Un mensaje de esperanza | 02 MAY 11

Historia de la Medicina Tropical en la Argentina

Discurso del Dr. Olindo Martino con motivo de la creación del Instituto Nacional de Medicina Tropical en la Academia Nacional de Medicina.

La República  Argentina ofrece un excepcional proscenio ecológico. En él, la fértil y versátil naturaleza se adecua holgadamente a sus cuatro estaciones climáticas. Sin embargo también ofrece el desafío de abruptos contrastes:  las vastas y bellas praderas pampeanas, los ríspidos peñascos precordilleranos; las selvas y bosques del cálido techo norteño. Es fácil esperar entonces que la variable geografía física que nos envuelve proponga modelos fito y zoogeográficos conforme a la región bioclimática dominante y, además, donde asienta la actividad humana con su peculiar idiosincrasia folclórica y una calidad socioeconómica, cultural y sanitaria determinadas.
  
Me estoy refiriendo al teatro de la vida, cuyo principal protagonista es el hombre y que según lo definiera el filósofo español Xavier Zubiri, ¨… no sólo elige el medio sino que lo transforma. Su adaptación a él es entonces libre y voluntaria pero también inteligente ¨  Es muy cierto! ¨ Homo habilis  ¨ elige el medio para vivir, se acomoda a él, lo transforma si lo desea y también, si le cae en gana, lo destruye. Posee así un magnífico atributo intelectual con facultad para trasladar a su digna especie desde la magnificencia creativa hasta el desequilibrio total para, finalmente, y a su antojo  hundirlo en el desperdicio. 
   
Existen suficientes pruebas epidemiológicas señalando, por ejemplo, que el desequilibrio y los desechos ecológicos, producto de insanas actitudes del hombre en torno a su ¨ ambiencia  ¨  conllevan el riesgo de aparición o reemergencia de variadas patologías infecciosas y transmisibles. Por otro lado, si bien la prueba que vincula a los factores climáticos como determinantes de patologías orgánicas todavía está  sub judice, el eminente ecólogo y médico bacteriólogo René Dubos sostenía que  ¨ el frío, el calor y la humedad influyen naturalmente sobre la salud y la enfermedad de muchas maneras ¨  Frente a esta reflexión cabe preguntar: si partimos de una medicina basada en la concepción holística de los hechos naturales, este aporte al conocimiento no garantiza -  en términos de salud-enfermedad -  un diagnóstico de situación más criterioso que considerar apenas al sujeto-objeto de padecimiento en forma aislada? Creo que sí y hoy, aquel recordado y poco comprendido axioma de Ortega y Gasset que apuntaba al ¨ Yo y mi circunstancia ¨  se está irguiendo con más crudeza a cada instante  frente al atónito espectador de la naturaleza. Podemos hoy dudar sobre la justeza de aquel axioma frente a  las  incontrastables vivencias que ofrecen los desastres naturales?
  
Elocuentes hitos paleopatológicos y antropológicos han dejado indubitables certezas del maltrato de nuestro ecosistema planetario a partir de considerables incidentes de extinción, expansión, estallido y exterminio deliberados. Gracias a nuestra pretérita biografía ecológica hoy sabemos y estamos en condiciones de reconocer, explicar y controlar algunos de los productos socioculturales, económicos, políticos y sanitarios que aquejan a un sin número de ecosistemas de nuestra geografía nacional. Sobre todo, y con particular énfasis, me refiero a la estructura epidemiológica que ofrece el extenso y accidentado retazo de nuestra bóveda territorial. Puntualmente al norte argentino. 
   
