La ciudad impura, de Diego Armus | 10 OCT 07

Prohibido escupir sangre

La tuberculosis es mucho más que un bacilo: el libro de Diego Armus confirma que esta enfermedad fue tan imaginaria como real en la historia cultural argentina.

Por Patricio Lennard

Pocas revelaciones como la de la sangre que un acceso de tos deja en un pañuelo han suscitado tantos temores de la imaginación, tantas metáforas y mitos. Pues si algo ha sido la tuberculosis, esa enfermedad incomprendida durante tanto tiempo, es un artificio cultural que se potenció una vez que Robert Koch descubrió en 1882 el famoso bacilo. En La ciudad impura. Salud, tuberculosis y cultura en Buenos Aires, 1870-1950, Diego Armus elabora una historia sociocultural de la enfermedad anclada en las vicisitudes que hicieron de Buenos Aires una ciudad moderna. Una empresa que parte de la premisa de que la tuberculosis, además de haber sido durante décadas un problema central de la salud pública, fue también una experiencia estigmatizante, un motivo de temor, un tópico de la literatura y una noticia recurrente en diarios y revistas. Una variable, incluso, que desde 1870 fue tenida en cuenta por el Estado a la hora de impulsar la creación de plazas y parques para hacerle frente a la pujante urbanización de la metrópolis (en un momento en que la metáfora del verde urbano como "pulmón" comenzaba a gestarse), y que también fue un fantasma que sobrevoló tanto la Campaña del Desierto como el proceso inmigratorio, toda vez que la "predisposición racial" fue juzgada como una de las posibles causas de esa patología.

La alianza entre los discursos médicos y morales ha engendrado, históricamente, numerosas normas y prejuicios. Prescripciones moralizantes que –según Armus– vieron en el "exaltado apetito sexual de los tuberculosos" una causa y un efecto de su padecimiento. No por nada el matrimonio llegó a ser considerado un factor acelerador de la muerte del enfermo "por las pasiones que conlleva", al tiempo que la moderación y la abstención periódica se postulaban como paliativos. Advertencias sobre la vida sexual del tuberculoso que se asociaban, a su vez, a la masturbación y a la infección sifilítica, ora por lo difícil que era para los enfermos internados durante largas temporadas no entregarse –en palabras de un tisiólogo– a "la aberración y el solitarismo"; ora por cómo en el "ambiente bacilífero del cabaret" y en los besos de las prostitutas el contagio acechaba las relaciones ilegítimas. De ahí, pues, que los "besos infectantes" fueran codificados como una de las formas de contacto corporal más peligrosas. O que se desaconsejara escupir en el suelo, compartir la bombilla del mate, y hasta mojar con saliva los dedos para dar vuelta las páginas de un libro.

Las mujeres, en este sentido, constituían el blanco privilegiado por el discurso antituberculoso. La responsabilidad que les cabía en el "ideal de la casa higiénica" (contraparte del mito que imbricaba la enfermedad con la pobreza, la comida insuficiente y las habitaciones frías) era proporcional al modo en que los discursos sociales feminizaban la tuberculosis. Prueba de ello es la galería de mujeres tísicas que inunda la literatura y las letras de tango en las décadas del '20 y del '30, y cuyo modelo es "la costurerita que dio aquel mal paso" de Evaristo Carriego: esa inocente pajuerana que, deslumbrada por las luces de la ciudad, termina desengañada, prostituida y enferma. Una cuestión de género que abrigaba, en la moda del corsé y en la "respiración malsana" que éste producía, una de las justificaciones a la falacia de por qué las mujeres eran más propensas a contraer tuberculosis que los hombres, y que en los casos en que la medicina le dio crédito a la "hipótesis hereditaria" incitó a algunas enfermas a interrumpir sus embarazos.

Si bien La ciudad impura incurre en algunas redundancias y confunde, por momentos, la investigación exhaustiva con una excesiva inclinación al pormenor, Armus compone un libro informado y riguroso, que reaviva desde otro ángulo la fascinación por el discurso de los médicos higienistas que Jorge Salessi reveló en su pionero Médicos, maleantes y maricas. Un libro, La ciudad impura, que abona el terreno para el estudio de la enfermedad por parte de las ciencias sociales y las humanidades, y que explica con claridad por qué "la tuberculosis es mucho más que un bacilo".


