Medicina y arte | 25 MAY 05

La alergia en la literatura

La alergia, como especialidad reciente, no ha tenido la oportunidad de sufrir los embates crueles que autores como Gonzalo de Berceo, el Arcipreste de Hita o Francisco de Quevedo dedican a la Medicina en general. Y fue el francés Marcel Proust –enfermo crónico de asma– el que mejor ha descrito la angustia y el sufrimiento de estos enfermos.
Autor/a: Dr. Ángel Rodríguez Cabezas* 
INDICE:  1. Orígenes | 2. Orígenes
Orígenes

Cuando inicié la búsqueda bibliográfica para la elaboración de este artículo pensé que en la vasta literatura existente desde la antigüedad hasta ahora mismo, existirían muchas referencias a la alergia, rama de la medicina con reconocimiento oficial bastante reciente. Aquella hipotética creencia venía animada por la circunstancia bien conocida de que, desde que empieza la historia, los hombres que se dedicaron al oficio de escribir, tuvieron una obsesiva manía de ocuparse de los médicos, y no pocas veces con ánimo de zaherirlos. Ninguna rama de la Medicina, ninguna especialidad, se salvó de tan irónica crítica, por lo que intuí que los alergólogos estarían ampliamente representados en la literatura universal. No estaba en lo cierto. La alergia como especialidad reciente no tuvo oportunidad de sufrir los embates crueles de D. Francisco de Quevedo, el que más nos ataca sin piedad: "¿Tú sabes qué es Medicina? / Sangrar ayer, purgar hoy, / mañana ventosas secas / y esotro kirieleyson...".

Así pues, repasando las obras de los autores que hicieron pinitos poniendo precisa y preciosamente las palabras unas al lado de otras, desde que nuestra lengua empezó a consolidarse (Gonzalo de Berceo, que a los médicos llamaba ignorantes, o El Arcipreste de Hita) hasta los autores modernos, pasando por nuestros clásicos del Siglo de Oro, ocupé muchas horas en la búsqueda bibliográfica, encontrando escasas referencias a los equivalentes en cada momento histórico de los cuadros alérgicos que hoy conocemos. No es de extrañar. La Medicina como ciencia estuvo casi oculta durante muchísimos siglos y la salud de los ciudadanos encomendada a ministrantes, sanadores, sangradores, barberos, purgadores, algebristas y otros oficios similares con parecida nomenclatura graciosa y con inútiles y peligrosos recursos terapéuticos. Esta situación, como curiosa alquimia literaria, fue aprovechada por gran parte de los escritores de todas las épocas, desde Adriano que no dejó de escribir mal de los médicos ni en su propio epitafio: "Turba medicorum perii".

Por similar derrotero al expuesto transcurrieron mis investigaciones bibliográficas tratando de encontrar en la historia de la literatura referencias a los síntomas o signos de la alergia. El nacimiento de la Alergología como especialidad queda literariamente muy bien reflejado en el prólogo del Dr.

Inverosímil que Ramón Gómez de la Serna escribe para la primera edición: "No se conocía aún en España (1914), fuera de algunos especialistas de la psiquiatría que leían el alemán, el nombre y la doctrina de Freud, y la alergia y sus derivaciones eran mucho más desconocidas, pues hasta muchos años después no aparece en España el primer especialista de este novísimo camino de la ciencia".

Puesto que esta especialidad, como digo, es de reciente creación, intuí que los médicos generales o los físicos de antaño tratarían, sin saberlo, muchos procesos alérgicos, por lo que mis pesquisas debían dirigirse a encontrar en la literatura lo referente a la sintomatología alérgica. ¿Y cómo no iba a aparecer en las letras de los clásicos el picor, la disnea o el estornudo, premonitorio este último de la rinitis alérgica? De esta forma dirigí mi atención a la obra cumbre de nuestras letras, enfrascándome en la lectura de El Quijote, rebuscando y seleccionando su terminología médica.

Pues bien, como buscar una aguja en un pajar. Sólo 269 vocablos (incluidas repeticiones) de carácter médico aparecen en El Quijote, y tan solo una vez se hace mención a un síntoma relacionado con la alergia, un estornudo, pero para mi enojo además fingido (2ª parte, cap. XLIII). Bien es cierto que entre sus páginas aparecen los vocablos de carácter médico: algebrista, barbero, herbolario y cedulilla (receta), que hicieron que mi ánimo no se inundara por completo de tristeza y desánimo.

La ironía de Groucho

Continuando luego la búsqueda de textos literarios en relación con la alergia, y estando ya al borde de la desesperanza por no hallar más que respuestas hostiles de los hombres de letras hacia los médicos, me topé con gran sorpresa y no menos alborozo con la literatura marxista, pero la auténtica, la de Groucho, donde, en sus memorias (Groucho y yo) hace aparecer a un especialista en alergia que tiene chofer y cadillac. Es delicioso leer a Groucho Marx. Su literatura y sus actuaciones, toda una religión del absurdo, es la mejor terapéutica para desconectar de cualquier preocupación y desasosiego. Aquel hombre que practicó el humor hasta en el más allá ("perdone que no me levante", es su epitafio), supo hacer esperpénticas definiciones: "ser viejo es tener más ataques cardíacos que erecciones". Los diálogos del enfermo con su alergólogo son descomunalmente sublimes. Leyendo a Marx lamenté no haberme hecho alergólogo: "El del aparcamiento –puede leerse en el capítulo ‘El dilema del paciente’– me dijo que el hombre era médico. -¡Médico!, exclamé, ¿y puede permitirse un cadillac y un chofer? ¿Qué clase de médico? -Especialista en alergia –respondió el muchacho".

O cuando el médico general remite el enfermo al alergólogo: "-Soy médico, pero eso no es mi terreno. Déjeme que se lo explique. Es evidente que hay algo que no concuerda con usted. -No mezcle a mi esposa en esto –respondes un poco pica

 

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