Agresiones contra médicos | 23 ENE 11

Insultos, amenazas y golpes: el nuevo combate de los médicos

Gritos, golpes y vidrios usados como armas.

Por Claudio Savoia

Si les rompés todo te atienden. Acá hay que romper todo. ¡Hay que romper todo!”, repite la mujer, y mira al resto de los pacientes que aguardan en la sala de espera a ser atendidos. Alguno levanta la vista hacia ella, otros sonríen, dos o tres asienten con la cabeza. Nadie mueve un dedo. La rubia, de unos 40 años, golpea una puerta de madera cuyo pestillo va a ceder en cualquier momento. “Estoy esperando hace seis horas”, le grita. Al rato, aquella entrada a la sala de emergencias se abre, y la rubia entra resoplando. Exactamente tres minutos más tarde, la furiosa señora sale sonriente. Clarín le pregunta qué le dijeron. “Tengo una contractura en el cuello y los hombros, me recetaron una pomada”, explica la señora, que se llama Inés. Todo parece un chiste, pero Johana, su hija adolescente, sigue enojada: “El problema de la guardia no es que haya mucha gente. ¡Es que los médicos no quieren trabajar!”

La escena ocurrió el lunes 14 de enero por la tarde, en el Hospital Interzonal Güemes, de Haedo, uno de los más grandes y mejor organizados del Conurbano bonaerense. Y es apenas una muestra inofensiva de los estallidos de furia y violencia contra los médicos y enfermeras que en los últimos cuatro años comenzaron a multiplicarse en los hospitales y ambulancias públicas, pero también en las clínicas y sanatorios privados. Gritos, insultos y empujones, trompadas fierrazos y hasta amenazas con armas de fuego se volvieron habituales en los servicios de guardia, en las visitas domiciliarias de las ambulancias y hasta en los quirófanos de emergencias. La Asociación de Médicos Municipales de la ciudad de Buenos Aires (AMM) estima que ocho de cada diez profesionales sufrió alguna agresión, y el año pasado sus afiliados ya hicieron dos huelgas para protestar por esos ataques.

Durante los últimos tres meses, Clarín recogió el testimonio de dos docenas de médicos que curan en la Capital y el Gran Buenos Aires. Con fechas, detalles y hasta documentos, desgranaron historias increíbles que podrían llenar páginas: ambulancias baleadas, doctoras cortadas con vidrios, médicos con las vértebras lastimadas por el golpe de un hierro, trompadas y patadas como respuesta a una espera larga o una noticia desagradable, profesionales amenazados con armas, cuchilllos o hasta perros guardianes, y un interminable etcétera.

El hospital de Haedo, donde el gobierno bonaerense autorizó la presencia de los periodistas de este diario, tiene varios vigilantes privados que cuidan la entrada de la guardia, y una secretaria que recibe a los pacientes y ordena las esperas. Los lunes, el jefe del servicio es el doctor Hugo Colace, que suspira hondo: “Hace 17 años que trabajo acá, y amo este hospital. Pero antes estaba todo abierto, la gente era respetuosa. ‘Perdón doctor, me pasó tal cosa’, te decían en el pasillo. Ahora lo mínimo es ‘che, flaco, atendeme ya que me quiero ir’, cuando no ‘dale pelotudo, que pago los impuestos para que me atiendas’”. Como todos sus compañeros de esta tarde, Colace fue víctima de insultos y amenazas, pero se salvó de los golpes. “Me tocó ver cómo la familia de un tipo baleado que murió en el quirófano rompía todo en la guardia, hace poco. Ojo, yo entiendo que la gente llega al hospital saturada de problemas, y a veces nosotros también estamos cargados y por ahí no tenemos la paciencia necesaria.”

El panorama no luce diferente en esta espesa noche de enero, cuando los grillos que suenan entre los yuyos del parque saludan al doctor Luis Valenzuela, el jefe de guardia de los viernes. Acaba de terminar una delicada operación de urgencia: un aneurisma de aorta que junto a dos colegas logró controlar luego de seis horas de trabajo. “Estoy agotado, y en la guardia la gente reclama que la atiendan ya mismo, que esperaron mucho y se quieren ir”, explica. Para atenderlos, su staff de hoy tiene dos médicos clínicos, dos cirujanos, un neurocirujano, un anestesista y seis médicos residentes. “Ojalá sea una noche tranquila”, se encomienda el doctor.

Enciende la radio, ofrece mate y teclea en una computadora de los años 80 los datos personales necesarios para abrir una historia clínica, mientras a través de una ventanilla bancaria le explica a un señor que debe esperar en una sala contigua a que lo atienda un traumatólogo: Valeria Cufré es la secretaria del turno noche en la guardia del Güemes, adonde trabaja hace veinte años. “Yo trato de calmar a la gente, que se descargue conmigo. Por ahí insultan, gritan, y cuando les toca atenderse ya están más tranquilos”, explica con naturalidad y una sonrisa interminable, incomprensible. ¿Son muy frecuentes esas agresiones? “Sí, claro. El 2010 fue tremendo: tuvimos que cambiar cinco veces la cerradura de la puerta que separa la sala de espera de los box donde se atiende –la misma que aporreaba la rubia de la contractura–, porque la rompieron a patadas y piñas. Una vez con un golpe le abrieron la cara a una doctora, y todo el tiempo prepotean a los médicos y los agarran del brazo. Yo me meto siempre, para que vean a una mujer y se calmen”, sigue sonriendo la acostumbrada secretaria.

