Medicina y humanidades | 14 JUN 06

Arnoldo Kraus: un hombre de varios mundos

Medicina, filosofía, literatura. Las historias de vida y el pensamiento de alguien que no conviene ignorar.
La Bioética será la filosofía de este siglo


Por: Arnoldo Kraus
 
No hay duda que la medicina clínica se encuentra amenazada. La gubernamental, por exceso en la demanda, por distribución inadecuada, por malos pagos a los doctores, por la pobreza de quienes la solicitan, por mentir demasiado -como el caso del IMSS, que suele aseverar que su medicina es óptima- porque aún no contamos con prevención universal, porque el nivel profesional es mediocre y porque prefiero un etcétera para mitigar la pena. El común denominador de tal panorama son los gobiernos posrevolucionarios, no las dependencias de salud: nunca han otorgado suficiente dinero para desarrollar este rubro. La medicina privada, porque tanto pacientes como doctores se han convertido en víctimas de las compañías de seguros, por apáticos, porque solemos copiar los vicios de la medicina estadunidense y porque en México los doctores carecen de presencia, tanto social como política. Me ocupo de la medicina privada. De su ocaso.

Como profesión, la medicina tiene -pronto será tenía- el privilegio de ser independiente. El paciente escoge a su médico, puede o no seguir el consejo del doctor, acudir o no al laboratorio que le sugiere, obtener la opinión de otro profesionista cuando se requiera y así sucesivamente. O bien, puede desoír todo consejo y obtener una segunda opinión para constatar la primera. También decide el momento de sus citas, si se opera o no u optar por determinado hospital. Todo, obviamente, bajo limitantes lógicas. La cuestión fundamental es la confianza, la empatía, el aprecio y la entrega mutua que aún suelen vivirse en la medicina del tercer mundo.

El galeno, por su parte, tiene la certeza de que atiende enfermos que lo buscan motu propio, que sus habilidades son suficientes para solicitar determinados exámenes de laboratorio o gabinete, que lo recetado es adecuado, que el médico a quien se refiere al enfermo es el correcto, que la hospitalización es indispensable y que ante la duda él mismo puede sugerir otra opinión. Lo anterior implica una preparación larga y estudio continuo. Implica también un arte que ni se inventa, ni se regala, ni se adquiere en poco tiempo: el de la relación médico-paciente. O el del cariño entrañable que le permite al paciente confiar sin cortapisas. No soslayo que la medicina privada se ha ensombrecido por conductas éticas inadecuadas, pero ante esa enfermedad médica, ante esa pequeña epidemia que

 

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