La autora acaba de publicar su novela El peso de la tentación | 26 SEP 07

"Las dietas son parte de un engranaje social"

Ana María Shua usa la adicción a comer para hablar de la libertad.

Entrevista

"Yo no quería escribir esta novela", dice Ana María Shua, y señala el ejemplar de El peso de la tentación que descansa sobre la mesa, evidencia de la derrota. Asegura que fue el tema -el mundo de los "gordos dieteros", los intentos fallidos por adelgazar- el que la persiguió durante años, en la vida y en la ficción, y se terminó imponiendo a los esfuerzos de apartarlo.

La nueva novela de Shua, que vuelve al género tras diez años, editada por Emecé, recorre el mundo alucinado de Las Espigas, un centro de adelgazamiento que incluye dietas hipocalóricas, ejercicio físico, formas de tortura física y psicológica y aislamiento. Sin embargo, la novela supera la historia de Marina (de algo más de 40 años y de 90 kilos al comienzo del libro) y se introduce en el sentido del hambre, el miedo al desborde y la pérdida de la libertad.

"El tema que subyace es el sometimiento a una autoridad injusta y hasta qué punto un grupo humano está dispuesto a aceptar una autoridad sádica", describe Shua, quien afirma que no buscó tomar partido ni hacer denuncias sobre la tiranía social de la belleza del cuerpo. "No creo que haya ninguna voluntad del mal detrás del negocio de las dietas, sino que es parte de un engranaje social al que todos estamos sometidos", afirma, más interesada en contar en detalle cómo se vive el placer de comer y el sufrimiento de no poder hacerlo.

-¿De dónde salió la inspiración para la novela?

-No puedo escribir novelas acerca de temas que no me atañen personalmente de un modo u otro. El tema del comer y no comer es bastante importante a lo largo de toda mi vida. Pero yo no quería escribir esta novela. El tema me está rondando desde hace años y lo rechacé porque me parecía que sobre la obesidad y las dietas no había manera de escribir una novela en serio, sino que llevaba automáticamente a una cosa ligera, liviana e intrascendente. Pero uno no elige los temas sobre los que va a escribir; este tema me eligió a mí y no hubo manera de sacármelo de encima. Mi aspiración es haber trascendido el tema más obvio y haber llegado a una cuestión más interesante, que es la libertad y la relación con la autoridad.

-¿De qué es metáfora el hambre en esta historia?

-De la insatisfacción del deseo, eso que nos constituye como humanos. Pero en realidad el hambre es real: mis personajes hacen dieta, comen pocas calorías y tienen mucha hambre.

-Habla de comer como una adicción.

-Sí, el comer de más es una adicción. La contratapa dice que esta novela denuncia las exigencias de una sociedad que pretende que todos seamos delgados, pero yo intenté no tomar partido, ni a favor de los métodos coercitivos que se implementan en Las Espigas ni a favor de entregarse a la adicción.

-No hay una mirada piadosa ni concesiva sobre los gordos.

-No. Es el mundo de los gordos dieteros, que conozco bien. Tengo una hermana que es muy obesa y vive en Estados Unidos, donde el problema es gravísimo. Y personalmente soy una dietera de toda la vida. Pensar en la comida, verla, tocarla, olerla, todo eso es muy importante para mí. Espero que en mi prosa se note esa pasión. Pero me interesó abordar otro tema que subyace, que es el sometimiento a una autoridad injusta y hasta qué punto un grupo humano está dispuesto a aceptar una autoridad sádica, someterse y hacerse cargo de sus órdenes, y hasta convertirse en uno de ellos.

-¿Cómo construyó el escenario de Las Espigas?

-Me costó mucho. No tuve una idea previamente, sino que a medida que iba necesitando los lugares iban apareciendo los edificios que hay en esta especie de campamento. Sabía que iba a necesitar las barracas donde viven los internados, el edificio de administración; apareció el pabellón de La Naranja Mecánica, donde se somete a los gordos a ciertas torturas beneficiosas para su dieta, y después necesité el pabellón de Tratamiento Personalizado, una especie de celda de reclusión.

-Parecen concentrarse allí varios métodos que en distintos tratamientos también aparecen.

-Sí, es una exacerbación; la idea es llevar la realidad hasta las últimas consecuencias, al último extremo, que es una forma de observarla. Hay muchos elementos que tomé de los tratamientos que se usan para adictos a las drogas y para los anoréxicos.

-Si se pudiera usar la relación con la comida como una puerta de entrada a una época cultural, ¿qué diría eso de nuestro presente?

-El ideal social de hoy es el gordo dietero, el que consume la mayor cantidad posible de comida y también de productos de laboratorio. El gordo dietero hace dieta hasta las 7 de la tarde y ahí se le cae la dieta. La industria alimenticia está lanzando cada vez más alimentos al mercado y los tiene que colocar. En los Estados Unidos, la industria alimentaria produce 3800 calorías por persona por día y hacen todos los esfuerzos posibles por venderlas. Hay una epidemia mundial de obesidad que afecta a los países desarrollados y también a los pobres. Atraviesa las clases sociales.

-¿Tuvo la intención de denunciar el negocio de las dietas?

-No pienso que haya ninguna voluntad del mal detrás del negocio de las dietas, sino que es parte de un engranaje social al que todos estamos sometidos.

-¿Cómo fue volver a la novela después de 10 años?

-Fue trabajoso. Escribir una novela es como meterse en un pantano: uno va avanzando y se va hundiendo, y de pronto estás en la mitad, muy lejos de la orilla de donde saliste, pero te falta un montón para llegar al otro lado y el barro te va llegando por la nariz. Le fui esquivando a la novela, pero se impuso y no me quedó más remedio.

 

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