No puede ignorarse que esta nórdica región representa el Locus Communis de  la mayoría de nuestras tragedias sanitarias. Hasta parecería que esa sufrida franja de biósfera patria conjuró un escenario propicio y avieso: un clima tórrido, frecuentes tormentas cataclísmicas, la falta de agua potable, napas subterráneas contaminadas, viviendas precarias, carencia de letrinas , la elevada concentración de vectores de enfermedades y alimañas ponzoñosas; además del lastre que suponen las  necesidades básicas insatisfechas, la sombría desnutrición, el incalificable analfabetismo y la  marginación social. Tamaño castigo  ecológico no puede sorprender frente a la vigencia histórica, allá por las décadas del ‘ 20 y del ‘ 30,  de enfermedades endemo-epidémicas tales como el paludismo, el mal de Chagas, la tuberculosis, la lepra, el tifus exántemático, la viruela, la rabia humana, la leptospirosis, las persistentes enteroparasitosis. 
    
No fue casualidad, entonces, que en  ese escenario hostil naciera la idea. Esa idea tan necesaria, ineludible, que poco a poco fue esgrimiendo un formidable desafío; más aún, un inviolable compromiso de ética humanística porque quienes la desarrollaron supieron rescatar de aquella miseria existencial a tantos pueblos sumergidos en aquel extenso y olvidado altillo del norte argentino.
   
Quienes se jugaron para cumplir con tan benemérita labor fueron hombres comunes pero que sintieron bajo sus alpargatas enlodadas el clamor de justicia de la madre tierra: esa ¨ Pacha Mama ¨ yerma y quebrada. Entre ellos hubo un hombre, menudo y testarudo, de pujante fantasía y visión de futuro; mezcla siciliana de quimera, creatividad, amor al trabajo y sacrificio extremo. Ese hombre fue Salvador Mazza… el menudo ser que marcaría hondo el sendero de la futura medicina regional y tropical en aquel retazo de tierra patria.
   
Su visión sanitaria del Noroeste argentino fue al momento captada por el entonces Prof. Dr. José Arce, Director del Instituto de Clínica Quirúrgica dependiente de la Facultad de Medicina de la UBA, donde Mazza se desempeñaba como médico bacteriólogo. Fue entonces que por resolución del Consejo Superior de la Universidad de Buenos Aires, en febrero de 1926  se creó la ¨ Misión de Estudios de Patología Regional Argentina ¨  identificada a partir de entonces con el acrónimo de M.E.P.R.A. Por su mérito innegable el Prof. Arce honró a Mazza designándolo su Director y  situando el local del futuro instituto en los aledaños de la ciudad de Jujuy. 
  
La precisa consigna de la M.E.P.R.A. era reconocer, estudiar y diagnosticar las enfermedades ¨ desconocidas del norte argentino …¨  Fue entonces allí, en aquel genuino oráculo del conocimiento  donde comenzó a gestarse la epopeya de la medicina tropical  en la Argentina. Fueron veinte años de ininterrumpida y fructífera labor que desarrolló el maestro junto a sus intuitivos y leales discípulos. Con ecuánime reverencia e inocultable nostalgia  debo recordarlos porque el eco de muchas de sus invalorables enseñanzas quedaron sumidas en el olvido. Entre los más destacados mencionaré a Flavio Niño, Miguel Jörg, Salomón Miyara, Cecilio Romaña, Guillermo Paterson, Carlos Alvarado, Canal Feijóo, Germinal Basso, Berón de Astrada.
  
La M.E.P.R.A. representó un magno crisol de esforzada y talentosa labor. Allí la inteligencia mancomunada y el mutualismo interdisiciplinario se prodigaron con llamativa rigurosidad científica para aquella alborada de siglo. La clarividencia de su conductor alumbró la correcta huella para que esa pujante institución cumpliera substanciales funciones en el área asistencial, diagnóstica, de investigación y, además, con el  original  desarrollo de modelos de  cirugía y patología experimentales. Así lo idealizó el menudo y testarudo Mazza. Así le brotó de sus entrañas creativas mientras predicaba a sus seguidores sobre la  inexcusable necesidad de la investigación como brazo extensivo y sostenedor de la labor asistencial. Como fiel aunque lejano seguidor de su escuela hoy  estoy plenamente convencido que tan esencial es inocular una laucha de laboratorio como además cumplir oportunamente con un programa de vacunación, vencer la desnutrición, amparar al desvalido  e instruir al analfabeto.
   
