Salud y alimentación | 11 MAR 07

Después del atracón

Una periodista de The New York Times relata su dramática experiencia con los atracones, un trastorno alimentario frecuente, aunque poco difundido. En primera persona, cuenta cómo hizo para darles batalla… y salir vencedora.

Fue en 1964, tenía 23 años y trabajaba en mi primer empleo, en un periódico en Miniápolis, a 2000 kilómetros de mi casa, en Nueva York. Mi vida amorosa era un desastre, mi trabajo era aburrido, mi jefe era un misógino. Y yo, educada para asociar el amor y la felicidad con la comida, recurrí a ella para obtener consuelo. Empecé a subir de peso. Si bien hacía dietas para tratar de bajar lo que había subido, al tiempo recaía y volvía a ganar todo lo que había perdido. Y algo más.

No pasó mucho tiempo para que me entrara la desesperación. Cuando me di cuenta de que no podía dejar de comer una vez que había empezado, decidí no comer durante el día. Después, al salir del trabajo y fuera de la vista de los demás, empezaba el atracón. Me enteré dónde estaban los pocos lugares familiares abiertos las 24 horas para recoger la dotación nocturna, camino a casa. Entonces, pasaba la noche comiendo sin parar, primero algo dulce, después algo salado, después otra vez lo dulce, y así sucesivamente. Un kilo de helado era sólo el comienzo. Era capaz de consumir tres mil calorías cada vez que me sentaba a comer. Muchas mañanas despertaba encontrando comida a medio masticar en mi boca.

Ese fue mi dramático debut con el “binge eating disorder” o “trastorno por atracones”, que según concluyeron especialistas de Harvard en un estudio publicado hace algunas semanas constituye el desorden alimentario más frecuente: lo sufre el 2,8% de los mortales, un porcentaje equivalente a casi el doble de la anorexia (0,6%) y la bulimia (1%) juntas.

Lo mío no fue nada fácil. Y, como se podría esperar, debido a que nunca me purgué (ni siquiera había oído hablar de eso entonces), fui engordando hasta que había subido una tercera parte más de mi peso, aun cuando realizaba actividades físicas. Mi desesperación era profunda, y una noche en medio de un atracón me volví suicida. Había perdido el control sobre mi forma de comer. Afortunadamente, todavía era lo suficientemente racional como para pedir ayuda, y a las dos de la mañana llamé a su casa a un psicólogo al que conocía. Su disposición para verme en la mañana me mantuvo toda la noche. Sólo hablar sobre mi conducta y enterarme de que no era yo la única persona con este problema me ayudó a aliviar la desesperación.

El programa inventado

No obstante, él no pudo ayudarme a dejar los atracones. Eso fue algo que tuve que hacer por mí misma.Y para entonces ya sabía que las dietas eran un desastre, algo que uno hace para dejarlo de hacer, sólo para volver a subir lo que ya se bajó. Así es que decidí que si iba a ser gorda, al menos iba a estar saludable. Con mi entonces limitado conocimiento de nutrición, me inventé un programa de alimentación: tres comidas sustanciales al día con un tentempié sano entre comidas si tenía hambre. No me permitía saltarme comidas. Vacié mi departamento de mis alimentos favoritos para los atracones, aunq

 

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