Su familia pide una muerte digna | 05 SEP 11

Lleva 17 años en estado vegetativo

Según tres comités de bioética su estado es irreversible. Una jueza rechazó el pedido.

Por Mariana Iglesias

Una mirada. Un movimiento de labios. Un apretón de manos. Durante años, los padres de Marcelo esperaron infructuosamente que su hijo les diera alguna señal. Para cuidarlo, decidieron tenerlo bien cerca. Armaron una suerte de clínica en el hogar. Contrataron enfermeras, fonoaudiólogos, kinesiólogos. La señal nunca llegó. Los padres finalmente murieron, de tristeza, de impotencia, de cáncer, del corazón. Marcelo sigue postrado en una cama, ahora de una clínica. Su estado vegetativo permanente es irreversible, según aseguraron tres comités de bioética. Sus hermanas pidieron el retiro del soporte vital y, ante la negativa de los profesionales, recurrieron a la Justicia. En un fallo calificado de “aberrante” por especialistas, una jueza rechazó el pedido, que fue apelado. “Lo que era Marcelo ya no está ahí, déjenlo morir de una vez”, piden ellas. El accidente fue un 23 de octubre, 17 años atrás.

“Marcelo no hubiera querido esto, Marcelo no hubiera querido esto”. Adriana Diez repite la frase, como un mantra. Ella tiene 45 años y es contadora, como lo era Marcelo, su hermano mayor, que cumplió 47, pero vivió hasta los 30. Pescaba. Esquiaba. Escalaba. Hacía trekking. Deportes de riesgo. Andaba en moto. Adrenalina pura. ¿Quién es ese hombre con manos como garras, mirada esquiva, boca torcida y piernas de estatua? “Lo que quedó de Marcelo. Un cuerpo que respira”, dice Adriana escondiendo la foto de su hermano.

Aquel 23 de octubre de 1994 era un domingo de sol. Los hermanos iban a hacer un asado en la antigua chacra de sus abuelos en las afueras de la ciudad de Neuquén. Marcelo no llegó, Un auto que ingresaba en la ruta 22 se lo llevó por delante cuando él traspasaba un camión. Lo internaron en el hospital de Neuquén con politraumatismos, pero una infección intrahospitalaria le afectó el cerebro y lo sumergió en el estado vegetativo del que nunca más salió. Era el 8 de diciembre. Lo llevaron a la Fundación Favaloro de Buenos Aires. Nada que hacer, dicen. De allí a la Clínica Bazterrica y luego a ALPI. Ante el fracaso, sus padres, Trude y Andrés, volvieron con su hijo a Neuquén y acondicionaron aquella chacra, que sería una clínica para Marcelo y el interminable desfile de especialistas.

Pero Trude se enfermó, atrapada por un cáncer. “No puede soportar la idea de que su hijo muera antes que ella”, dijo por entonces una psicóloga. Así fue: murió en 2003. El padre, enfermo del corazón, murió en 2008.

 

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