¿Descalificación o desacuerdo? | 27 JUN 11

¿Podrá hablarse de ‘ninguneo’ académico en Medicina?

¿Cómo se valoran, en las facultades de medicina, las diferentes materias que integran la curricula?
Autor/a: Dr. Ricardo Ricci 

Toda aproximación a la realidad no es mera coincidencia. Las experiencias nuestras de cada día van mostrándonos realidades que luego expresamos por escrito. Salvo que rotulemos nuestro trabajo como de ficción pura, cualquier proposición en la pluma de un autor tiene, de manera directa, una vinculación con sus propias experiencias y con su única manera de ver el mundo y los eventos que en él ocurren.

El tema que actúa como disparador del presente trabajo, está relacionado con los modos en los que se valoran, en las facultades de medicina, las diferentes materias que integran la curricula de las carreras de médicos. Ocurre que en reuniones de profesores, aún en las de más alto nivel, la valoración del trabajo propio y el trabajo ajeno no se realiza con la misma vara. De ese modo, es común observar sobrevaloraciones del trabajo propio, acompañadas o no por actitudes de menosprecio del trabajo de los colegas de la misma unidad académica, es más, de la misma carrera. En una época en que los procesos de integración de los saberes va ganando cada vez mayor lugar y prestigio, algunos profesores, de manera culposa, no dolosa, invitan con sus opiniones a la desintegración más criticada.

‘Ningunear’ es un verbo desafiante, polémico, y está muy de moda en el lenguaje coloquial, no parecería adecuado para formar parte de un texto académico. Siendo esto rotundamente cierto, el término se aplica adecuadamente por su fuerte carga descriptiva y por su impacto semántico. ‘Ningunear’ hace referencia a la subvaloración de determinada postura o posición conceptual de otra persona. Ningunear – para mí fue una sorpresa -  se encuentra en el diccionario de la RAE, en donde dice que es el acto de quitar valor, o de menospreciar a otro. Esto puede realizarse de manera consciente, aunque en general, en los ámbitos educativos, se produce mediante deslices o actos fallidos, que producen considerable daño sin que esa haya sido la intención del opinante. Justamente por eso hablo de culpa y no de dolo, es decir no imputo a priori intencionalidad alguna a las actitudes a las que me estoy refiriendo.

En teoría de la comunicación se dice que, respecto del interlocutor se pueden tomar tres actitudes posibles: la confirmación, la desconfirmación y la descalificación. La primera se trata de afirmar o reforzar la opinión de la persona con la cual se está interactuando. La segunda consiste en manifestar desacuerdo con la ponencia del otro. Ambos modos suponen el reconocimiento de la existencia del otro como un ‘alter’ con el que se concuerda o no. La última es la descalificación, en ella se hace como que el que sostiene su opinión, no dijo nada. La descalificación es negadora de la existencia del ‘alter’. No es una cuestión relacional menor, propiamente no se manifiesta desacuerdo con la postura ajena, peor, niego que exista esa postura. En las dos primeras hay un explícito o tácito reconocimiento de la existencia de quien sostiene una determinada argumentación con la que estoy o no de acuerdo. En la descalificación por el contrario, se niega la existencia de quien sostiene ese argumento. Pasamos por lo tanto de una discusión sobre el contenido, estar o no de acuerdo, a una cuestión de tipo relacional: existe o no existe como interlocutor. Está abundantemente estudiado y fundamentado que la gravedad de los problemas relacionales es mucho mayor que la de los problemas de contenido.

Por ejemplo: puedo o no estar de acuerdo con una persona y en ambos casos decírselo razonablemente o ejerciendo algún tipo de violencia. Esa es una realidad en la que se reconoce la existencia del otro en frente de mí. Descalificar, por el contrario, consiste en hacer de cuenta que el otro no existe, no le dirijo la mirada, no incluyo sus comentarios en la discusión, sus puntos de vista son soslayados, no lo incluyo en el intento de lograr una conclusión, es decir, niego su existencia como interlocutor.

En síntesis, las relaciones interpersonales en cualquier ámbito en el que deseemos considerarlas, se fundamentan en el reconocimiento de la otra persona, el disenso o el consenso se asientan sobre la existencia reconocida del otro. La descalificación, en cambio, es la ausencia de interacción. ¿Cómo se llevará a cabo la comunicación, si uno de los dialogantes tiene negada su existencia por parte del otro? Con la descalificación se imposibilita el intercambio comunicativo y cualquier pretensión de proyecto en común o de consenso, carece lógicamente de posibilidad.

Por ejemplo: En una discusión sobre un conflicto salarial, el empresario discute con el delegado del sindicato sobre la cuestión de los sueldos. Uno justifica su postura, y el otro sostiene enfáticamente la suya. Resulta que, en la misma mesa de discusión, está un obrero que ha venido a plantear cuestiones salariales y de seguridad laboral. La polémica se desarrolla alrededor de los sueldos, las cuestiones del obrero son desoídas sistemáticamente. El obrero decide levantarse incómodamente de la mesa, y la discusión frenética sigue adelante como si él nunca hubiera estado sentado allí. Podríamos decir que el obrero fue descalificado, ignorado, ninguneado. La realidad relacional es que el asalariado – a los fines comunicativos -  nunca estuvo sentado a la mesa de diálogo.