Pues esa fue la esencia de su mensaje. Una clara actitud de ética humanística, plena de convicción, esfuerzo y vocación! Y como de historia se trata demos cabida a esta pequeña  anécdota donde se cuenta que allá  a lo lejos, con el rocío mañanero, solía divisarse   un pequeño trencito, de apenas un vagón, que a modo de oruga solitaria surcaba cerros y valles, bosques y picadas,  rodando rodando entre los cálidos durmientes de aquella  tierra noroestina. En ese pequeño trencito sanitario iba sentado un hombre bajito,  con los ojos entornados, mezclando sus sueños con las humeantes volutas de su
¨ pucho ¨  empedernido. Pues en ese vagoncito Salvador Mazza visitaba a la pobreza humana.
   Con su inesperada muerte, un 7 de noviembre de 1946, se fue un notable de la vida. Un genuino artesano de ideas, proyectos y esperanzas. Protagonista y alentador inquebrantable hacia nuevas búsquedas científicas. Ese bajito, de mirada vivaz, vehemente al defender sus principios, implacable y demoledor ante la estupidez  y la  fabulación cientificas.
  
Como era de esperar, tras su desaparición, la M.E.P.R.A. pasó a ser conducida transitoriamente por algunos de sus discípulos más destacados hasta que, de pronto, la sombría pluma de la mediocracia de turno rubricó su disolución definitiva,  un aciago 16 de mayo de 1959. 
  
Hace momentos expresé que la M.E.P.R.A. fue un visionario oráculo del conocimiento científico. Pero hoy, en este instante, siento la necesidad de agregar  que además de su brillante legado científico, la Misión de Estudios de Patología Regional Argentina  dejó  signada una profecía:  la ¨ misión  ¨  impostergable de desarrollar y profundizar la disciplina tropical con todo el rigor y alcance científico posibles. Una profecía que a través de estos últimos cincuenta años viene acechando, día a día, con mayor realismo. Acaso podemos olvidar el imprevisto cachetazo recibido con el debut del cólera a fines del año ’91, invadiendo el noroeste argentino por los corredores hídricos y, como era de esperar, descargando toda su ira  en aquellas  poblaciones  más empobrecidas? Como tampoco podemos negar la emergencia de nuevas patologías que de tiempo en tiempo se están reconociendo  tales como  la fiebre hemorrágica, las  nuevas fiebres  manchadas, el dengue, los brotes de fiebre amarilla selvática en Misiones y Corrientes en los años ’66 y ’67, el hantavirus, las encefalitis equinas y de  San Luis, la leishmaniasis visceral, la rabia proveniente de quirópteros, como así mismo la preocupante incidencia de la modalidad congénita de infección  por T.cruzi y la forma diseminada de infección por este protozoo en sujetos inmunocomprometidos
    
  
Casi en el ocaso de sus vidas he tenido oportunidad de trabajar y dialogar largamente con dos grandes de la escuela de Salvador Mazza. Con emoción y profundo respeto recuerdo al Dr. Cecilio Romaña y quizás al más completo patólogo regional de la época, el Dr. Eduardo Jörg. De ellos recogí fragmentos  inigualables de actitudes de vida vinculados con aquella brillante argamasa de técnicos, biólogos, parasitólogos, entomólogos, epidemiólogos, sanitaristas, patólogos e investigadores que dieron vida y escribieron la rutilante historia de la M.E.P.R.A. Recuerdo que Romaña y Jörg me contaban que cada uno de los integrantes de la institución  eran avezados alquimistas sanitarios. Porque hacían de todo; examinaban enfermos, desarrollaban  técnicas de laboratorio bacteriológico y parasitológico, al ser  la M.E.P.R.A. el laboratorio de referencia para el diagnóstico de la enfermedad de Chagas; inoculaban animales de laboratorio, creaban modelos experimentales, pergeñaban rastreos epidemiológicos con el vagoncito sanitario, conocían la  medicina folclórica,  clasificaban a los vectores biológicos, sacrificaban e identificaban lesiones patológicas a partir de los reservorios animales. Destaco también las medulosas reuniones científicas coleccionadas en sendos volúmenes e identificadas como 
¨ Reuniones de la Sociedad Argentina de Patología Regional del Norte  ¨ . En el lapso de veinte veinte años la M.E.P.R.A publicó 551 trabajos multidisciplinarios de los cuales Mazza fue coautor de 382 publicaciones. 
Esa pléyade de talentos que acompañaban la filosofía operativa del maestro fueron, sin duda, genuinos baqueanos en el reconocimiento de la historia natural de las enfermedades, tanto en su contexto ecológico, como en su esencia fisiopatológica, clinica y experimental. Única manera de ser certero en el  diagnóstico, el control y la vigilancia epidemiológica de una noxa transmisible. 
  
