Primera parte | 25 OCT 06

Los errores médicos

No existe paradoja más singular que la de los médicos provocando muertes o produciendo daños, especialmente si consideramos que su misión y su responsabilidad social son precisamente las contrarias.
Autor/a: Autor: Alberto Lifshitz, académico de la facultad de medicina de la Universidad Autónoma de México ( Fuente: Clínica Dolor y Terapía Vol III / No.10 /JUNIO / 2005
INDICE:  1. Introducción | 2. Epidemiología de los errores médicos | 3. Referencias Bibliograficas
Epidemiología de los errores médicos

Una prueba de esta tendencia a ocultar los errores ha sido el fracaso de la farmacovigilancia en muchos países, incluyendo el nuestro. Cuando aparecen efectos adversos de algún medicamento, en lugar de que el paciente los reporte al médico y éste a las instancias de farmacovigilancia, lo que ocurre es que el paciente cambia de médico y el primero nunca se entera de que hubo consecuencias inconvenientes en su prescripción original. En las auditorías cada quien se cuida de que no le encuentren desviaciones y, en la medida de lo posible, las enmascara, sobre todo porque suelen generar sanciones. Existe toda una cultura en torno al hecho de conseguir que los errores pasen inadvertidos, y en la sátira popular se dice que los médicos enterramos nuestros errores.

Otra dificultad metodológica tiene que ver con la definición operacional del error médico.(9, 10) Se pueden cometer muchos errores que, al no tener consecuencias, pasan inadvertidos; por otro lado, suele haber eventos adversos que no dependen de errores. Hay errores prevenibles y accidentales.

Algunos autores distinguen el lapsus y el desliz del error, considerando que éste tiene una cierta intencionalidad, aunque ambos generen desenlaces inesperados. (11) Para ellos, oprimir un botón equivocado o no recordar momentáneamente algún dato es más un lapsus o un desliz que un error.

En un afán de ser justos, los errores tendrían que vincularse efectivamente con los eventos adversos y deberían analizarse las relaciones causales –no únicamente las asociaciones–, ponderando qué tan prevenibles son y tomando en cuenta elementos tanto de estructura como de proceso y resultados, y no sólo el acatamiento estricto de las normas.

Tampoco suelen existir en las unidades de atención médica sistemas de registro de los errores, si acaso algunos comités hospitalarios participan en la búsqueda de algunos de ellos, procurando hacerlo de manera diplomática y discreta, casi nunca exhaustiva. Los comités de tejidos, los de mortalidad, los de calidad, pueden ser caminos para la identificación de errores, pero no suelen serlo para conocer su verdadera incidencia.

La necropsia fue por muchos años el estándar de oro para detectar los errores diagnósticos. En una revisión sistemática sobre autopsias recientemente publicada se encontraron 42 errores calificados como mayores y 37 de los llamados errores clase I, que se consideran suficientemente serios como para haber afectado la evolución de los pacientes. Si bien se observó que la utilidad de la necropsia para revelar diagnósticos importantes no sospechados ha disminuido con el tiempo, permanece suficientemente alta como para seguirse considerando una manera de identificar errores.

Por otro lado, hay una tendencia clara en los medios de comunicación para magnificar los errores médicos, lo cual tampoco ayuda a este conocimiento. En nuestro país se empieza a tener un recuento de quejas, demandas y reclamaciones, pero tampoco se puede decir que éstas representen la verdadera incidencia de los errores médicos, pues dependen más de la disposición de los pacientes o sus familiares para denunciar que de la frecuencia con que ocurren los errores, y a veces los motivos de denuncia no son propiamente equivocaciones médicas.

Muchas de las cifras que se han hecho públicas sobre la epidemiología de los errores médicos dependen de extrapolaciones o de estimaciones y

 

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