“Somos monógamos promiscuos” | 11 NOV 13

¿Monogamia o poligamia?

Un debate entre expertos de prestigio mundial expone las razones y los argumentos acerca de una antigua pero vigente cuestión: ¿somos monógamos o polígamos por naturaleza?
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Somos monógamos infieles y celosos

Por: Pere Estupinya |

Recuerdo en mayo 2011 visitar la estación científica Tiputini en pleno Amazonas ecuatoriano, y allí conocer a dos primatólogas con un profundo dilema.

La madrileña Sara Álvarez investigaba los monos araña que, entre otras conductas, tenían relaciones multimacho-multihembra (todos con todos) y nunca formaban parejas estables.

Sin embargo en el mismo ambiente y con tamaños de grupos parecidos, la estadounidense Amy Porter estudiaba el comportamiento de monos titís y sakis, ambas especies monógamas que formaban unidades familiares estables en las que se cuidaba, alimentaban y compartían el cuidado de las crías. Y no era un acuerdo sociocultural sino que les salía de bien adentro: todas las comunidades de titis o sakis viviendo en diferentes selvas del resto del mundo eran monógamas, y todos los monos araña polígamos. Era un instinto grabado en su ADN.

Un detalle importante antes de encariñarse con los amorosos titis o sakis es que, hablando con Amy, me dijo bien claro: “son monógamos sociales pero no sexuales, eh!”. ¿Qué quería decir amy? Pues que si el macho monógamo se iba a buscar comida y encontraba una hembra en celo, no dudaba un instante en intentar dejar descendencia con ella antes de regresar con su querida. Y que si mientras él estaba despistado por la selva, a su pareja monógama se le presentaba otro macho exhibiendo mejores genes que su compañero, estando ovulando ella tampoco se resistía demasiado en acompañar sus cromosomas con la mejor carga genética posible. El mandato evolutivo de maximizar la cantidad y calidad de la descendencia continuaba bien presente.

Monogamia social vs monogamia sexual

Monogamia no es equivalente a fidelidad (error en titular de este artículo). La monogamia social (formar parejas estables) existe en muchas especies animales, pero la monogamia sexual (fidelidad) es extrañísima en la naturaleza.

Piensa en los pájaros por ejemplo. Dentro del reino de las aves existen muchas especies que forman parejas monógamas, algunas secuenciales y otras de por vida. Pero cuando se analiza el ADN de los polluelos en un nido, a menudo se observa que proceden de padres diferentes. ¿Por qué la monogamia social entonces?

En las aves se sabe que la monogamia es una adaptación necesaria debido a la fragilidad de la descendencia: como el cuidado de las crías requiere la colaboración de ambos progenitores (uno debe ir a buscar comida mientras el otro vigila que ningún otro pájaro o roedor se coma los huevos o polluelos), es más eficiente que el macho invierta esfuerzos en cuidar a sus crías y pareja.

Los biólogos evolutivos extendieron esta hipótesis al mundo de los primates, argumentando que en especies cuyas crías nacían indefensas y requerían la colaboración parental para sobrevivir, la monogamia estaba favorecida. En el caso de los humanos nuestros bebés tardan mucho más a campar a sus anchas que los de una gacela, y por eso se justifica que en nuestro ADN hayan codificadas unas instrucciones monógamas sociales (no necesariamente sexuales) que nos predispongan a amar y querer proteger a la madre de nuestros hijos.

Otras peculiaridades como la ovulación oculta en mujeres (las hembras humanas son de las pocas que no muestran señales visibles, olfativas, o comportamentales claras de estar ovulando), junto con que seamos también de las poquísimas especies en que las hembras sienten deseo sexual durante todo el ciclo menstrual (una gata o una chimpancé pasa olímpicamente de tener sexo si no está fértil), se interpretan como adaptaciones monógamas para mantener al macho cerca motivado a reproducirse porque no sabe cuando la hembra está fértil o no, y temeroso que si se va por ahí algún otro la fertilice. Evolutivamente hablando lo peor que le puede pasar a un macho es cuidar unos hijos que no llevan sus genes.