Aunque en forma sucinta, creo justificado destacar aquí los trascendentales aportes científicos legados por algunos de sus discípulos, entre los cuales menciono  al  Dr. Guillermo Paterson, prestigioso médico tropicalista de origen inglés, radicado en la provincia de Jujuy desde 1894 a quien se le debe las primeras descripciones del mosquito Anopheles pseudopunctipenis signándolo como único agente transmisor del paludismo autóctono en el noroeste argentino. Además fue propulsor de la lucha antilarvaria mediante el uso de la brea. Fue precisamente el Dr. Carlos Alvarado quien, avalando las comprobaciones de su antecesor, fue el genuino impulsor de la lucha antivectorial en la región mencionada  a través del uso del DDT. Mediante esta histórica faena sanitaria la Argentina se constituyó, a partir del año 1947, en el primer país de América con un programa regular de dedetización.   
   
Del Dr. Romaña recuerdo que, allá por la década del ’60, en un momento de distensión en nuestra labor sobre temas de investigación clínica que desarrollábamos en la Cátedra de Enfermedades Infecciosas dependiente de la Facultad de Medicina de la UBA, con asiento en el Hospital Muñiz, me alcanzó a decir: Sabía Usted que el Dr. Mazza hizo su tesis de doctorado sobre araneismo humano justamente aquí, en esta cátedra y en este mismo hospital? Tal inesperado  relato  me emocionó vivamente y por algún tiempo me dejó con la intriga acerca de los motivos que lo indujeron a tal revelación. Sin embargo lo cierto era  que toda aquella convivencia científica y afectiva que me unió al Dr. Romaña y al Dr. Jörg,   rebosadas además  con medulosas enseñanzas y enriquecidas por anécdotas y experiencias sin par,  hicieron profunda mella  en mi joven iniciación  como infectólogo y docente de aquella prestigiosa Cátedra Universitaria. Hoy pienso si todo aquel rico acontecer científico de mi juventud no representó un soslayado mensaje de aquel gran espíritu que fue la M.E.P.R.A. 
  
Desde entonces me aferré con pasión a ese cúmulo de vivencias y decidí honrar, con lo mejor de mi ser, a ese gran espíritu. Recordé entonces la veracidad de aquella bella frase de Leonardo da Vinci cuando decía que ¨ todo nuestro saber procede de lo que sentimos ¨  Para mí así fue. Decidí entonces tomar una determinación que hasta ese momento era inédita y hasta comprometida. Transformarme en médico itinerante, única manera de comprender aquel gran legado dejado por una M.E.P.R.A. truncada y atropellada. Y ahí nomás me despegué de la gran metrópoli para emprender la gran aventura…un largo camino como médico rural.
   
