Sus posibles implicancias terapéuticas. | 15 DIC 14

Dualismo y monismo en la concepción filosófica de médicos

¿Creen los médicos que mente y cuerpo están unidas de manera indisoluble? ¿Cuántos creen en Dios o en el alma inmaterial? ¿Qué implicancias podrían tener estas creencias en la práctica clínica? Una investigación original de IntraMed.

Introducción

El dualismo

La idea filosófica más arraigada en todas las culturas humanas es el dualismo psicofísico o psiconeural. Es la tesis que afirma que las mentes (espíritus, almas) son entes que responden a otras leyes distintas de las naturales, las cuales rigen por diferencia a aquellas entidades carentes de alma. Para el dualismo, las mentes o almas “ocupan” los cuerpos y pueden existir independientemente de éstos, precepto que a su vez le da sustento a la idea religiosa de la posibilidad de una trascendencia de la mente-alma más allá de la “vida física orgánica”.

Se acepta que los orígenes del dualismo en nuestra cultura se remontan a los de la filosofía griega (Platón) y ha sido incorporado a la mayoría de las religiones. Más tarde, Descartes consolidó el dualismo en términos epistemológicos a través de la dicotomía mente/ cuerpo al asignar lo concerniente al cuerpo a la ciencia y lo relativo al alma a la teología y a la filosofía.

Aunque las personas pueden cambiar su punto de vista filosófico a lo largo de sus  vidas, el dualismo es considerado como un precepto filosófico de “sentido común” y universal. Incluso se ha propuesto que podría ser una consecuencia de adquisiciones evolutivas del cerebro humano en relación a la cognición social (Bloom,2004, 2007), lo que explicaría su preeminencia aún en tribus aisladas culturalmente de occidente y presentarse en forma rudimentaria en niños (Lillard, 1996; Kuhlmeier y cols., 2004).

El monismo

Por el contrario, el monismo psiconeural o “materialismo” considera que el ser humano es una única realidad con base material, negando la existencia de la mente como una entidad distinta del cerebro-cuerpo considerando a los fenómenos psíquicos, incluidas la conciencia y las experiencias afectivas como una propiedad emergente del sistema nervioso central.

El monismo entiende que la mente-conciencia debe ser explicada y ajustarse en sus capacidades a las mismas leyes que explican el resto de la vida orgánica. El monismo es tanto una consecuencia como uno de los fundamentos del pensamiento científico. Si bien esta base filosófica ha adquirido mayor vigor en la medida en que la ciencia viene refutando las bases experienciales y teóricas del dualismo, actualmente sigue siendo una concepción filosófica restringida a un número minoritario de personas.

A pesar de la trascendencia y de la universalidad que tiene esta discusión filosófica, solo recientemente está siendo objeto de la investigación científica relegándose en cambio a la filosofía. La falta de investigación se hace aún más importante respecto de cuáles son las posibles implicancias que un basamento dualista o monista podrían determinar en las conductas sociales e individuales, el juzgamiento ético y la toma de decisiones.

Una investigación reciente encontró que la posición respecto de la dicotomía dualismo-monismo podría influenciar la salud de las personas. Forstmann y cols (2012) encontraron en una serie de experimentos que las personas que se definían como “dualistas” tendían a tener conductas de cuidado de su salud más negligentes que aquellas que se definían como  monistas.

En línea con este descubrimiento, desde hace más de 30 años se han implementado intervenciones psicológicas destinadas al manejo de enfermedades psiquiátricas crónicas como la esquizofrenia y el trastorno bipolar que, a través de aportar una perspectiva médica-monista de estos padecimientos, han demostrado ser enormemente eficaces en generar un mejor control de estas enfermedades (Sttafors & Colom, 2013).

Teniendo en cuenta estos antecedentes, resulta especialmente importante explorar cuáles son las posibles implicancias de estas posiciones filosóficas en los profesionales de la medicina. En este colectivo profesional sus fundamentos filosóficos no solo afectan o dan sentido a sus vidas personales sino que también afectan las de sus pacientes al configurar el modo en que entienden a las enfermedades y a las tecnologías que administran. Como en otros órdenes de la vida, el ejercicio de la medicina supone una serie de concepciones previas –conscientes o implícitas- que proceden de la cultura y que configuran las modalidades de apropiación del conocimiento científico.

La práctica de la medicina pone en escena aquellas concepciones que organizan lo real mediante categorías, postulados, creencias y valores. Tal como afirma el profesor Mario Bunge (2012): “Aunque un médico pretenda que la filosofía le aburre, de hecho filosofa todo el día. En efecto, cuando razona bien practica la lógica; cuando da por descontado que los pacientes, enfermeras y farmacias existen fuera de su conciencia, practica el realismo ingenuo; cuando supone que también los genes y los virus son reales aun cuando no se los perciba, adopta el realismo científico; cuando rechaza la hipótesis de que las enfermedades son de índole y origen espirituales, suscribe una concepción naturalista del mundo; y cuando presta su ayuda aun sin tener la seguridad de cobrar, practica una filosofía moral humanista. En resumen, el médico filosofa aun sin saberlo”.

Conocer el modo en que los profesionales de la medicina se posicionan frente al dualismo-monismo es una necesidad aún más urgente en la actualidad ya que en medicina este debate ha dejado el terreno especulativo para desarrollarse en situaciones clínicas concretas.

La creciente aplicación cotidiana de conocimientos y tecnologías terapéuticas sustentadas en concepciones monistas discute al dualismo tanto a nivel teórico como a nivel subjetivo-experiencial. Si bien desde los orígenes de la medicina se contó con terapias con efectos psicotrópicos que generaban modificaciones a nivel psicológico-subjetivo, las mismas eran administradas sin poner en discusión a las diversas variantes del dualismo. En la mayoría de los casos el recurso argumentativo consistía en atribuirles un carácter mágico o espiritual a dichos tratamientos o en “explicarlos” como un puente entre el mundo físico y el mundo espiritual, conservando así en armonía sus concepciones (Schultes y Hofmann, 2000).

En contraste con ello, a partir de la segunda mitad del siglo XX se produjo una fuerte aceleración en el desarrollo de tratamientos médicos surgidos de las recientemente desarrolladas neurociencias clínicas. Psicofármacos que tratan enfermedades como la depresión y el Parkinson, psicoterapias específicas para el tratamiento de la ansiedad o las disfunciones del habla, neurocirugías hasta hace poco tiempo inimaginables, son solo algunas de las terapéuticas que mejoraron significativamente la vida de millones de personas afectadas por enfermedades neuropsiquiátricas pero que, al mismo tiempo, por su propia efectividad, comenzaron a exponer cotidianamente y en la práctica, el paradigma filosófico bajo el cual fueron creadas.

Como consecuencia, cada vez con mayor frecuencia, médicos y pacientes deben tomar decisiones críticas en situaciones en donde la medicina nos confronta con condiciones de vida, muerte y subjetividad que hasta hace pocos años eran solo posibles en la teoría o en la imaginación pero que en la actualidad constituyen escenarios clínicos cotidianos en los que se toman decisiones que ponen en juego estas dos disímiles bases filosóficas.

 

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