La mala fama de la psicosomática | 02 SEP 10

Síntoma psicosomático vs síntoma orgánico

Existe una comprensión y uso despectivo del término psicosomático, frecuente no sólo entre los pacientes, sino también entre los profesionales de la salud.
Autor/a: Dra. Carolina Baeza-Velasco Cuad. Neuropsicol. Vol 4 Nº 1 junio 2010

Una joven mujer aquejada de una multitud de síntomas músculo-esqueléticos comenta: “Ya me he encontrado muy malas caras y desprecios hacia mi persona: me han tachado de hipocondríaca, no han creído en la magnitud de mi dolor y lo que es peor, todos los especialistas que he visitado han insinuado que era un dolor funcional o psicógeno…”.

Los términos psicógeno, funcional y psicosomático, se utilizan en presencia de una manifestación patológica cuyo origen no se encuentra en una lesión o alteración orgánica, sino en un trastorno psíquico, o cuya aparición y desarrollo se ven influenciados de manera importante por variables psicológicas.

Volviendo al comentario anteriormente citado, podríamos aventurarnos a decir que la mujer de los síntomas músculo-esqueléticos interpreta (y por ello se siente ofendida), que lo que le dice su médico en realidad es: “nada falla en su cuerpo, por lo tanto usted se está inventando los síntomas...”.

Este comentario ilustra una comprensión y uso despectivo del término psicosomático, frecuente no sólo entre los pacientes, sino también entre los profesionales de la salud. Un estudio observó que el concepto de psicosomática es tratado peyora-tivamente en el 34% de 215 artículos científicos revisados en EEUU y UK, significando con esta palabra algo imaginario o inventado1

Si este uso peyorativo del término se da entre la comunidad científica, no es de extrañar que la idea de que los procesos psicológicos intervienen de manera importante en las manifestaciones patológicas del cuerpo, sea visto de manera reticente también por una gran parte de pacientes, quienes pueden sentirse no tomados en serio si sus quejas físicas son consideradas psicógenas.

Pareciera ser que los síntomas tienen un estatus según su etiología; no es lo mismo tener un síntoma de etiología orgánica que un síntoma de etiología orgánica poco clara o psicosomático. El primero goza de un estatus “privilegiado” respecto del segundo. De acuerdo con Pedreira y Menendez2, existe una tendencia muy extendida en la práctica clínica a considerar el síntoma psicosomático como “nervios”, “simulación”, etc., de tal forma que se rebaja a la categoría de “secundario”, “desdeñoso” o “no científico”.Esta atribución de “inutilidad”, asignada por la medicina tecno-científica, ávida siempre de novedad y exactitud8, descansa sobre el paradigma del modelo biomédico.

Este modelo considera que cualquier enfermedad se reduce a una causa (agentes patógenos externos: virus, infecciones, etc. o agentes patógenos internos: desequilibrio bioquímico) que se busca identificar y modificar. Se nutre del punto de vista cartesiano, que divide las patologías en orgánicas cuando un factor físico es identificado, y en funcionales cuando este último es desconocido. El dualismo resultante establece una distinción radical entre enfermedades médicas y enfermedades psicológicas. Lo que es evidente hoy en día, es que este modelo es limitado3, e insistir en él es olvidar al enfermo en todas sus dimensiones y una cuestión fundamental, como es que los procesos psicológicos y somáticos ocurren en el mismo organismo y no son que dos aspectos del mismo proceso4.

En este escenario, donde vemos que lo considerado psicosomático tiene esta especie de “mala fama”, es probable que una parte importante de los pacientes, que acuden a la consulta médica con quejas físicas sin patología orgánica detectable, tomen de no muy buena manera una derivación por parte del médico a un profesional de la salud mental. Esto dificulta bastante el que los pacientes consulten a quién probable-mente deben, por prejuicios, retrasando los diagnósticos y tratamientos más adecuados a cada caso.