A pesar de toda suerte de consejos disuasivos, desmoralizantes y por momentos con claras amenazas de cesantía en mi calidad de médico de planta y docente de la cátedra universitaria, no titubeé en enfundarme en mi ¨ poncho blanco  ¨ y llena mi mochila de ilusiones comencé mi peregrinaje, un frío mes de julio de 1968. A partir de entonces se sucedieron año tras año travesías de reconocimiento sanitario y asistencia comunitaria junto a un entusiasta e interdisciplinario grupo humano, procedente de diferentes instituciones de relevancia científica. Recorrimos así extensos y desolados páramos en las provincias de Jujuy, Salta, Tucumán, Chaco Formosa, Misiones y Santiago del Estero, donde padecimientos inimaginables asentaban con preferencia en comunidades indígenas wichi, toba, pilagá y guaraní, aunque también en  las sedentarias poblaciones mestizas. En tales escenarios la tragedia sanitaria se nos mostró  con similares prevalencias a las descritas, décadas atrás, por la adelantada escuela de la M.E.P.R.A. Claro era que se había progresado científicamente  en esos veinte próbidos años de dura y criteriosa labor de la escuela de Salvador Mazza. Pero desde entonces al mirar y sentir esa tierra patria poco menos que olvidada sería hasta necio no aceptar que toda aquella valiosa siembra de enseñanzas sobre la compleja geografía médica norteña apenas quedó redimida, año tras año, por el entusiasmo de unos pocos valerosos médicos e investigadores  que, resignados,  continuaron con esfuerzo personal remontando las  adversidades sanitarias que apenas tuvieron a su alcance. 
  
Debo decir que tras el regreso de cada una de mis travesías mi aliento por seguir iba debilitándose porque me daba cuenta que en ese extenso y agreste  ábside norteño el meollo de tal estancamiento radicaba esencialmente en la falta de auténticos ¨ braceros  ¨ en el primer nivel de asistencia comunitaria. Faltaba enseñar a sentir  lo que no estaba en el libreto de la práctica médica: porque faltaba también aprender a vibrar frente a los legítimos  reclamos de la desventura y la enfermedad social.
  
Con inamovible convicción sostengo que no estamos formando una suficiente y sólida horneada de profesionales con la necesaria fortaleza para interpretar el lenguaje del dolor físico, la pesada resignación histórica y la marginación social que aún discrimina parte del norte argentino. De una vez por todas necesitamos formar auténticos operarios de la salud que acepten con humildad embarrar sus alpargatas para comprender que el dolor del hombre no sólo se sitúa en el agobio que ocasiona una enfermedad.  Es tiempo ya de darse cuenta que  un padecimiento mantenido  en una ambiencia tropical agresiva  se apoya siempre en el indeleble binomio individuo – medio ambiente. 
   
Con  la lejana reminiscencia de aquel invernal día en que asumí el compromiso de cumplir con el mensaje de la escuela de Salvador Mazza,    inicié por mi lado la búsqueda de profesionales que tuvieran, más allá del competente ejercicio de la medicina, una decisiva fortaleza  ética. Hoy con orgullo puedo asegurar que los encontré y unido a ellos comencé a enseñar la doctrina  legada por aquellos notables de la Medicina Tropical. Y por gracia del destino no fue casualidad haberlo logrado en mi tan querido Hospital Muñiz, en ese primitivo lazareto donde Salvador Mazza asentó su primera siembra científica. Con fe y bajo el principio de la inteligencia compartida y el esfuerzo mancomunado, comenzamos un esperanzado camino que se inició un caluroso diciembre del año 1980. Pero recién en el año 1989, por Decreto 1731 de la entonces Comuna Metropolitana, fue creado el  ¨ Centro Municipal de Patología Regional Argentina y Medicina Tropical¨ identificado como CE.M.P.R.A. y con asiento operativo en el Hospital de Enfermedades Infecciosas Francisco Javier Muñiz de la ciudad de Buenos Aires. Quedó así oficializada la asistencia de enfermos con patologías  regionales, además de la asistencia ambulatoria de los emponzoñamientos por animales venenosos, y aquellas enfermedades tropicales procedentes de Argentina y del exterior. Hoy, al cabo de 30 años de labor y ya consolidado como centro de referencia, el mismo es dirigido por mi leal y eficiente discípulo el Dr, Tomás Orduna, quien, además,  con oportuna iniciativa acrecentó la labor asistencial y docente a partir de la creación de  la importante disciplina ¨Medicina del Viajero ¨ que brujula el comportamiento epidemiológico en aquellas regiones del planeta con  prevalencia de noxas transmisibles. 
  
