Dr. Francisco Paco Maglio | 02 DIC 09

¿Y si al interrogatorio le sumamos el “escuchatorio”?

Un texto y un video para no perderse. ¿Qué nos está sucediendo en la relación médico-paciente? ¿Qué cambia? ¿Qué se pierde, qué se gana? ¿Quién se anima a escuchar "historias de vida" y no sólo "hisotrias clínicas"?
Fuente: IntraMed 
INDICE:  1. El escuchatorio | 2. Carta al lector desprevenido
Carta al lector desprevenido

Estimado lector:

Me llamo Francisco Maglio, pero todos me dicen Paco: es la diferencia entre la identidad legal y la social. Me quedo con la segunda, que es la que figura en la tapa de este libro.

Nací el 24 de abril de 1935 en Buenos Aires, en el barrio de San Cristóbal, a dos cuadras del límite con Boedo, barrio al que me mudé hace más de treinta años. Junto a mis abuelos, mis padres y mi hermana tuve una infancia feliz y una mejor adolescencia. Ahora mis hijos son mi orgullo y  mis nietos, hermosos regalos. Adelita, mi mujer, es mi todo, es mi yo. Además, como dice el tango: “la vida me dio en oro un montón de amigos”. Por eso, gracias a mi familia, gracias a mis maestros, gracias a mis amigos, en fin, gracias a Dios. ¿Qué más se puede pedir? Cuando uno no tiene más que pedir es porque tiene que dar, y precisamente ése es el motivo de este libro: dar, aunque sea en parte, todo lo que la vida me dio.

Si bien soy médico, éste no es un libro de medicina, aunque algo de medicina tiene. Para explicar esto, permítanme que les cuente algo de mi vida. Decía el Principito, con su habitual sabiduría, que “lo esencial es invisible a los ojos”. Pues bien, después de estar treinta y cinco años mirando la medicina con ojos de biólogo –lo que en sí mismo no está mal porque es necesario–, sentía que me faltaba lo esencial, lo invisible.

En medicina en general y en salud en particular, lo esencial está en lo social, y con esto me refiero a lo histórico, a lo ideológico, a lo político, a lo económico y a lo cultural. Porque las cosas en la vida pasan por algo y también por algo nos enfermamos y nos curamos, no son casualidades. Como decía Borges, "todo encuentro casual es
una cita".

Es así que en 1990 dejé la medicina asistencial –medida que fue calurosamente recibida por mis pacientes– y concurrí a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires en búsqueda de otros marcos teóricos y metodológicos que me permitieran reflexionar críticamente sobre lo vivido todos esos años y seguir, así, con la realidad médica actual. Ese lugar lo encontré en el Departamento de Antropología Médica, donde me abrieron otros ojos, para que “lo esencial se haga visible”. En este punto, quiero hacer público mi reconocimiento y gratitud al ponderable esfuerzo –con una infinita paciencia– de los que fueron y siguen siendo mis profesores de antropología médica, orientándome en este camino que me propuse después de cuarenta años de médico. Por eso, desde aquí, gracias, Mabel Grimberg, gracias, Susana Margulies, gracias, Ana María Domínguez Mon y gracias especialmente a vos, Santiago Wallace, que desde el cielo –dónde, si no, vas a estar–, me seguís guiando. También a mi amiga Victoria Barreda –la entrañable “Vicky”–, que aunque no lo sepa me enseña antropología en forma “peripatética” en nuestras periódicas reuniones del Comité de Bioética del Hospital Muñiz.

Comenzó entonces otra etapa de mi vida, no solamente médica. En la primera, que podría llamar “biomédica”, me dediqué tanto a lo asistencial como a la docencia e investigación. Publiqué como autor y coautor más de cien trabajos “científicos” y lo entrecomillo porque ahora, a la distancia, confieso que la mayoría me avergüenza,
no porque sean de mala calidad en lo técnico, sino justamente por eso: por ser exclusivamente técnicos.

 

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