Una tarde de diciembre pasado paseé por el hospital con Deborah Yokoe, una especialista en infectología y con Susan Marino, una médica en formación técnica. Ellas trabajan en la unidad de control de infecciones y su trabajo es evitar la diseminación de infecciones en el hospital. Tuvieron que lidiar con epidemias de influenza, la enfermedad de los Legionarios, una meningitis bacteriana fatal y una vez el año pasado con un caso que, según la biopsia de cerebro del paciente, pudo haber sido una enfermedad de Creutzfeld-Jacob, una pesadilla porque los procedimientos de rutina de esterilización del instrumental de neurocirugía utilizado no hubieran evitado la transmisión de la infección a otros pacientes. Yokoe y Marino vieron sarampión, la fiebre del Nilo y la tularemia (que es muy contagiosa en los laboratorios de los hospitales). Una vez rastrearon un brote de hepatitis A y encontraron el foco en unos helados. Recientemente hubo en el hospital un rotavirus, una klebsiella multirresistente y, como es habitual en los hospitales, un Staphylococcus aureus meticilino-resistente y un enterococo resistente a la vancomicina.
Sin embargo, me contaban que lo más difícil de su trabajo no era la variedad de gérmenes contagiosos o los miedos del personal a infectarse, ni siquiera la prensa que puede causar pánico en la población. Lo más difícil es conseguir que los médicos hagan lo único que puede limitar la dispersión de una infección: lavarse las manos.
Probaron de todas las maneras: pusieron carteles, reubicaron las canillas, colocaron nuevas canillas e incluso algunas las hicieron automáticas.
Sin embargo, las estadísticas de Yokoe y Marino muestran lo mismo que todos los trabajos: nos lavamos las manos entre un tercio a la mitad de lo que debiéramos. Luego de un apretón de manos con un paciente con secreciones o de sacar un clavo de una herida sucia o de colocar el estetoscopio en un pecho transpirado, la mayoría no nos lavamos las manos. Seguimos y vemos al próximo paciente o escribimos la historia clínica o nos comemos un sándwich.
Esto no es nada nuevo. El último libro de She
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