Ficción, cerebro y empatía | 14 ENE 14

Las novelas que leemos dejan huella en el cerebro

Ayudan a mejorar la empatía porque activan las regiones cerebrales que nos ayudan a ponernos en la piel de los otros.

Durante la lectura, el cerebro representa las aventuras de los protagonistas de la novela.

“El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho”, sostenía Miguel de Cervantes. Y no le faltaba razón, como en tantas otras cosas. Leer es una saludable actividad para el cerebro que no sólo aumenta nuestra empatía, al facilitar que nos pongamos en la piel de los personajes que viven en sus páginas, sino que también deja una huella duradera en el cerebro relacionada con las aventuras que leemos. Al menos eso es lo que sostiene un estudio de la Universidad de Emory, publicado en “Brain Connectivity”, que asegura que las novelas pueden cambiar el cerebro de forma parecida a como lo hace la experiencia cotidiana.

La lectura de un libro como Pompeya, de Robert Harris, que narra las últimas horas de la ciudad italiana tras la erupción del Vesubio en el año 79 d C., logró aumentar la conectividad de la corteza temporal izquierda en el cerebro de 21 voluntarios que participaron en el estudio durante 19 días. El incremento de conectividad de esta zona, que alberga el área del lenguaje, persistió después de acabar el libro, lo que hace pensar que estos cambios son duraderos. Los cambios en esta zona podrían ser hasta cierto punto esperables, ya que la corteza temporal izquierda, además de estar implicada en la producción del habla, el procesamiento del lenguaje y la comprensión, interviene también en el análisis de las oraciones complejas que conforman un libro.

En la piel del protagonista

Pero los investigadores encontraron que había más cambios asociados a la lectura. Y estos tenían que ver más con la empatía, o capacidad de ponernos en la piel del otro, que de forma empírica se sostenía que la lectura mejoraba. En consecuencia con esto, apareció también una mayor conectividad en otra zona, relacionada esta vez con la representación de las sensaciones corporales, localizada en el surco central del cerebro, que sirve de frontera entre las cortezas motora y somatosensorial primaria. “Las neuronas de esta región se han asociado con la representación de sensaciones corporales. Pensar en correr, por ejemplo, puede activar las neuronas asociadas con el acto físico de correr.

"Ya sabíamos que las buenas historias te pueden ayudar a ponerte en la piel de otra persona, en un sentido figurado. Pero con este estudio estamos viendo que esto puede tener un verdadero correlato biológico. Los cambios neuronales que encontramos asociados a los sistemas de sensación física y movimiento sugieren que la lectura de una novela te puede ‘transportar’ al cuerpo de la protagonista", señala Gregory Berns, el investigador principal del estudio. En definitiva, que Emily Dickinson no se equivocaba cuando decía que “para viajar lejos, no hay mejor nave que un libro”.

La mayoría de los estudios anteriores en los que se analizaban los efectos de la lectura se habían centrado en los procesos cognitivos implicados en la lectura de historias cortas, que tenían lugar mientras los participantes las leían y simultáneamente eran sometidos a una resonancia magnética funcional. Sin embargo, la investigación de Emory se ha centrado en la huella neural que deja la lectura de una historia varios días después de haber dejado de leerla.

Libros que dejan huella

 

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