¿Existe un perfil del paciente agresivo? Para Valenzuela, en muchos casos son personas de clase media que perdieron el servicio de su prepaga, “y cuando llegan al hospital público se pegan al timbre, gritan, putean y quieren que los atiendan ya mismo”. Un dato: el ministerio de Salud nacional estimó que la demanda en los hospitales públicos aumentó al menos un 20 por ciento en los últimos dos años.

El presidente de la AMM, Jorge Gilardi, dice que en Capital los más agresivos son los jóvenes que llegan a las guardias muy excitados bajo el efecto de alcohol o drogas. “Una sociedad que no cuida a quienes la cuidan está enferma, estas agresiones son señales de descomposición social”, se lamenta el médico. “En 2010 tuvimos unos 100 casos entre denunciados y comentados informalmente. Hay barrios de emergencia en que nos cobran peaje para entrar, una locura. Y no nos queremos acostumbrar a esto. Tuvimos una reunión con los ministros de Salud y Seguridad de la Ciudad, en la que empezamos a analizar acciones. Nos cuidamos nosotros pero también a los pacientes, a quienes debemos llegar. Hoy el 45% de los argentinos se atiende en los hospitales, aunque sólo se le dedica el 23% del gasto público.”

La creciente ola de agresiones a los médicos obligó al abogado de la Asociación, Vadim Mischanchuk, a reorientar sus servicios: “yo empecé en 1999 defendiendo a los médicos por las acusaciones de mala praxis, pero en los últimos años me tuve que dedicar a protegerlos de las amenazas y golpes de los pacientes”, dice el letrado, que terminó habilitando una línea gratuita 0800 para recibir denuncias las 24 horas y tramitarlas ante la Justicia y las Aseguradoras de Riesgos de Trabajo (ART), que desde hace unos meses comenzaron a admitir estos ataques como accidentes de trabajo.

“Desde 2007 estas situaciones se incrementaron muchísimo, tanto en cantidad como en gravedad”, dice Mischanchuk. Su relevamiento personal en los 33 hospitales porteños alimentó de datos concretos una estadística elocuente: “De cada diez médicos, ocho sufrieron alguna agresión, pero sólo dos hicieron la denuncia penal”. Aún con esta salvedad, los incipientes registros muestran la escalada: entre 2007 y 2010, los ataques denunciados en Capital cada año subieron de 8 a 19, y si se tiene en cuenta la proporción de agresiones no asentadas llegaríamos a los 100 casos anuales: dos por semana. Pero estas primeras cuentas podrían resultar ínfimas si se relevaran los ataques a médicos de todo el país. Interesadas por la experiencia porteña, las organizaciones médicas de Santa Cruz, Neuquén y Corrientes convocaron a Mischanchuk para pergeñar algún tipo de protección a sus afiliados.

¿Cuáles son las causas que explican este brote de agresividad? Los médicos, enfermeras y personal administrativo de hospitales públicos consultados por Clarín ponen en primer lugar la “violencia social generalizada”, que casi de inmediato convierte cualquier incomodidad en un insulto o un golpe. “Nos pegan a nosotros como hace un tiempo también empezaron a insultar y a golpear a las maestras de sus hijos, algo inimaginable hace unos pocos años”, coinciden.

Otras explicaciones –jamás justificaciones– para los accesos de cólera de los pacientes son el crecimiento de la demanda que los hospitales públicos vienen teniendo en los últimos años por parte de personas que antes se atendían a través de obras sociales o prepagas, y de extranjeros que viajan al país expresamente para atenderse; problemas edilicios, tecnología obsoleta y déficit de personal, que dificultan y demoran mucho la debida atención de los pacientes; y falta de personal de vigilancia permanente en todos los servicios hospitalarios, que funcionen como “disuasores” ante eventuales iracundias. Tampoco ayuda la poca presencia de personal administrativo que tome los datos y organice a los pacientes que llegan a la guardia, como sí ocurre en el Hospital de Haedo con la eficiente tarea de la temperamental Verónica.

Según los datos de la AMM, el ránking de los hospitales en los que se registran más ataques a los médicos está encabezado por el Penna, seguido por el Santojanni, el Piñero, el Argerich, el Durand y el Elizalde. Este podio indica que la zona sur de la ciudad es el escenario más frecuente de las agresiones contra los médicos, pero las fuentes consultadas por Clarín advierten que no es el único. “En otros barrios hay menos golpes pero muchas amenazas o insultos. Incluso en las clínicas privadas, cuyos profesionales comenzaron a consultarnos el año pasado”, coinciden varios médicos. Un directivo de la exclusiva clínica Fleni también recuerda la sorpresa de sus colegas ante el virulento ataque a zapatazos que una famosa y millonaria empresaria desató sobre ellos, como ya lo había hecho con otros médicos del centro CEMIC.

