¿Ud. ya reservó su lugar? | 27 FEB 08

"Tango, mujer y tuberculosis"

Diego Armus, Francisco "Paco" Maglio, música de tango, historias que merecen ser contadas y usted.
Autor/a: Diego Armus 

IntraMed lo invita: ¡Reserve su lugar ahora!

"Historias de tango, mujeres y tuberculosis"

Dialogan Dr. Francisco "Paco" Maglio y Diego Armus
Comentan: Dra. Amalia Pati, Dr. Julio Ceitlin

Músicos invitados: Patricia Barone y Javier González

Viernes 25 de Abril 17,30 hs
Auditorio Roemmers, Olivos

Francisco “Paco” Maglio y Diego Armus, autor del libro “La ciudad impura”, se sentarán frente a usted para recorrer las narraciones que en la poesía popular dan cuenta del paso de la Tuberculosis por el Buenos Aires siglo XX. Un grupo de músicos interpretará algunos de los tangos donde la mujer y el estigma de la enfermedad son los personajes que aparecen con sus distintas máscaras.

La cita es el Viernes 25 de Abril a las 17.30 hs en el auditorio de Olivos, Fray Justo Sarmiento 2350.

La inscripción está abierta, las vacantes son limitadas, la asistencia es libre y gratuita. Si le interesa venir, reserve ya su lugar.


Moderador:

Dr. Francisco "Paco" Maglio

(Médico infectólogo, presidente de la Sociedad de Medicina Antropológica/AMA))

 

 


Invitado:

Diego Armus
(Historiador argentino y docente del Swarthmore College, New York)

Comentan:
Dra. Amalia Pati (Univ. Nac. de Rosario)
Dr. Julio Ceitlin (Med. Familiar, músico)

Músicos:
Patricia Barone y Javier González

*Escuche el  tango "Pompeya no olvida" interpretado por nuestros músicos invitados. 

 

Informes e inscripción:

0810-222- INTRA (4687)
info@intramed.net

 

¡¡Reserve su lugar ahora!!

* Descargue el poster del encuentro en formato pdf para hacer circular entre sus contactos o lugares de trabajo haciendo click aquí

 


 

IntraMed publica un capítulo del libro "La ciudad impura" de Diego Armus, editorial Edhasa donde se aborda el tema que será desarrollado en el encuentro "Tango, mujer y tuberculosis"  Capítulo del libro "La ciudad impura", Diego Armus

Durante gran parte del siglo XIX la tuberculosis estuvo signada por el misterio y poco, o nada, se sabía sobre su origen y sus víctimas. En los círculos médicos y científicos aparecía como la enfermedad de las mil causas, todas ellas flotando en un mar de endebles teorías médicas que buscaban vanamente explicarla.

Con la exitosa irrupción de la bacteriología moderna y el descubrimiento del bacilo de Koch en la década de 1880 parte de ese halo de misterio empezó a develarse. Sin embargo, la impotencia frente a los nuevos desafíos –no sólo explicar el contagio y la predisposición al contagio sino también buscar una cura efectiva– hizo redoblar, como nunca antes, una incesante serie de esfuerzos explicativos que iban de las interpretaciones basadas en las tesis hereditarias a otras especialmente atentas a las dimensiones psicosomáticas o sociales. Con ellas proliferaron imágenes, asociaciones y metáforas, algunas de presencia efímera y otras de notable perdurabilidad en el tiempo, que dieron sustancia a una suerte de “subcultura de la tuberculosis” que no siempre fue la misma en todos lados. En Buenos Aires tanto la literatura, el cine y el teatro como las revistas y diarios de circulación masiva, algunas publicaciones médicas y de la salud, las letras de tango, la poesía y el ensayo sociológico aludieron a la tuberculosis, la registraron como un dato de la realidad y la usaron como un recurso metafórico o ideológico para hablar de muchas cosas. Y con inusual frecuencia la feminizaron.

Esta imagen de la tuberculosis, en femenino, compagina mal con la realidad de una enfermedad que tanto hombres y mujeres podían contraer o temían contraer. Más aún, entre 1880 y 1950 los hombres se murieron de tuberculosis en mayor proporción que las mujeres y si desde fines de los años veinte la mortalidad de ambos sexos registró una tendencia descendente, la de las mujeres fue más marcada. Así, en 1928 por cada 100 hombres que morían de tuberculosis lo hacían 72,9 mujeres, mientras que en 1947 sólo 63,3.1 Sin embargo, en muchas de las narrativas que circularon en Buenos Aires durante esas siete décadas la tuberculosis tuvo cara de mujer.

