La trama de banalidades es un gran dispositivo de control | 21 AGO 18

Internet o el engañoso cobijo de la intemperie

De Bauman a Berardi. Una selección de libros para entender los profundos cambios que se están produciendo en nuestro mundo

Uno podría pensar que cuando una persona que tiene una cuenta en Twitter con su nombre y apellido cuelga en ella un comentario que constituye manifiestamente un delito de odio es que ha perdido el principio de realidad, en la medida en que ha sido incapaz de prever algo tan sobradamente conocido como son las consecuencias, incluso penales, a que sus palabras pueden dar lugar. Reconozco que lo pensé cuando tuve noticia de aquel tuit ¡de una mujer! deseándole a otra, en concreto a una dirigente de un partido político de ideología opuesta a la suya, que fuera violada por un grupo de sujetos que alcanzó notoriedad pública precisamente por haber perpetrado este tipo de actos.

Pero sin duda fue un pensamiento precipitado por mi parte, propio de alguien que no visita nunca las redes sociales. Porque quienes sí lo hacen —y ya no digamos quienes viven ahí de modo permanente— parece sobradamente comprobado que desarrollan un peculiar y distorsionado principio de realidad, que tal vez se podría resumir diciendo que confunden ese microcosmos particular con el cosmos sin más. En cierto modo habíamos quedado avisados de esta tendencia por el pensador norteamericano Cass Sunstein, quien, en su ya clásico libro República.com, señalaba que lo que parece constituir la querencia más profunda de Internet no es tanto la de crear esa nueva ágora global fantaseada por muchos en sus inicios, como la de producir espacios fuertemente diferenciados entre sí y radicalmente incomunicados o, por expresarlo con su propia formulación, la ciberbalcanización.

  

La trama de banalidades en que ha venido a dar el imaginario colectivo es un gran dispositivo de control

Y esto es lo que, en efecto, ocurre. En determinadas redes sociales sus usuarios acuden a encontrarse única y exclusivamente con los suyos, terminando por convertir el ámbito en cuestión en un lugar de reafirmación y reforzamiento mutuo donde la dinámica que se establece no es la de quién plantea el comentario más razonable, atinado o crítico, sino la de quién deja caer el zasca (antes colleja) más ingenioso, agudo o hiriente para los enemigos del grupo. Tiendo a pensar que es más que probable que en cada uno de esos ámbitos, relativamente cerrados e impermeables a la contaminación exterior de otras ideas y puntos de vista, proliferen comentarios como el del desafortunado tuit que comentaba al principio.

Pues bien, es a semejante tipo de realidades al que prestó especial atención Zygmunt Bauman en sus últimos años. Lo hizo utilizando su categoría favorita, la de lo líquido, que había convertido en herramienta analítica central para interpretar el mundo contemporáneo. En la postrera conversación que mantuvo con el periodista italiano Thomas Leoncini, analizó tres aspectos de este mundo que proporcionan pistas significativas para adentrarse en la manera de entender la vida característica de esa nueva generación denominada genéricamente como millennials (y rebautizada en este libro, según era de prever, como “generación líquida”): los tatuajes, el bullying y las relaciones humanas en la era de Internet.

La conclusión que del análisis extrae Bauman no se queda, vale la pena destacarlo, en la mera constatación de lo anunciado en el título, la condición líquida de una generación, sino que sintoniza con lo que otros autores, asimismo perspicaces, han planteado acerca de las transformaciones de la experiencia que están teniendo lugar en nuestros días.

Tal es el caso de Franco Berardi, Bifo, quien también ha propuesto partir de una perspectiva fenomenológica que, tomando como base nuestra sensibilidad más inmediata, lleve a cabo una lectura de los profundos cambios que se están produciendo en nosotros mismos y en nuestro mundo, cambios que ya no pueden seguir siendo pensados sirviéndose de categorías como la de sujeto (“en cuanto realidad dada y estática”, puntualiza) o ni siquiera la de complejidad. No se trata, quede claro, de que tales categorías, u otras análogas, no describan de manera adecuada la naturaleza de la realidad, sino de que no dan cuenta de la deriva que ha seguido nuestra relación con ella. Porque una complejidad inasumible por los individuos acaba siendo vivida por ellos, y no sin parte de razón, como auténtico caos.

 

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