La violencia contra médicos y enfermeras no es un problema exclusivo de la Argentina, pero aquí golpea más. La semana pasada se supo que en España durante el año pasado 451 doctores denunciaron agresiones, de las cuales el 18 por ciento incluyeron ataques físicos. En Gran Bretaña, una encuesta nacional realizada en 2006 reveló que el 26 por ciento de los profesionales de hospitales sufrió amenazas o insultos, y el 11 por ciento agresiones físicas. Para comprender mejor la incidencia de estos casos, es más significativo analizar las proporciones: mientras que en España y Gran Bretaña dos de cada diez médicos padecieron agresiones, en Brasil y Venezuela fueron atacados cuatro de cada diez. En Buenos Aires, recibieron insultos o golpes ocho de cada diez profesionales.
Emplazado por el reclamo de sus médicos, el gobierno porteño comenzó a moverse. Tras algunas reuniones entre los ministros de Salud, Jorge Lemus, y de Seguridad, Guillermo Montenegro, representantes de la policía Metropolitana y los directores de los hospitales, se decidió poner policías fijos en las guardias de los hospitales Penna y Pirovano, y que los patrulleros acompañen a sus ambulancias para protegerlas. “Y en pocas semanas vamos a repartir un formulario estandarizado para que todos los médicos puedan denunciar rápidamente cuando son molestados o atacados, mientras trazamos un plan global contra la violencia”, promete el subsecretario de Salud, Néstor Pérez Baliño.

Habrá que tener imaginación, porque las leyes tampoco aportan un buen argumento para persuadir a los agresores. Aún cuando los ataques y golpes son denunciados y documentados ante la justicia, los culpables de “lesiones leves” o hasta “graves” no perderán más que un poco de tiempo haciendo trámites: de todas las causas abiertas por ataques, apenas dos terminaron con condenas a probation. El resto prescribieron o siguen en trámite. Desalentados, los directivos de la Asociación de Médicos Municipales plantean la necesidad de modificar la ley para que golpear a un médico sea un agravante, pues –argumentan– esos ataques “son un atentado contra el sistema de salud”. ¿Muy rebuscado? El doctor Edmundo Filippo, de la Asociación de Médicos de San Martín y Tres de Febrero, recuerda que cada médico que es agredido deja de atender –a veces por varios días– y todo el servicio sufre alteraciones. “Ser médico hoy es una profesión de riesgo. Sin embargo, nosotros no somos las únicas víctimas. Los pacientes que esperan tranquilos también se perjudican”. Algunos lo comprenderán. Otros, tal vez se pongan agresivos. Ojalá no sean muchos.


Gritos, golpes y vidrios usados como armas

Ocurrió el 26 de noviembre a la nochecita, y las víctimas fueron los médicos del servicio de Tocoginecología del hospital Penna, señalado por todas las fuentes consultadas por Clarín como el más peligroso de la ciudad. Fuera de sí por la espera que había tenido que hacer, y disconforme con las explicaciones que le dieron, una paciente empezó a golpear a los médicos, tiró al suelo y destruyó todos los frascos con medicinas que encontró a mano, le pegó una trompada al vidrio de una puerta y con los pedazos de cristal cortó a varios integrantes del servicio que estaban a su alrededor e intentaban contenerla.

Pero la situación estaba lejos de controlarse. Tan furiosos como ella, los parientes de la agresora amenazaron a los médicos con una frase fácil de interpretar: “Si hacen la denuncia de lo que pasó van a aparecer muertos en el Riachuelo”. La sugerencia hizo efecto: aterrorizados por la extrema violencia que habían sufrido, los médicos, enfermeras y personal agredido le pidieron al abogado del gremio de médicos municipales que hiciera la denuncia en su nombre (facsímil)


“¿Papá murió? Ahora te toca a vos”

El 9 de octubre pasado, el doctor Saer Schalab (foto) se subió a la ambulancia del servicio de emergencias del hospital Durand, donde trabaja, y le indicó al chofer que se dirigiera a la calle Gurruchaga al 500, en Villa Crespo. Una persona había pedido ayuda porque en esa casa “un señor mayor tenía ‘pérdida de fuerza’”, y era necesario atenderlo pronto. Habían llamado al PAMI, pero no fue nadie. Cuando llegaron, Schalab constató que el anciano, de 91 años, estaba muerto. Apenado, se lo dijo a su hijo, que estaba a su lado. “Bueno, ahora te toca a vos”, le respondió. Y segundos después apareció desde la habitación contigua blandiendo un hierro. El médico no atinó a reaccionar: el agresor lo golpeó en la cabeza, y le causó una lesión en una vértebra cervical por la cual estuvo internado dos días.

 

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