Neurociencias / Trabajo en "Science " | 18 FEB 09

Los senderos cerebrales de la envidia

Investigaciones con neuroimágenes muestran que activa áreas vinculadas con el dolor.

NUEVA YORK.- Lujuria, glotonería, pereza: la mayoría de los vicios humanos son muy, muy tentadores. Pero uno de ellos, sin embargo, resulta tan doloroso que uno podría pensar que es una virtud, aun cuando no haya ninguna recompensa al final: la envidia.

Ubicado en el sexto puesto en la tradicional lista de los siete pecados capitales, justo entre la ira y la vanidad, la envidia es el profundo y habitualmente hostil rencor que uno siente hacia alguien que tiene algo que uno quiere, como la riqueza, la belleza o la admiración de sus pares. Es un vicio que pocos pueden evitar y que nadie desea, porque experimentar la envidia es sentirse pequeño e inferior, un perdedor atrapado en la maldad.

"La envidia es corrosiva y es fea, y puede arruinar tu vida -dice Richard H. Smith, profesor de psicología de la Universidad de Kentucky, que ha escrito sobre el tema-. Si usted es una persona envidiosa, le costará mucho apreciar lo bueno, porque estará demasiado preocupado en cómo se reflejan en su yo."

Ahora, los investigadores están comenzando a comprender los circuitos neurales y evolutivos de la envidia y por qué puede llegar a ser sentida como una enfermedad corporal. Incluso están siguiendo los senderos de la sensación que en alemán se llama S chadenfreude: ese placer que se siente cuando la persona a la que uno envidia se derrumba.

En un trabajo cuyos resultados acaba de publicar Science, investigadores del Instituto de Ciencias Radiológicas de Japón describen las imágenes cerebrales de sujetos a los que se les pidió que se imaginaran a sí mismos como protagonistas de dramas sociales con otros personajes de mayor o menor estatus o éxito.

Cuando se los confrontaba con personajes que los participantes admitían que envidiaban, las regiones cerebrales involucradas en el registro del dolor físico se activaban: cuanto más profunda era la envidia, más vigorosamente se activaban los centros de dolor del córtex cingulado anterior dorsal y otras áreas cerebrales relacionadas.

Por el contrario, cuando a los sujetos se les daba la oportunidad de imaginar que el sujeto envidiado caía en la ruina, se activaban los circuitos de recompensa del cerebro, también en forma proporcional a qué tan grande era la envidia: aquellos que sintieron la mayor envidia reaccionaron a la noticia de la desgracia ajena con una respuesta comparativamente más activa en los centros dopaminérgicos del placer del cuerpo estriado del cerebro.

 

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