le plantearon para perder peso, eligió la cirugía de obesidad primaria por endoscopia. En inglés queda mucho mejor: las siglas forman la palabra POSE, la última novedad en este tipo de operaciones, como explica el médico Adelardo Caballero. "Es tan nueva que lleva menos de un año haciéndose en el mundo. En España solo la ofrecen la clínica Teknon de Barcelona y nosotros", dice el médico quien, como otros facultativos que trabajan en la sanidad privada, reparte su tiempo entre la clínica USP San José, la de La Luz (en Madrid) y una propia, que es donde, en este caso, hace el seguimiento del paciente.

"Nosotros todavía operamos con los americanos que inventaron la técnica aquí. De alguna manera estamos todavía en fase de entrenamiento. Nuestro objetivo es ofrecer la máxima eficacia con el menor riesgo", apunta el especialista. En los tres meses que hace desde que empezaron a operar con esta técnica ya han intervenido a una veintena de personas.

La operación parece sencilla. Una vez anestesiado el paciente, se le introduce por la boca un endoscopio que tiene en su extremo una especie de pinza que sirve para poner grapas en el estómago. "Se pinza hacia dentro, de manera que lo que se deja en contacto es la parte de fuera del estómago, que cicatriza y se une; así no hay peligro, como en otras intervenciones, de que se vuelva abrir el estómago, porque lo que se pone en contacto no es la mucosa, que pega muy mal", indica el médico mientras dobla un papel para explicar de manera gráfica el proceso que se aplica a esta cirugía.

Así contado parece fácil. "Pero hay que saber dónde y cuánto grapar", matiza el médico. En el caso de Lucini necesitó 15 grapas, y la intervención duró apenas 45 minutos. "En algunas llegamos a la hora y media, pero no es lo normal. Según vayamos perfeccionando la técnica el tiempo irá bajando", dice Caballero.

Con este modelo de operaciones se consigue disminuir la capacidad del estómago del paciente, que es la base de todas las intervenciones de reducción de este tipo. Pero se hace de una manera muy selectiva. "Cerramos sobre todo el lumen [la parte superior del estómago, la más cercana a la entrada del esófago]", explica el médico. Y, al intervenir ahí, se obtiene un efecto añadido, porque es en esa zona donde se produce la grelina, que es la hormona que cuando llega al cerebro le da la señal de que el paciente tiene apetito. "Al reducirla, se produce un efecto saciante", explica el cirujano.

 

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