Juan José MIllás | 15 DIC 05

El mapa de la fiebre

La fiebre, la vida, los años...

Comprendo que muchos médicos no te den la baja si no tienes fiebre: se trata del elemento emblemático de la enfermedad. Una dolencia sin fiebre es como un jardín sin flores o un matrimonio sin hijos. Ahora bien, las temperaturas altas se disfrutan más en la adolescencia que en la madurez, que es una época sombría en la que te fastidia todo lo que en la cama te impida leer novelas policíacas. De niño, llevas dentro de ti estas novelas, aun sin haberlas leído. Recuerdo muy bien las fiebres de antaño. Una vez que abandonaban la habitación el médico y mi madre, yo me volvía hacia la pared y con los párpados a media asta inventaba imágenes sobre las irregularidades de la pintura, donde dibujé mi futuro. Me veía inclinado sobre una mesa, escribiendo libros, en lugar de navegando por el Nilo. Ahora que escribo libros, cuando logro enfermar, que no es habitual porque tengo una mala salud de hierro, suelo buscarme en el techo, en vez de en la pared, y me veo con un sombrero de explorador, qué cosas.

Cada época tiene sus sueños, sus fantasmas. En cierto modo, podría decir que soy más adolescente ahora que entonces. Ya nunca busco mi futuro en las paredes, por ejemplo, porque el futuro es esto y me fastidia desperdiciar las enfermedades dándole vueltas a la hipoteca. La fiebre es un descanso, sobre todo en plural: las fie

 

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