Siguiendo esta coña de la psicología evolucionista, la opinión mayoritaria entre los expertos es que en lo más íntimo de nuestra naturaleza somos monógamos secuenciales infieles y celosos. Claro que nuestro aprendizaje y cultura nos permite –por suerte- actuar guiados por la razón y el autocontrol y no sólo el instinto animal, pero tanto hombres como mujeres nacemos con las instrucciones que generar parejas estables de manera secuencial, ser infieles si tenemos la oportunidad, e intentar evitar de manera celosa que nuestra pareja lo sea.

Matizar que de ninguna manera esto debe ser utilizado como criterio moral. En términos filosóficos se denomina “naturalistic fallacy” a la falacia de que “lo natural” es más justificable. La “naturalistic fallacy” se utiliza siempre de manera interesada, y si fuera cierta también justificaría la violencia, la xenofobia o la destrucción de la biodiversidad. Controlar nuestros instintos nos hace más evolucionados evolutiva y culturalmente.  

Monogamia social por celos o para evitar infanticidio

En psicología evolucionista suele haber más opiniones (hipótesis) guiadas la lógica evolutiva que evidencias empíricas. Sin embargo esta semana las revistas Science y PNAS han publicado dos artículos científicos diferentes y muy amplios explorando con datos las causas del origen de la monogamia social.

Los de Science analizaron 2545 especies de mamíferos para rastrear la evolución de sus estrategias reproductivas a lo largo de los últimos millones de años. Vieron que en 61 ocasiones algunas especies habían pasado de promiscuidad a monogamia, y que eso coincidía en momentos en que los grupos empezaban a ocupar espacios mucho más amplios y las hembras se distanciaban entre sí. La conclusión de los investigadores es que en dichas condiciones los machos no podían vigilar que otros machos no cortejaran y fecundaran a sus hembras, y se desarrolló la monogamia para tener la descendencia garantizada. Según estos autores el cuidado parental de las crías fue una adaptación secundaria, pero no la fuerza evolutiva desencadenante de la monogamia. Los celos fue lo principal.

El estudio de PNAS se centró sólo en primates (analizando un alto número de 230 especies) y llegó a conclusiones diferentes: en algunas especies de primates es habitual que cuando un macho empiece a cortejar a una hembra que tenga crías muy jóvenes, las asesine despiadadamente a todas para que la hembra esté en celo y receptiva a la reproducción más pronto. Lo observado por los investigadores es que cuanto más frecuente es el infanticidio, más conductas monógamas se observan. En este sentido la monogamia habría evolucionado para que el macho proteja a su descendencia de sus propios compañeros de grupo. Si esto fuera así, quizás se podría extrapolar que los cariñosos y monógamos titis y sakis son unos infanticidas en potencia.

Ambos artículos salieron a la luz pública ayer, y ya están despertando suculentos debates y discrepancias entre los biólogos evolutivos. Son sin duda los trabajos científicos más amplios y rigurosos publicados hasta la fecha sobre el origen de la monogamia social en mamíferos y primates, pero quedan incertidumbres todavía. Además ninguno se atreve a extrapolar directamente a humanos. Quizás porque a pesar de asumir que en cuanto a instintos innatos no somos tan diferentes del resto de primates, lo cierto es que nuestro comportamiento adulto está absolutamente modulado por la cultura y el aprendizaje. Somos monógamos sociales, sexuales o poliamorosos principalmente por influencias externas y lo que aprendemos de nuestras experiencias. Interpretar el comportamiento de un madrileño de 45 años a la luz de la teoría evolutiva suele ser pseudociencia barata, y es una falacia argumentar que un modelo sea mejor que otro en función de la coherencia con la naturaleza. Es posible que nazcamos monógamos infieles y celosos, pero no sirve como excusa…

Contacto: pere@mit.edu / Twitter: @Perestupinya / Facebook Group  / Web: www.pereestupinya.com / www.elladrondecerebros.com

 

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