También es cierto, que además de prejuicios subyacentes, existe el problema de la falta de formación de los médicos en cuestiones de salud mental, y seguramente, es precisamente esta falta de formación lo que fomenta los prejuicios. Si bien lidiar con angustias humanas es parte del cotidiano de médicos y enfermeras, lo cierto resulta ser que pocos reciben aún la formación adecuada que los capacite a aconsejar a personas con problemas emocionales. "El programa de estudios de las escuelas de enfermería y medicina, incluye poco material sobre la manera en que un profesional de la salud debería lidiar con el estrés y la angustia en cualquier rama de la medicina. Cuando un médico deriva a pacientes angustiados a un asistente social, si lo hubiere, es sólo para conseguir transporte, ofrecer dinero u obtener el consentimiento de los parientes10".

Un estudio mostró que mientras más persistentes son los pacientes en negar la influencia de factores psicosociales en las somatizaciones, menor es la probabilidad de los clínicos de reconocer un trastorno psiquiátrico13, y los pacientes "somatizadores per-sistentes" vistos en este estudio, no son una porcentaje a desestimar, sino el 25% de 700 personas que constituyeron la muestra.

Por otro lado, cuando el paciente plantea un discurso "psi-cologizante" de sus padecimientos (es decir, que establece una relación entre sus quejas y los eventos y/o aspectos psicosociales), como es de esperar, el reconocimiento de trastornos psi-quiátricos es mayor13. Esto muestra que el estilo de la presentación clínica tiene un importante efecto en las tasas de reconocimiento de los problemas emocionales por parte de los clínicos14. Los pacientes "psicologizantes" no constituyen una mayoría (el 15% en el estudio mencionado anteriormente), lo que ilustra nuevamente la necesidad de una formación en cuestiones psicológicas y psiquiátricas en los pro-fesionales de la salud. Es tarea y responsabilidad del clínico el detectar patología y derivar, si cabe, a un profesional competente, como también facilitar, en la medida de lo posible, la buena adherencia a los tratamientos y el seguimiento de las sugerencias formuladas.

Vemos que el discurso del paciente; la presentación que hace de sus síntomas, no facilita necesariamente la tarea de reconocimiento, por lo que hay que aprender a "leer" las diferentes manifestaciones y expresiones de la psicopatología12. Vemos que lo problemático de la falta de formación, los prejuicios (con la consecuente estigmatización por todos conocida en todo lo que concierne a psicopatología) y finalmente esta comprensión peyorativa de la influencia de factores psicológicos en la enfermedad, va más allá de alimentar el viejo debate sobre la dualidad mente-cuerpo; fomenta prejuicios y resistencias en la población frente a la consulta en salud mental.

Los síntomas médicamente inexplicables son altamente prevalentes. Representan alrededor del 50% de todas las consultas médicas en atención primaria5. Los pacientes que los padecen hacen un uso desproporcionadamente elevado de recursos sanitarios, se muestran insatisfechos de la atención médica recibida que no logra aliviar sus síntomas, tienden a negar la influencia psicosocial en sus síntomas y se resisten a la derivación psicológica/psiquiátrica6. Con frecuencia las consecuencias de estos síntomas no son menores, sino que disminuyen considerablemente la calidad de vida de quienes los padecen y provocan gran angustia.

Estos pacientes tienen tasas elevadas de licencia por enfermedad. Muchas veces pasan más días en cama que los pacientes con diversos trastornos médicos mayores y presentan altas tasas de desempleo. Además, estos síntomas inexplicables desde un punto de vista médico, son muchas veces más crónicos y más refractarios que muchos de los síntomas con base orgánica6, por lo que de trivial no tienen nada. Percibir los prejuicios provenientes de los profesionales de la salud, que transmiten esta idea de la “supremacía” de lo orgánico frente a los psicológico, no ayudará a la población a acudir a quién debe acudir. Ya es motivo de resistencia consultar al psicólogo o al psiquiatra cuando el motivo de consulta es reconocido como emocional, todavía más resistencia encontraremos frente a la interconsulta psiquiátrica y/o psicológica cuando la queja es física. Los estudios muestran que los índices de derivación a salud mental fluctúan entre el 1,2 y 4,2%, esto es 10 veces menos que la prevalencia de los trastornos psiquiátricos.

 

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