En la novela de Eugenio Cambaceres En la sangre, de 1871, no se trata de la enfermedad de Genaro –el protagonista– sino la de su madre “siempre, con una tos maldita que no le da descanso”. Genaro ve en ella “una broma, un clavo […] que le hacía caer la cara de vergüenza”, uno de los motivos de sus inseguridades al momento de testearse en los circuitos sociales de la elite donde buscaba obstinadamente ser aceptado. Con su tuberculosis a cuestas, la madre será despachada a Italia; sin ella, Genaro apuesta a deshacerse de su pasado humilde y de las marcas que él creía fundantes no sólo de su personalidad sino también de sus incomodidades sociales, simula –ese tópico que tanto interesó a José Ingenieros y José Ramos Mejía cuando miraban la cultura del Buenos Aires de fin de siglo– y en pocos años termina haciéndose dueño del latifundio de una vieja familia patricia.2

En Los derechos de la salud, una pieza teatral que Florencio Sánchez escribiera en los primeros años del siglo XX, la tuberculosis va progresivamente deshumanizando a Luisa, un proceso de deterioro del que ella es totalmente consciente: “Desde hace un año mis sentidos y facultades están en bancarrota.
Me he idiotizado. He perdido la ponderación de las cosas y de los hechos. Ni veo, ni oigo, ni palpo, ni presiento, ni discierno. Me ataca una enfermedad que me tiene en las puertas de la muerte”.3 En La gallina degollada, un cuento de Horacio Quiroga escrito en 1925, la tuberculosis articula los fantasmas de la herencia y la condena. En un momento de desesperación una pareja se culpa mutuamente por los hijos que ha engendrado, “diagnosticados de idiotismo”.
El esposo le endilga a su mujer un “¡¡Tisiquilla!!, ¡¡Víbora tísica!!”, para luego incitarla a que pregunte “al médico quién tiene la culpa de la meningitis de los niños, mi padre [que había muerto de delirio] o tus pulmones picados”.4

En la poesía de Nicolás Olivari la tuberculosis puede afectar a los hombres pero también aquí las mujeres cargan con todo el peso de la enfermedad. En los poemas incluidos en La musa de la mala pata, de 1926, circulan mujeres tuberculosas que están en la ciudad, que pertenecen a ella. Es la ciudad quien las ha hecho “monstruosas y enfermizas” y esa condición es la que parece habilitarlas a compartir la vida del poeta pobre, que le propone a su amada: “Unamos nuestra miseria física, //mi aire vago y doliente, //tu tuberculosis incipiente //y mi inquietud metafísica”. La enfermedad de las tuberculosas de Olivari no es una condena, un castigo o una situación terminal. Es la representación misma de la condición marginal, de la tristeza y las desdichas urbanas. Sus costureritas, dactilógrafas, prostitutas, amantes, “milonguitas” y “Esthercitas”, son mujeres con cuerpos desencajados y almas desgraciadas: una “muchachita enferma y tan flaca”, la amada mujer de “grandes ojos apagados”, la “doncella tísica y asexuada”, la “soñadora lunática, carita de yeso pintada por la enfermedad”.
Son mujeres irremediablemente vulgares, con una fealdad extrema, mediocre, que no puede ser elevada al estatuto de una hermosura terrible o temida y que Olivari usa como un recurso para criticar la idea romántica o esteticista de la belleza.5

Algunas narraciones, pocas, se articulan en torno a tuberculosos hombres. En clave hipernaturalista, saturada por desmesuras, empeños pedagógicos, denuncia y fatalismo, Elías Castelnuovo encuentra en la enfermedad de Lázaro un mal del “escritor proletario” que está convencido de haber perdido en una redacción de diario –“una estancia oscura e insalubre”– dos cosas que “no va a [recuperar jamás]: la salud y la inteligencia”. En su tuberculosis se cruzan el estigma hereditario –es hijo de una “sirvienta” y un “tísico desconocido”–, algo del registro romántico del mal –se trata de un joven periodista cuya sensibilidad frente a los males del mundo lo predispone a enfermarse–, el registro social donde la pobreza aparece como causa de la enfermedad y, por último, una oportunidad para que Castelnuovo reconstruya la agonía y la muerte del enfermo con una narrativa tan despojada de cualquier intención estetizante como fascinada por el horror y el patetismo.6 En Camas desde un peso, de Enrique González Tuñón, el narrador de una serie de relatos sobre los marginales urbanos es un joven artista cuya enfermedad condensa tanto su condición de víctima de un sistema social injusto como de su refinada sensibilidad: “Hablo como un intelectual pobre [que se está] muriendo de consunción [y] que no todos los días tiene la suerte de comer un plato de sopa”.7 Y Roberto Arlt en los años veinte, Ulises Petit de Murat en los cuarenta y Manuel Puig en los sesenta –aunque evocando los treinta y los cuarenta– incursionan en el subgénero de la literatura de los sanatorios de montaña donde no faltan los tuberculosos hombres. Recreando el diario vivir de estos internados, antes que su refinada sensibilidad o la injusticia social que los condena con la enfermedad, se destacan sus mundos interiores, afectos, susceptibilidades y obsesiones, la nostalgia por el pasado, el extrañamiento, la vida fuera del sanatorio.8

Pero la tuberculosis de las mujeres dominó en las narrativas presentes en la escena porteña entre fines del siglo XIX y comienzos del XX. Tres tipos de tuberculosas merecen una discusión más detallada. Se trata, en primer lugar, de la tísica o tuberculosa enferma por la pasión, un registro que con el despuntar del siglo XX y en particular a partir de la década del veinte quedó asociado a la neurastenia y, por ese camino, se psicologizó. Luego, de la mujer trabajadora que se enferma como consecuencia de las largas jornadas laborales. Por último, de las muchachas de barrio, “costureritas” que “dan el mal paso” y que atraídas por la noche del centro, se hacen “milonguitas”, fatigan la prostitución y terminan tuberculosas.

 

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