El caso "Blade Runner": un “test de empatía” | 25 NOV 09

Cine y empatía

Entender a alguien supone captar sus emociones, sus sentimientos y los motivos de su conducta. En definitiva, ver el mundo con sus ojos. Justamente lo que la empatía logra.
Autor/a: Luis M. Iruela Jano.es

Un requisito necesario para la actividad clínica es saber distinguir la enfermedad del enfermo. Y esto sólo es posible si somos capaces de entender al paciente. Entender a alguien supone captar sus emociones, sus sentimientos y los motivos de su conducta. En definitiva, ver el mundo con sus ojos. Justamente lo que la empatía logra.

Douglas Sirk, director de algunos de los más fulgurantes melodramas de la década de los cincuenta, afirmaba que el cine es, ante todo, emoción. Esta conexión inmediata entre el lenguaje de las imágenes y el mundo de los afectos convierte a aquél en una poderosa herramienta con la que puede el espectador aceptar emocionalmente el punto de vista de cada uno de los personajes de una película, es decir, lo convierte en un camino real para el ejercicio de la empatía, condición imprescindible esta última para la dotación profesional de todo médico clínico en nuestra sociedad del siglo XXI.

Pero, además, tiene el cine la virtud de transmitir ideas (“una imagen también puede ser una idea” –decía Paul Schrader–) y de plantear problemas teóricos con cierta oportunidad de manera accesible y atractiva para el gran público. Emoción y pensamiento son las dos potencias del cine que hacen de él un vehículo adecuado para acometer algunas tareas intelectuales como la educación médica o la reflexión sobre los grandes temas de la medicina que socialmente preocupan en el tiempo actual.


Blade Runner


Dirigida por Ridley Scott en 1982, la película Blade Runner ofrece un buen ejemplo de lo dicho anteriormente. En ella, pensamiento y emoción se unen para renovar, en un ambiente futurista, una vieja cuestión de la antropología romántica, la relativa a la distinción entre el hombre natural y el creado por la ciencia.

En el filme, la diferencia se establece por medio de la aplicación de un “test de empatía”, que recibe el nombre imaginario de “Prueba de Voight-Kampff” y que está directamente basado en el experimento de la asociación de palabras de Carl Gustav Jung.

En esencia, el test consiste en someter al examinando a una batería de estímulos verbales de variada resonancia psicológica, mientras se estudia en él la aparición o no de una reacción vegetativa determinada (en este caso, la modificación del diámetro de la pupila) que, a su vez, revele la presencia de una emoción profunda desencadenada por un estímulo concreto.

Sólo los seres humanos genuinos serían capaces de experimentar un movimiento interior de empatía ante ciertas situaciones. Por el contrario, aquellos otros seres creados por la ingeniería genética (llamados replicantes en la película) no podrían conseguirlo ni simularlo siquiera.

¿Qué es lo específicamente humano? Esta es la gran pregunta que el largometraje plantea. Y a la que responde con algún atrevimiento: aquello cuya carencia impide nuestra condición humana no es la razón ni el lenguaje sino la empatía. 

 

 ¿Qué es empatía?

Se debe a Theodor Lipps la formulación clásica del concepto. Así, el término “Einfühlung” (“sentir en”) apareció por vez primera en su obra Estética (1907), donde era definido como un proceso de imitación interna, de naturaleza involuntaria, por el que un sujeto se identifica con la existencia de otro cuerpo a través del sentimiento.

Es de notar que la visión de Lipps de la empatía era estética, ya que, según él, el proceso de identidad aludido tendría lugar, sobre todo, entre un sujeto y un objeto, y no sólo entre dos seres humanos. Años más tarde, Vernon Lee lo expresaría de esta elegante manera: “El placer del arte es un goce de nuestra propia actividad en un objeto” (Lo bello, 1913). Recuérdese, a este respecto, el instante de unión que ocurre entre la obra de arte admirada y quien la admira.

En resumen, para Lipps la empatía vendría a ser una condición estética porque dota al individuo de un acceso instantáneo a la belleza. Edmund Husserl, sin embargo, lograría una versión mucho más depurada del concepto al entenderlo como aquella forma general en que todo hombre reconoce al otro. Siguiendo esta misma línea, su discípula Edith Stein, en su tesis doctoral Sobre el problema de la empatía (1916), la describe como un modo ciego de conocimiento que alcanza la existencia del otro sin poseerlo.

Si se admite este enfoque es, entonces, preciso distinguir la empatía de lo que Dilthey llamaba comprensión (Verstehen). Comprender es una función intelectual, un darse cuenta de los contenidos de la experiencia para situarlos después en su contexto. Supone, por tanto, un trabajo reflexivo que no puede ser reducido a una efusión especial del sentimiento.

En otras palabras, la comprensión sería una labor racional en tanto que la empatía responde, más bien, a una emoción anterior al pensamiento con la que cada uno de nosotros tiende a perderse a sí mismo en los demás. Esto último implica la capacidad de ponerse en el lugar del otro, la de compartir una idéntica pasión y la de vivir sufrimientos y alegrías que nos son, en principio, ajenas. Todo ello es empatía.


Sutura

Cuando alguien ve una película deja en suspenso su juicio de realidad y acepta lo que la pantalla le muestra de un modo natural. La mirada de la cámara se convierte en su propia mirada aunque los movimientos de aquélla cambien con brusquedad de escena o de personaje. Nada extraña al espectador, que no se pregunta por qué se han dispuesto así las imágenes o por qué se cuenta de esta manera la historia, antes bien, tiende a adoptar el punto de vista del narrador sin poner condición alguna.

 

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