Tribuna | 16 FEB 06

Adultos y adolescentes: reordenar el desorden

Ser adulto implica ocupar un lugar asimétrico con hijos y alumnos, sin caer en el autoritarismo sino en la responsabilidad.

Mariano Narodowski. Director del Area de Educación de la Universidad Torcuato Di Tella.

Qué hacer con los niños? ¿Como actuar frente a un adolescente? ¿Cómo poner normas en épocas en que la disciplina escolar se llama "convivencia"? ¿Cómo prevenir, ayudar, acompañar, educar o sancionar sin ser tildados de autócratas dictadores?

Los adultos de hoy nos hallamos frente a una encrucijada: si aceptamos las nuevas reglas de juego light, tememos por el futuro de los más jóvenes y si pretendemos volver a las viejas épocas (a gritar, a pegar, a amenazar, a vigilar y castigar), agitamos los fantasmas del pasado y damos pena.

Así, las librerías pueblan sus estantes con libros sobre "los hijos y los límites" y los psicólogos reciben en sus consultorios a pacientes que ya no se angustian por sus padres sino pos sus hijos. Algunas conceptos ya son de uso popular como "el miedo a los hijos" y desde las revistas hasta la televisión nos interrogan: "¿Es correcto que mi hijo salga el sábado después de media noche y regrese a casa para el almuerzo del domingo?", "¿Qué hacer con el hijo adolescente si se lo encuentra borracho?"

Hace unos cuarenta años, todo era diferente. Eran tiempos de antiautoritarismo y de experimentación acerca de las capacidades infantiles y adolescentes para decidir sobre su propio destino en la medida de sus posibilidades intelectuales y afectivas. Sobre la base de una divulgación poco rigurosa de la psicología del niño, se mostraba que la inteligencia humana en las primeras etapas de la vida no era una forma inferior respecto de la inteligencia de los adultos sino una modalidad específica de pensamiento y acción, con estructuras lógicas propias de la niñez y la pubertad. La psicología educacional postulaba que los educadores debían adaptar sus métodos de enseñanza a estas capacidades y no forzar a los alumnos a lo que no pudieran efectuar: se trataba de "comprender" y no de obligar.

La posición dominante de los medios de comunicación fue la de "re educar" la paternidad y la maternidad desde los cuidados que había que prodigar a los recién nacidos hasta hacer del castigo corporal un anatema, y de cualquier forma de sanción paterna una actividad necesaria pero sospechada de abusos y excesos. La pedagogía se preguntaba cómo transformar el formato escolar basado en la autoridad del docente por un formato al que todavía se denomina "participativo", en el que los niños no estuviesen atados al educador sólo por medio de relaciones de dominio o sumisión. El objetivo era la liberación de los niños y de los adolescentes.

La vieja a tradición postulaba que la relación entre adultos y niños o jóvenes debía ser asimétrica ya que unos y otros no eran equivalentes sino que ostentaban derechos y obligaciones muy diferentes. Los adultos debían amar, pero sobre todo educar y proteger a los menores, aún a costa de ser más severos que

 

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