Por otra parte el CE.M.P.R.A.  cumple en forma integrada tareas con otros  centros sanitarios del norte del país.  Precisamente con  la Residencia Médica en Atención Primaria en la provincia de  Salta que desde hace 16 años, y bajo mi dirección, desarrolla actividades en el Hospital Regional ¨ Joaquin Castellanos ¨ en la localidad de Güemes, colaborando además en   rastreos epidemiológicos y asistencia comunitaria con el equipo de Medicina Tropical que opera en hospital regional de San Ramón de la Nueva Orán y con el departamento de Epidemiología del Ministerio de Salud de la citada provincia.
  
Debo destacar que desde su creación el centro aludido ha garantizado la seriedad de su gestión a partir de la invalorable ayuda técnica proveniente de la Administración Nacional de Laboratorios e Institutos de Salud ¨ Dr. Carlos Malbrán ¨  (ANLIS), organizado y dirigido por la prestigiosa investigadora Dra. Elsa Segura, con especiales aportes para el diagnóstico brindados por los Institutos:  Nacional de Parasitología ¨ Dr. Mario Fatala Chaben ¨ , Nacional de Enfermedades Virales Humanas ¨ Dr. Julio Maistegui ¨ , del Serpentario del ANLIS y, por otro lado,  del Instituto de Zoonosis ¨Luis Pasteur ¨  de la ciudad de Buenos Aires y además del Instituto de Virología ¨ Dr. José María Vanella ¨ dependiente de la Universidad Nacional de Córdoba; mientras que desde el exterior, cuando lo requerimos, tuvimos el apoyo diagnóstico del CDC de los Estados Unidos y del Instituto
¨ Pedro Kouri ¨de la Habana. 
  
En forma correlativa el C.E.M.P.R.A. sigue capacitando a sus médicos residentes y de planta en los cursos de posgrado en la disciplina tropical,  que dicta regularmente  el Núcleo de Medicina Tropical de la Universidad de Brasilia y el Núcleo, con igual disciplina, en Uberaba perteneciente al Triángulo Mineiro y dependiente de la Universidad de Minas Gerais, Brasil 
   
El aludido centro y la sección Zoonosis del Hospital Muñiz han colaborado también en el desarrollo de cursos de posgrado en Medicina Tropical organizados regularmente por el Instituto de Medicina Regional de Resistencia, provincia del Chaco, bajo la dirección del Profesor Dr. Jorge Gorodner.
  
También deseo mencionar la importante labor asistencial y científica que desde hace más de 15 años está cumpliendo el Servicio de Infectología y Medicina Tropical del Hospital jujeño de San Roque, bajo la inteligente conducción del Dr. Carlos Remondegui.
  
Finalmente, creo oportuno formular esta reflexión: en mis años de faena como médico rural y docente universitario he comprobado que   poco se ha avanzado en fortalecer la formación humanista del recurso humano, concentrando la capacitación de  nuestro médico regional en la exclusiva  tarea asistencial. Sin embargo considero importante tomar en cuenta que en las regiones tropicales la enfermedad suele ataviarse con el verdoso follaje de la naturaleza pero a costa de  ocultar  ¡tantas veces!  los miserables harapos de la pobreza. Si en tales circunstancias el profesional de la salud no entiende ese desleal lenguaje de la enfermedad, difícilmente podrá    lograr el ansiado equilibrio que conlleva la salud. Porque ella, interpretada  en términos de completo bienestar físico, psiquico y espiritual sólo puede lograrse venciendo al dolor físico pero mostrando también el camino de una vida digna, este envidiable atributo de existencia que, más allá de consolidar el bienestar, va siempre en busca del auténtico  Bien Ser.

Muchas gracias!

Dr. Olindo Martino


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