Si uno de estos días un marciano hispanohablante aterrizara en la Av. Corrientes y se dirigiera a un quiosco de diarios y revistas para echar un vistazo a las últimas noticias, probablemente llegaría a la conclusión de que, además de estar interesados en el fútbol, los problemas económicos y la vida amorosa de las estrellas de televisión, los argentinos estamos conmocionados por episodios que conducen a la reflexión moral. ¿Es justo que un político lleve un tren de vida fastuoso? ¿Qué puede impulsar a un adolescente a matar durante un robo a una persona que no se resiste? ¿Debería permitirse el aborto?
Pero aunque la moral cumple un rol fundamental en nuestras sociedades, sólo en los últimos años los neurocientíficos están empezando a iluminar los oscuros meandros cerebrales que le dan origen. Uno de los que se encuentran en la avanzada es Jean Decety, editor en jefe del Journal of Social Neuroscience y director del Laboratorio de Neurociencia Cognitiva Social de la Universidad de Chicago, que ayer a la tarde estuvo en Buenos Aires presentando algunas de sus últimas investigaciones en el Instituto de Neurología Cognitiva (Ineco).
Los experimentos de Decety que, entre otros problemas, están ayudando a desentrañar los engranajes de la empatía (la capacidad de experimentar los estados emocionales de otro), arrojan resultados sorprendentes. Por ejemplo, indican que nacemos con un "aparato" cerebral que nos permite distinguir el bien del mal, que la reacción ante escenas que muestran cómo una persona inflige dolor a otra es más intensa en la niñez que en la madurez y que cuando vemos algo negativo nuestro cerebro reacciona más intensamente que si es positivo.
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