Violencia verbal y enfermedad mental | 06 ABR 09

Los gritos también dejan cicatrices

Los adolescentes que viven con violencia verbal tienen más riesgo de enfermedad mental.

Los expertos defienden programas de intervención en menores de familias conflictivas.

''El grito'', de Edvard Munch. (Foto: EFE) PATRICIA MATEY

No hace falta pegar a un menor para que las ''señales'' perduren toda la vida. Basta con gritarle. Por este motivo y tras los resultados de un nuevo estudio un grupo de investigadores acaba de recomendar la puesta en marcha de programas de intervención precoces para los chicos y chicas que conviven en casas dominadas por la violencia verbal.

El consejo se ha realizado ni más ni menos que en la revista de la Academia Americana de Psiquiatría del Niño y del Adolescente (''The Journal of American Academy of Child and Adolescent Psychiatry'') por boca de científicos de la Escuela Simmons de Trabajo Social (en Boston, EEUU) dirigidos por Helen Reinherz.

Esta científica ha reconocido al mundo.es: "De verdad esperábamos que la exposición a la violencia física dejara cicatrices perdurables, pero no creíamos que nos íbamos a encontrar con que la exposición a gritos e insultos entre miembros de una familia tuviera efectos en la vida adulta. Estas consecuencias negativas incluyen problemas de salud mental, concretamente depresión y abuso de alcohol y sustancias. Además, los sometidos a este tipo de agresiones están más descontentos con sus vidas y sufren, incluso, más desempleo".

"El ambiente familiar caracterizado por los conflictos verbales (insultos, amenazas tanto de padres a hijos como entre los propios progenitores) a menudo tiene una influencia perjudicial en el desarrollo psicosocial, la salud mental, y el bienestar de los jóvenes que viven en esos ambientes, pero hasta ahora existía poca evidencia científica de las secuelas a largo plazo", postulan los científicos en su trabajo.

Reinherz y su equipo iniciaron en 1997 la investigación ''Simmons Longitudinal Study'' en la que se recopilaron los datos de 1.977 personas de esa comunidad a través de varios informantes (padres, profesores...) en edades muy concretas; a los cinco, seis, nueve, 15 18, 21, 26 y a los 30 años. De todos estos participantes, escogieron a 346 para realizar un nuevo trabajo. Los autores indagaron sobre la existencia de violencia verbal en sus hogares cuando tenían 15 años y sobre la violencia física, también en casa, a los 18 años.

 

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