 ENTREVISTA a Diego Armus

Por Eduardo Pogoriles epogoriles@clarin.com

Ciertas enfermedades convocan fantasmas de una sociedad y de un tiempo dado. Es lo que ocurrió con la tuberculosis en tiempos de la construcción de la modernidad argentina, tema de La ciudad impura: salud, tuberculosis y cultura en Buenos Aires, 1870-1950 del historiador Diego Armus. La enfermedad fue entonces un revelador de conductas y miedos sociales en el momento de la gran inmigración que cambió a Buenos Aires para siempre. Aquí se entrecruzaron las artes y las ciencias de la época, los proyectos políticos de país, las cuestiones de vivienda, sexualidad, políticas de salud, los medios de comunicación. En esta sutil "ventana" social que es la tuberculosis, Armus lee las claves de una etapa argentina.

-¿Por qué ocuparse hoy de la tuberculosis y sus fantasmas?

-Sabemos que hay un rebrote de tuberculosis, en Argentina y en otros países. Es cierto que hoy ya nadie muere como antes, no hay ahora incertidumbre biomédica, se sabe qué hacer, aunque las estrategias para combatir estas cepas del bacilo de la tuberculosis son costosas. No escribí una historia de la salud pública y mi libro no quiere incidir en las políticas de salud actuales. Pero me encantaría que lo leyeran los especialistas y vieran que aquel pasado puede abrir una ventana hacia la complejidad de las relaciones entre individuo, sociedad y enfermedad.

-¿Por qué la historia de las enfermedades es actualmente un campo tan vivo?

-Esto viene al menos de la década de 1970 en Europa y en Estados Unidos. Existen libros parecidos al mío para la historia de la tuberculosis en Londres, Nueva York y otras ciudades. Veo tres estilos en el desarrollo de esta historiografía. Unos discuten la enfermedad desde la historia biomédica, contextualizando la historia del bacilo, la vacuna, el antibiótico. Otros trabajan la historia de la salud pública, muy interesada en reconstruir la historia de las instituciones y las políticas sanitarias. Un tercer enfoque, en el que me incluyo, es el de la historia sociocultural de la enfermedad: la tuberculosis es una ventana para ver la llegada de la modernidad.

-¿Por qué dice que la tuberculosis es más que un bacilo?

-Es que me ocupo de todas aquellas metáforas, discursos, políticas y experiencias de la vida de las personas relacionadas con esta enfermedad. En ese sentido, es más que un bacilo, porque la tuberculosis aparece en el tango, en la prensa masiva, en la literatura, en las preocupaciones de los políticos, en la vida cotidiana.

-Entonces, la suya es una historia de tiempos largos...

- Claro, no es historia política, es la historia de una continuidad con pocas rupturas. Y esa continuidad tiene que ver con que, durante décadas, no se descubren medicamentos eficaces. Como ocurre ahora con el sida, había incertidumbres biomédicas y eso convocó muchos temores, apuestas, dudas. Esa zona de incertidumbre es lo que más me interesaba explorar. Todo fue lento con la tuberculosis: recién con los antibióticos, hacia 1947, hay un cambio, aunque para esa época ya había bajado la cantidad de enfermos en Buenos Aires.

-¿Por qué se habla primero de tisis y no de tuberculosis?

-En el siglo XIX se hablaba de la tisis, asociándola con el espíritu romántico. Se hablará de tuberculosis en el siglo XX al aceptarla como una enfermedad social. En las óperas de Verdi o Puccini se habla de tisis. El saber médico buscó explicaciones que hoy pueden parecernos absurdas: que era una enfermedad hereditaria, o que era propia de las sensibilidades refinadas. Otros vieron la relación con la pobreza y el hacinamiento. Encontré más de cien letras de tango sobre el tema, pero la ironía es que mientras los tangueros se lamentan por las milonguitas y costureras que dan el mal paso y mueren tuberculosas, en la realidad la mayoría de los tuberculosos son hombres. Es una enfermedad que da para una pintura completa de Buenos Aires. Los tangueros feminizan la tuberculosis porque se sienten incómodos ante el cambio en las relaciones de género, signo de la modernidad. Otro indicio es la racialización de la tuberculosis -es el momento de auge de la inmigración- y eso habla de los prejuicios contra aquellos que supuestamente estarían predispuestos a enfermarse -los gallegos, los indios apresados por Roca- y aquellos que no.

 

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