Ni adolescentes ni adultos | 20 JUN 10

La adultez llega cada vez más tarde

Las personas de entre 21 y 34 años tardan más en terminar sus estudios, en independizarse, en tener hijos y en casarse.

Patricia Cohen / The New York Times

NUEVA YORK.- Siempre se consideró a las personas nacidas después de la Segunda Guerra Mundial y hasta principios de la década del 60 como la generación que no quiere crecer -los baby boomers -, los adolescentes perpetuos. Ahora, cada vez más investigadores están mostrando que los verdaderos Peter Pan no son los boomers , sino la generación que los siguió. Para muchos, sea por elección o por la fuerza, la independencia ya no comienza a los 21.

Las personas de entre 20 y 34 años tardan más en terminar su educación, en establecerse en sus carreras, casarse, tener hijos y volverse económicamente independientes, explica Frank F. Furstenberg, jefe de la Red de Investigación en la Transición a la Adultez de la Fundación MacArthur, un equipo de especialistas que estudian esta transformación.

"Está surgiendo un nuevo período durante el cual los jóvenes ya no son adolescentes, pero tampoco son adultos", explica Furstenberg.

Encuestas realizadas en los Estados Unidos muestran que una mayoría notable de los norteamericanos, incluidos a los jóvenes adultos, están de acuerdo con que entre los 20 y los 22 años uno debería terminar los estudios, y empezar a trabajar y vivir de forma independiente. Pero en la realidad muchas personas de entre 20 y 39 todavía no logran alcanzar estos hitos tradicionales.

El casamiento y la paternidad, en otro momento prerrequisitos de la adultez, hoy día están considerados más como elecciones de vida, de acuerdo con un nuevo estudio realizado por la Universidad de Princeton y el Instituto Brookings.

La cada vez más larga caminata a la independencia está enraizada en cambios sociales y económicos que comenzaron en la década del 70. Estos incluyeron el reemplazo de la economía manufacturera por una basada en los servicios, que causó un incremento en la matriculación de las universidades, y el movimiento feminista, que abrió nuevas oportunidades de estudio y de trabajo para las mujeres.

Ellas representan más de la mitad de los estudiantes universitarios y casi la mitad de las fuerzas de trabajo, lo que a su vez ha retrasado la maternidad y el matrimonio.

Por primera vez en la historia, la mayoría de las madres, el 54%, tiene educación universitaria, un aumento notable del 41% de 1990. "Esto es un gran cambio", dice Andrew J. Cherlin, un sociólogo de la Universidad Johns Hopkins.

La edad promedio del primer matrimonio en 1980 era de 23 años; ahora es de 27 para los hombres y 26 para las mujeres, los récords más altos en la historia. Un estudio reciente del Centro de Investigaciones Pew encontró que durante las últimas dos décadas comenzó una tendencia a retrasar la maternidad en todos los grupos étnicos y clases sociales.
Nuevas definiciones

Para muchos, el matrimonio ha dejado de ser la definición tradicional de la adultez, ya que más y más jóvenes simplemente viven juntos. Hoy, el 40% de los nacimientos corresponden a mujeres que no están casadas, comparado con el 28% de 1990.

Al mismo tiempo, más mujeres no tienen hijos, por elección o por otras razones. El 20% de las mujeres de más de 40 años no tienen hijos. Furstenberg subraya que "no tener hijos hubiera sido considerado raro o trágico en la década del 50, pero hoy es una elección de vida".

Más etapas de escolarización implican que los jóvenes dependen del soporte económico de sus padres durante más tiempo. Los adultos de entre 18 y 34 años recibieron un promedio de 38.000 dólares en efectivo y el equivalente del sueldo de dos años de trabajo de sus padres, o alrededor del 10% de su ingreso, de acuerdo con la Red MacArthur.

Hay pocas cifras acerca de cuánto gastaban los padres hace 20 o 30 años, pero Furstenberg dice que nuevas investigaciones de su autoría y de Sabino Kornrich, en las que están trabajando ahora, muestran que antes de 1990 los padres en general invertían más en los adolescentes. Hacia fines de la década de los 90, sin embargo, este patrón empezó a cambiar y el flujo de dinero fue mayor cuando sus hijos eran o muy chicos o tenían alrededor de 25 años.

Cada vez más personas de más de 20 años siguen viviendo con sus padres. Alrededor de un cuarto de los hombres blancos de 25 años en 2007 (antes de la última recesión), comparado con un quinto en 2000, y un octavo en 1970.

Los grandes aportes monetarios de los padres no sólo sobreexigen a la ya estresada clase media y a las familias más pobres, sino que podría afectar a las instituciones que tradicionalmente ayudaban a los jóvenes adultos durante este período.

"No hemos desarrollado ni reforzado las instituciones para ayudar a los jóvenes adultos -explica Furstenberg-, porque todavía vivimos con la idea arcaica de que a la adultez se entra durante los últimos años de la adolescencia o los primeros de la segunda década de vida."


Sin fecha fija para la partida
Dejar el hogar materno no siempre es la meta.

No hay una fecha fija, un deadline , ningún límite temporal predeterminado al que atenerse. Emiliano Bertolano sabe que en algún momento se irá de la casa de su madre -supone que eso habrá de ocurrir "por decantación"-, pero no sabe cuándo lo hará.

Tampoco eso le pesa. No puede decirse que haya quedado atrapado en la adolescencia. A sus 28 años recién cumplidos, Emiliano trabaja como empleado bancario y -"con viento a favor"- a fin de año se recibirá de despachante de aduana.

"Podría irme a vivir solo, pero tendría que ajustarme al mango -reconoce Emiliano-. También hay una realidad que es que hoy tengo cierta comodidad. Me levanto a las seis de la mañana para ir al trabajo, de ahí voy a la facultad y vuelvo a casa recién a las once, once y media. Pero llego y tengo la comida preparada... no tengo que preocuparme por eso, ni por las compras ni por plancharme la ropa. Además, está la compañía."

Quedarse en su casa no fue algo planeado. Su padre falleció cuando Emiliano tenía 19: "Mi hermano mayor ya se había ido de casa y me resultaba muy difícil dejarla sola, sin nadie a su lado", cuenta. Desde entonces, no faltaron proyectos para irse a vivir en pareja, pero ninguno se concretó.

"La idea con mi novia era irnos a vivir juntos. Estuvimos averiguando, pero era algo muy forzado desde lo económico, aun cuando los dos teníamos trabajo."

Hoy Emiliano no está en pareja, y si bien colabora con los gastos de la casa, tiene cierto margen de ahorro, lo que no necesariamente está enfocado a posibilitar la partida del hogar. Reconoce que no le pesa el cada vez más cercano límite de los 30 años. Sabe que en algún momento se irá, pero no tiene apuro.

Sebastián A. Ríos

 

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