¿Beneficio o Riesgo? | 27 ABR 15

Controversia sobre el impacto de la restricción de la ingesta de sodio en la salud cardiovascular

Investigaciones recientes se han planteado algunos interrogantes con respecto al efecto potencialmente negativo de la restricción de sodio sobre la salud.

La hipertensión arterial (HTA) es el factor de riesgo modificable más frecuente de enfermedad cardiovascular (ECV) y de muerte por esta causa. Se estima que más de mil millones de adultos a nivel mundial padecen este trastorno, el cual ocasiona más de 9 000 000 de muertes al año.

Por este motivo, se han recomendado estrategias globales orientadas a reducir la presión arterial y, por extensión, la carga de ECV. Entre ellas se pueden mencionar la restricción de sodio en la alimentación y, en menor medida, el agregado de potasio. Sin embargo, investigaciones recientes se han planteado algunos interrogantes con respecto al efecto potencialmente negativo de la restricción de sodio sobre la salud.

En respuesta a esta controversia, el Instituto de Medicina convocó a un comité de expertos para evaluar la información disponible sobre la relación entre la ingesta de sodio y los resultados en salud. Según el comité, la mayor parte de los datos concuerdan en que el consumo excesivo de sodio y el riesgo de ECV están relacionados, pero no son suficientes para determinar si la ingesta reducida de este electrolito (menor de 2.3 g/día o de 1.5 g/día, según recomiendan las normativas vigentes) aumenta o disminuye dicho riesgo en la población general.

Por otra parte, son escasos los datos que asocian a la dieta hiposódica con efectos nocivos para la salud en algunos subgrupos, en los que se incluyen pacientes con insuficiencia cardíaca u otras formas de ECV, diabetes o enfermedad renal crónica.

Entre las investigaciones que han abordado este tema, se encuentra el estudio PURE, que analizó la asociación entre la ingesta de sodio y potasio, calculada por la excreción urinaria de dichos electrolitos en una muestra de orina matutina, y la presión arterial, la mortalidad por ECV y los principales eventos cardiovasculares.

El estudio abarcó más de 100 000 adultos provenientes de 17 países con diversos grados de desarrollo económico y estilos de vida. Aproximadamente el 90% de los participantes tuvieron una excreción urinaria de sodio alta (mayor de 5.99 g/día) o moderada (3.00 a 5.99 g/día), en tanto que alrededor del 10% tuvo una excreción menor de 3.00 g/día y sólo en el 4% se mantuvo en el intervalo esperado para la ingesta recomendada de sodio (2.3 o 1.5 g/día).

En esta muestra poblacional, la relación entre la excreción urinaria de sodio y la presión arterial fue firme en sujetos con elevada natriuresis, pero no significativa en aquellos que tuvieron bajos niveles de sodio urinario. Los autores sintetizaron que sólo una mínima parte de la población mundial tiene una dieta reducida en sodio y que en estas personas la ingesta del electrolito no está relacionada con la presión arterial, lo que pone en duda la utilidad de este tipo de dieta en el tratamiento de la HTA.

"Una mayor natriuresis se asoció fuertemente con aumento de la presión arterial en sujetos con baja excreción de potasio"

También se observó que una mayor natriuresis se asoció fuertemente con aumento de la presión arterial en sujetos con baja excreción de potasio. Este hallazgo sugiere que el aporte de potasio en la alimentación puede ser más beneficioso que la restricción de sodio en forma aislada.

 

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