La casa como metáfora:

Cuando se desea construir una casa, lo primero que se hace es ver adonde va a ser edificada. Luego se ensayan algunos planos y finalmente se elige el que está más de acuerdo con las necesidades de quien va a habitarla. En una primera etapa, se plantean los cimientos y se lleva a cabo lo que es la fundación de la casa, es decir, se hacen las bases sobre las cuales se continuará construyendo el edificio. Esos cimientos se hacen a conciencia, son los fundamentos de la casa, en ellos no se escatima en cemento, ni en piedras, ni en acero. Una vez que esta etapa concluye satisfactoriamente, se comienzan las columnas que constituyen el esqueleto de la casa, luego las paredes básicas de soporte, y finalmente el techo. Al tiempo se comienzan a hacer las paredes interiores, a colocar las puertas y las ventanas. Lugo vendrá el contrapiso, el piso, la instalación eléctrica, el gas, y todos los detalles que sería muy extenso comentar.

Sería aventurado, aún cómico que quien coloca el techo de la casa, se atribuya a sí mismo la autoría de la casa en su totalidad. Diríamos que es un disparate si el que está colocando el piso y terminando con los detalles interiores, afirmara que gracias a él la casa está ha tomado forma. Quien hace los cimientos, mal puede atribuirse la autoría de un edificio que aún no ha sido construido.

Lo que decimos cae por el propio peso de lo obvio, es irrefutable a tal punto que hasta nos parece trivial hacer el comentario. Que uno de los integrantes de un equipo de trabajo que a lo largo del tiempo consigue un logro arquitectónico se erija en el hacedor universal del producto finalizado, es por lo menos un despropósito.

El ámbito académico como realidad.

Con frecuencia ocurren en los ámbitos académicos situaciones que pueden asemejarse demasiado a la expuesta en la metáfora de la casa. Situaciones en las que, sin pretensión de sacar ventaja alguna, se producen discursos valorativos un tanto inadecuados.

En las carreras de medicina, es frecuente que se menosprecie el trabajo de los profesores y de las cátedras del llamado ciclo básico. En ese período se imparten las nociones elementales de la formación de un médico entre las que se encuentran, Anatomía Normal, Biofísica, Bioquímica, Fisiología, Histología, etc. Se entiende desacertadamente que esas materias, sus contenidos y las competencias en ellas impartidas, no hacen propiamente a la formación de un médico. Las infravaloraciones provienen en general de los profesores del llamado ciclo clínico, en el cual se dictan las Clínicas, las Cirugías y las especialidades. En oportunidades se menosprecian competencias que se adquieren en módulos como los de Cirugía Experimental. Un avezado docente llegó en una oportunidad a decir: “De que sirve que los estudiantes hagan mil y un puntos de sutura sobre la piel de cerdos, si lo que se necesita de ellos es que estén en condiciones de hacer suturas en el cuero cabelludo de un paciente concreto, que ha recibido una herida cortante producida por un impacto de botella en su cabeza”. Comentarios de este tipo, irritan en demasía a quienes se dedican a la formación de los estudiantes en sus etapas iniciales. Los escenarios en los que esos comentarios son expresados varían, en determinadas reuniones hasta resultan jocosos, mas los docentes dedicados al ciclo básico de la carrera de médicos se sienten menospreciados en cualquier caso.

No hay médico que se atreva a sostener en público que el ser humano es sólo un cuerpo, nadie se atrevería a argumentar a favor de que lo mental es secundario en los pacientes con los que habitualmente trata. Es más, se habla de unidad, de persona, de integralidad cuerpo – mente. Las neurociencias actuales están dando pasos que permiten sostener la unidad mente – cuerpo con mayor fundamento que nunca en la historia de la humanidad. A pesar de eso, en algunas facultades de medicina, y en actitudes de algunos docentes, se percibe que las materias, Salud Mental, Psicología Médica, o Psiquiatría, son poco consideradas, se las coloca en un segundo plano. Suele decirse que los psiquiatras son ‘raros’, que hablan mucho pero que no dicen cosas concretas, que hay mucha teoría pero poco acuerdo terapéutico.

En la práctica médica se soslaya la patología psiquiátrica, o se la considera de importancia menor. Es común que en las guardias médicas se menosprecie una florida sintomatología diciendo: “es ‘sólo’ una H”, haciendo referencia a que la paciente padece una histeria de conversión.

Parece que no se considera académicamente correcto proponer a los estudiantes obras literarias que son muy ilustrativas a la hora de ejemplificar la patología psiquiátrica. “La enfermedad y sus metáforas”, Rey Lear”, “La muerte de Ivan Ilich”, “El jugador” y muchas otras joyas de la literatura son desvalorizadas porque no tienen una ‘directa’ pertenencia a las cuestiones médicas.

 

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