Por Pedro Mairal | 10 SEP 11

La muerte de un galeno

¿Por qué querés ser médico vos?

No me acuerdo qué hospital era, pero era en el Conurbano. Llegué en el Falcon que había sido de mi abuelo, que tragaba nafta que daba miedo. En recepción pregunté por el Dr. X y lo llamaron por altoparlante. Me había mandado una orientadora vocacional cuando, después de varias consultas, yo dije que quería estudiar Medicina. Así que me hizo el contacto con su cuñado que era capo de algo en ese hospital. Lo esperé en el hall pero no aparecía. Después me hicieron esperarlo en uno de los consultorios. Al rato apareció, abrió la puerta y disimuló una media sonrisa. Yo me vi: pelo largo por los hombros, remera negra de Pink Floyd, 19 años y cara de 14. El, de guardapolvo abierto, bigote tabacoso y mano pesada. Un Rodolfo Ranni de la medicina. ¿Por qué querés ser médico vos? Quiero curar, le dije. Nosotros no curamos, el cuerpo se cura solo, a veces lo ayudamos un poco. La cosa había empezado mal. ¿A vos qué te gusta hacer, de verdad? Escribo poesía, pensé, pero no lo dije. Me pareció que se iba a enojar, como si le mostrara que podía levitar y él me bajara al suelo de un cachetazo. No sé, le contesté. Te voy a hacer una ronda por el hospital, me dijo y me empezó a mostrar las distintas áreas. Los terminales, me decía y me metía en una sala de fantasmas de carne y hueso. Yo me hacía el no impresionado, le ponía cara de nada. Me metió en una sala donde había un tipo esposado a la cama. Me hizo mirar por una ventana alta cómo operaban a alguien, pero no se veía mucho, apenas unas grampas abriendo algo que parecían dos costillas. Insistí con mi cara de póker. Buscó algo durante un rato hasta que destapó una camilla y había una vieja desnuda. ¿Habías visto un muerto alguna vez? Sí, le mentí. Después se empezó a cansar. En un pasillo del tercer piso se cruzó con colegas que le preguntaron algo y se demoró hablando. Al fondo había un balcón y afuera un tipo en pijama fumando. Me asomé por la baranda. Era el mediodía, había sol. ¿Venís a ver a un familiar? No, le dije. Y me dieron ganas de mostrarle que yo podía volar por encima de las copas de los árboles.
 

 

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