La esclerosis múltiple (EM) es una enfermedad inflamatoria desmielinizante crónica del sistema nervioso central. Es considerada como la enfermedad neurológica no traumática más prevalente y discapacitante que afecta a la población de adultos jóvenes y de mediana edad (Demaree et al., 2000).
La presencia de alteraciones cognitivas en EM ha sido descripta desde el siglo XIX, estimándose en la actualidad una frecuencia de disfunción cognitiva que oscila entre un 54 a un 65% en los pacientes que consultan en centros médicos y entre un 40 a un 45% en la población general que padece esta enfermedad (Rao et al., 1989; Rao et al., 1993). Las alteraciones cognitivas, sumadas a las alteraciones físicas, psicopatológicas y conductuales que caracterizan a esta patología afectan la salud, la calidad de vida y el bienestar de los pacientes especialmente en los años más productivos de sus vidas (Andrade et al., 2003).
Aunque los trastornos cognitivos en la EM son heterogéneos y no uniformes, ciertas funciones suelen estar frecuentemente afectadas. Los estudios indican compromiso de memoria, atención, velocidad de procesamiento de la información, funciones ejecutivas, habilidades visuoperceptivas y en menor medida lenguaje (Beatty et al., 1989a; Friend et al., 1999; Drake, Allegri y Carrá, 2002; Wilken et al., 2003; Birnboim y Miller, 2004; Achiron et al., 2005).
En particular, la declinación de la memoria es uno de los cambios cognitivos mas frecuentemente reportados en las investigaciones, describiéndose alteraciones en memoria episódica verbal (por déficits de codificación y/o de recuperación de información almacenada) y en memoria de trabajo (Caine et al., 1986; Rao, Leo y St. Aubin- Faubert, 1989; Grafman, Rao y Litvan, 1990; Kessler et al., 1992; DeLuca et al., 1998; Demaree et al., 2000; Drake, Carrá
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