Centenares de millones de personas, principalmente en los países en desarrollo, se hallan discapacitadas debido a las enfermedades infecciosas. Algunas de ellas se pueden generar de manera repentina y repetida, creando trastornos debilitantes durante todo el año, haciendo que los niños no puedan asistir a la escuela e impidiendo a los adultos que trabajen o cuiden a sus hijos. Otros padecimientos provocan graves deformidades, cubren el cuerpo de llagas, mutilan los rasgos faciales, originan la pérdida de los dedos de las manos y los pies, y producen quemazón o hinchazones horribles de las extremidades y otras partes del cuerpo. Los individuos afectados no sólo sufren de dolores terribles y de discapacidades graves, sino que también son víctimas de estigmatización, vergüenza y angustia.
El efecto económico de los episodios repetidos de enfermedad y de la discapacidad a largo plazo es una causa importante del subdesarrollo actual de muchos países. Por sí solo, el paludismo ha costado a África miles de millones de dólares en el presente decenio. Además de los días de trabajo perdidos, el gasto derivado del tratamiento de los trastornos repetidos de paludismo puede suponer también una pesada carga para las familias más pobres. En Nigeria, se ha calculado que los agricultores de la economía de subsistencia gastan hasta 13% de los ingresos familiares totales en el tratamiento del paludismo.
El sarampión puede producir discapacidad grave en los niños que sobreviven a la enfermedad (ceguera, sordera, lesiones cerebrales y pulmonares, y disminución del crecimiento y el desarrollo). De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS
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