¿Cómo tratar la tartamudez? | 21 OCT 13

Vivir con tartamudez: ¿una carga demasiado pesada?

La tartamudez implica un obstáculo en las relaciones sociales. Hay en la actualidad diversas técnicas que optimizan la comunicación entre las personas.
Autor/a: Guillermo Marín 

Jorge, un chico gordo, salpicado por el acné, con anteojos casi cubriéndole el rostro se sentaba todos los días, en el mismo banco, solo, en el fondo del salón. La maestra sabía que arrancarle una palabra de la boca implicaba una tarea titánica, tan trabajosa como acallar a los demás niños cuando arrojaban como frutos podridos sus carcajadas. El chico gordo de anteojos intuía que su lenguaje oral estaba roto: la severa tartamudez lo había empujado, primero, hacia el interior de un laberinto de sonidos fragmentados, luego, al silencio total. Sin embargo, ese chico de apellido Borges, pronto se convertiría en uno de los mayores escritores y oradores de habla hispana y devoto del escritor Miguel de Cervantes, acaso tan tartamudo como él.

Los disfluentes, (término científico con el que se reconoce a aquellas personas con trastornos de comunicación oral, y que se caracterizan por tener interrupciones involuntarias en la fluidez del habla) recurren a incontables modos de expresión  cuando tratan de disimular su problema: toser, esquivar la mirada o bien elegir el silencio para no ser descubiertos. Sin embargo, los especialistas en dificultades del lenguaje verbal aseguran que eligiendo los tratamientos adecuados, el paciente mejora hasta en un setenta por ciento su defecto.

A la pregunta ¿qué es la tartamudez?, los expertos responden casi al unísono: Es un trastorno del funcionamiento motor del habla, de base biológica –al hemisferio cerebral izquierdo le cuesta mantener los comandos del habla-, que se desencadena por factores de tipo motor, lingüístico o afectivo. Según cifras oficiales, existe alrededor de un millón de personas que tartamudean en la Argentina (un 1,5% de la población mundial padece disfluencia). Por supuesto, no hay estadísticas que informen acerca del grado de tolerancia que tiene el resto de la sociedad con aquellos que poseen esta clase de desorden. En mayor o en menor medida, toda comunidad tiende a excluir a los habitantes que no se ajustan al patrón que establece el sistema: somos parte de una sociedad que no tiene tiempo de escuchar al “otro”. Y en el peor de los casos, nos burlamos a costa de las limitaciones y los defectos del prójimo como si, ensañándonos contra quienes padecen alguna anomalía, nos vacunáramos contra el riesgo de contraerla.

Hablando claro. Emanuel tiene 19 años. Vive en Merlo junto a  sus padres. Comenzó a tartamudear a los 6. “Al principio no lo veía como un gran problema –dice- pero ya tengo 19 años y me está dificultando conseguir trabajo. Tengo muchas ganas de incorporarme al mercado laboral pero siento que siempre estoy pendiente de la mirada del otro, de lo que pensará fulanito o sultano”.

Para Carolina (32) su disfluencia no es un defecto extraño. “Así como podés tener un inconveniente en el habla, también lo podés tener en cualquiera de los otros cuatro sentidos”, dice. “Pero esto la mayoría de las personas no lo entiende; piensan que somos menos inteligentes o algo tontos”.

Defecto tabú, los prejuicios sobre las personas que tartamudean posee un antecedente histórico: en la Grecia clásica, Demóstenes (384-322 a. C.), quien era objeto de burlas por su disfluencia, luchó contra esa condición hasta convertirse en uno de los más grandes oradores de la época. La historia cuenta que el locutor ateniense se colocaba piedras en la boca para lograr que su dicción brotase con mayor lentitud y, con ello, mejorar la naturalidad al hablar. Algunos historiadores también mencionan a Moisés, quienes suponen que era tartamudo debido a que le dijo a Dios que era “Lento de habla; lento de una lengua lenta” y que hacía hablar a su hermano Arón por él.

A pesar de los logros terapéuticos obtenidos, quizás sorprenda lo poco que en la Argentina se ha alcanzado en materia de inclusión social sobre las personas con este tipo de dificultades. “No existe en nuestro país una legislación específica referida a la disfluencia. Pero puede suscribirse a la Ley contra la Discriminación que engloba a todas las diferencias y capacidades especiales”, me dice Beatriz Biain de Touzet, fonoaudióloga, Presidenta Honoraria de la Asociación Argentina de Tartamudez (A.A.T).

Los disfluentes adultos suelen relatarle a los especialistas un conjunto de experiencias traumáticas que padecen o padecieron a lo largo de sus vidas (en la película El discurso del rey (2010), el personaje (tartamudo severo) confiesa una serie de traumas sufridos en su niñez y juventud).  En la etapa escolar, por ejemplo, las vivencias dolorosas van desde las burlas de sus compañeros y la incomprensión docente (en general, los maestros y profesores no le dan al alumno el tiempo necesario para expresarse), hasta la frustrante situación del rechazo laboral (si bien no es recomendable que un disfluente trabaje en un call center, jamás queda explícito el motivo de la repulsa en otro tipo de actividades). A primera vista, pareciese ser que tener tartamudez implica haber recibido una condena bíblica, donde la mejor arma contra el mal es ocultarlo con la misma fuerza con la que se intenta darle claridad a las palabras.

¿Cómo tratar la tartamudez?

 

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