Ciencia a lo loco, por Diego Golombek | 06 NOV 11

De buhos, alondras y máquinas del tiempo

Ser mañanero o noctámnulo depende de un pedacito de tejido nervioso que se aloja en el cerebro, responsable también de los despertares imposibles de los más jóvenes y las tardecitas somnolientas de algunos abuelos.
Fuente: La Nación 

Por Diego Golombek  | LA NACION

Mirta se levanta muy temprano, aún antes de que salga el sol. La mañana es su paraíso personal: está de lo más fresquita, puede ir al gimnasio, resolver los problemas cotidianos, avanzar en el informe pendiente para su trabajo. Se diría que el sol es su aliado incondicional. El problema es tratar de despertar a Esteban, su hijo adolescente, para que de esa mata de pelos y huesos largos salga un ser humano relativamente consciente para llegar a horario al colegio. Esteban siente que esas horas de la mañana son un calvario, un universo equivocado en el que no le corresponde vivir. Pero con el correr de las horas la historia se invierte: ya hacia la tardecita Mirta comienza a sentir esa somnolencia que le opaca la vista y el pensamiento; y si por ella fuera, cenaría bien temprano y de ahí a la cama sin escalas. Esteban, por el contrario se empieza a despertar -lo que se dice despertar -en algún momento de la tarde, y por la noche se siente brillante, listo para el fútbol 5 con los amigos o para entender la tarea escolar que a duras penas había podido copiar hace sólo unas horas.

Ejemplos, extremos tal vez, de algo que nos pasa a todos: nos identificamos como mañaneros o noctámbulos o, de acuerdo con la jerga cronobiológica (aquella que estudia nuestros tiempos y nuestros ritmos), alondras y búhos. Ojo, a no abusarse: si bien todos tenemos algún grado de preferencia temporal para actividades físicas o intelectuales, los casos extremos representan sólo al 10% de la población. Pero sin duda que lo sufren y mucho.

Comencemos por el principio: escondido en el cerebro, un pedacito de tejido nervioso mide el tiempo y le dice al cuerpo qué hora es -el famoso reloj biológico. Gracias a este reloj hay tiempos para dormir, para despertar, para tener hambre, para cargar bolsas en el puerto y para resolver crucigramas -y también para responder de manera ideal a los remedios. Pero el asunto es que las agujas de este reloj no apuntan igual en todas las personas: en algunos están más adelantadas y en otros, más retrasadas, lo que genera que sus tiempos estén un poco desfasados con respecto a lo normal -si es que hay algo normal o anormal en todo esto. Más aún: hay evidencias de que estas preferencias temporales -que en el lenguaje técnico se llaman cronotipos- en algunos casos son innatas y hay pistas genéticas que subyacen a ser mañanero o noctámbulo, de la mano de ligeras variaciones en genes como period o clock (nombres muy originales para tener algo que ver con el reloj biológico.).

 

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