Divulgación científica | 07 NOV 07

Los avances de la medicina, entre el secreto y la vulgata

Es preciso evitar el manejo indiscriminado de la divulgación científica que lleva a transmitir a la sociedad promesas inciertas, lindantes muchas veces con la fantasía.
Por: Carlos Gherardi

Desde las ciencias sociales en general y desde la filosofía en particular se repite con razón el fenómeno contemporáneo de la medicalización de la vida y el absoluto escamoteo de la muerte del acontecer personal, familiar y social. El avance en el conocimiento de las ciencias biológicas y la sostenida aplicación de la tecnología han pasado de ser un hecho constante y conocido que promovió y acrecienta el progreso de la medicina, medido en años de expectativa de vida, para formar parte de uno de los más atractivos capítulos de la noticia diaria en todos los medios masivos de comunicación.
 
Cuando esto ocurre, con una frecuencia hasta hace poco impensada, debemos preguntarnos sobre el porqué y si ello será bueno o malo.
 
El porqué, en principio, resulta bastante claro en tanto los anuncios conllevan una esperanza de solución para enfermedades aun incurables (Alzheimer), anuncian la presunta generalización de procedimientos diagnósticos o terapéuticos por sofisticadas tecnologías aun experimentales y hasta se sugieren fantásticas extrapolaciones de controvertidos hallazgos científicos que han permitido hablar hasta de resurrección cuando fue posible la reconstitución de la bacteria Deinococcus radiodurans, que aun después de muerta parece capaz de volver a la vida en pocas horas a través de su reconstitución a nivel genético.
 
En los últimos años resulta habitual, ante muchos hallazgos obtenidos en investigaciones y estudios en ciencias básicas, que los propios investigadores participen, voluntariamente o ante un especial requerimiento, en plantear y difundir públicamente sugerencias y opiniones que, a partir de su aporte científico pudieran desarrollarse una nueva terapéutica o influir en situaciones clínicas en las que hoy es imposible aún incidir.
 
Existe una particular atracción por comunicar, entre tantos otros, los hallazgos experimentales en animales que se vinculan a las funciones cognitivas, a la naturaleza de las emociones, a la fijación de la memoria y recientemente a la percepción neurológica de las variaciones del reloj biológico.
 
Naturalmente la participación de la genética y la biología molecular en este proceso comunicacional ha sido central, hasta el extremo de parecer cercano el anuncio de vida artificial a partir de la síntesis de un cromosoma humano.
 
A este respecto es bueno no olvidar que Craig Venter, el presunto autor de este hallazgo, fue denunciado por John Sulston —integrante del Sanger Centre de Cambridge y participante decisivo en la secuenciación del ADN humano y Premio Nobel de Medicina en el 2002— como quien, a partir de su vinculación con el grupo privado Celera, estuvo a punto de hacer fracasar el intento de la comunidad internacional de poner la secuencia descubierta a la libre disposición de todos.
 
La participación económica privada en la investigació
 

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