Rosa Rabinovich de Chehebar, pediatra | 29 ABR 13

“Hoy día, el médico es un obrero: trabaja mucho y está mal pago”

No para. Nació gaucha judía, estudió con un Nobel y en EE.UU. encontró su futuro. Dedicó 30 años al hospital público, lleva 65 años de pediatra... y sigue atendiendo en su consultorio.

POR LUIS SARTORI

Inquieta. Rosa en su departamento de Angel Gallardo, con originales de Berni, Soldi, Forte, y una mini reproducción del Guernica de Picasso. 
 
Vive sola en el centro geográfico de la Capital, con vista al Cid Campeador, y es dueña de un IQ –cociente intelectual– que la ubica en el selecto 0,5% de los humanos más inteligentes: le midieron 147 hace seis años. A sus 91, la pediatra Rosa Rabinovich de Chehebar se levanta a las 7, lee La Nación “de pé a pá”, cocina “con ayuda, claro”, y los domingos le brinda “un pequeño banquete” a su familia. Usa celular, manda mails y está en Facebook. Es habitué del taller “Jardín de otoño” en el hospital Fernández. Toma clases de apreciación musical y tiene abonos para las óperas del Colón y el Avenida.
 
Los sábados va al cine “con seis o siete amigas” y después se las lleva “a tomar algo”. Y no abandonó su pasión: sigue atendiendo en su consultorio los lunes, miércoles y viernes de 16 a 20 “mínimo”, al que llega puntual manejando su Peugeot 106 borravino. A la noche mira tele o lee un libro, y jamás se acuesta antes de medianoche. Esta pequeña gigante es una gaucha judía de padres venidos de Besarabia (hoy Moldavia y Ucrania). Nació en Basavilvaso, Entre Ríos, y llegó a la gran ciudad a los 11 para cursar 5º grado. Entró en Medicina de la UBA a principios de los 40, estuvo 9 años de novia porque “me impuse terminar mi carrera”. Cursó Fisiología con el Nobel Bernardo Houssay, se recibió al día siguiente de la Navidad de 1947, y se casó enseguida. Tuvo tres varones entre 1950 y 1959, y ayudó a sobrevivir a miles de bebés: es pionera de la neonatología en la Argentina. Novata, trabajaba en el Policlínico de Avellaneda –de la Fundación Eva Perón–, cuando su esposo ingeniero fue enviado en 1955 a especializarse a Estados Unidos. Estuvieron tres meses y ella los invirtió con lucidez: visitó los mejores hospitales de niños, como el Johns Hopkins de Baltimore. “Allí me interesé en la atención a prematuros. La ‘neo’ surgió en la Argentina en 1950, pero en la provincia casi no existía la especialidad cinco años después”. Al volver innovó y formó a varias camadas. Renunció al cabo de 30 años de hospital público, en 1981. Pero jamás paró. En 2007, el Ministerio de Salud le entregó el “premio a la trayectoria científica”. Antes de la entrevista –inquieta, atenta– agasaja con café, caaques (rosquitas), bombones de fruta y dátiles. 
 
¿Cuántos chicos atiende por día?
De joven veía 30. Ahora veo 10. Y no menos de media hora a cada uno.
 
¿Consejos a mamás primerizas?
No llevarse de lo que dicen las amigas en la puerta del jardín de infantes. Concurrir lo antes posible al pediatra. Y dar el desayuno que deben tomar los chicos.
 
¿Qué tienen que desayunar?
Un pan o una tostada con queso blanco y mermelada. Con leche chocolatada. Yo no los dejo tomar café hasta los 12, 13 años. Pero muchos chicos desayunan gaseosa. Yo la prohíbo: en mis reuniones no entra la gaseosa. Soy enemiga.
 
¿Y la comida rápida?
Tampoco. Yo les digo a las mamás: crucen enfrente.
 
¿Qué enfermedades detecta ahora en los chicos que antes no veía?
Gordura. Los chicos se alimentan mal. Muchos tienen exceso de peso.
 
¿Qué deberían hacer?
No tomar gaseosas y no hacer una vida tan sedentaria con la computadora y la televisión, sino jugar como antes. Hoy no se puede jugar en la vereda y en la calle, pero hay formas de hacer ejercicio. Si viven en departamento, aconsejo subir las escaleras.
 
¿Cuá
 

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