El famoso escritor sueco cuenta su experiencia con el cáncer | 10 MAR 14

Henning Mankell en primera persona

Mankell se enfrenta al cáncer que le ha sido diagnosticado con una valentía fuera de lo común: ha decidido contar, «desde la perspectiva de la vida», cómo libra su lucha contra la enfermedad.
Fuente: IntraMed 

Desde enero de 2014, tal como informó la prensa internacional, el escritor sueco Henning Mankell se enfrenta al cáncer que le ha sido diagnosticado con una valentía fuera de lo común: ha decidido contar, «desde la perspectiva de la vida», cómo libra su lucha contra la enfermedad, y lo hace en unas crónicas que publica en su página web oficial y que ofreceremos puntualmente a sus muchos seguidores.

29 de enero de 2014
 
Hace un par de semanas viajé a Estocolmo para ver a un traumatólogo que me había tratado anteriormente. Acudí con un diagnóstico de hernia discal dolorosa en el cuello, pero al día siguiente volví a Gotemburgo con un diagnóstico de cáncer grave. 

No guardo ningún recuerdo en particular del viaje de vuelta a Gotemburgo, salvo la intensa gratitud que sentí porque mi mujer, Eva, estaba conmigo.
Al cabo de unos días, en el centro para enfermedades pulmonares del Hospital Universitario de Sahlgrenska, me lo dejaron bien claro: era grave. Tenía un tumor en la parte posterior del cuello y otro en el pulmón izquierdo. El cáncer también podría haberse extendido a otras partes del cuerpo. Ahora me estoy sometiendo a las últimas pruebas antes de que se decida qué tratamientos voy a recibir.

Mi ansiedad es muy profunda, aunque por lo general consigo mantenerla a raya. Desde el principio quise escribir acerca de lo que me sucede. He decidido contarlo tal y como es. Sin embargo, lo haré desde la perspectiva de la vida, no de la muerte. Lo publicaré ahora aquí y después en el periódico sueco Göteborgs-Posten.

Empiezo ahora. Acabo de empezar.
 
Henning Mankell

14 de febrero de 2014
 
Después de que, a principios de enero, me diagnosticaran un cáncer, durante diez días sufrí un descenso a los infiernos. Recuerdo ese periodo como una neblina, un demoledor escalofrío mental que de vez en cuando se transmutaba en fiebre imaginaria. Momentos de desesperación breves y nítidos, acompañados de toda la resistencia que mi voluntad podía ofrecer. Al mirar atrás, lo veo como una interminable pesadilla que me acosaba constantemente, mientras dormía y mientras estaba despierto. Entonces comencé a salir del agujero, y creo que ahora vuelvo a salir a la superficie. 

Nací en los años cuarenta, por lo que pertenezco a una generación que asocia automáticamente el cáncer con la muerte. Pese a saber, como saben otros, que la investigación oncológica ha avanzado de modo asombroso en los últimos cincuenta años y que el cáncer ya no conduce a un final inevitable, es evidente que esa vieja creencia continúa viva en mi interior.

Trato de compensar mi falta de conocimientos leyendo todo lo que cae en mis manos sobre el tema y, muy especialmente, escuchando a los médicos y al personal sanitario con los que me encuentro en el hospital universitario Sahlgrenska de Gotemburgo. 

Un día Eva, mi mujer, me dijo: «Deberías escribir acerca de la espera. Los diagnósticos de cáncer y los tratamientos oncológicos implican esperar, algo que resulta muy difícil para todos los afectados». 

Eva tiene razón, por supuesto. Pero hay un aspecto de la espera que me parece fundamental, relacionado con los análisis exhaustivos que médicos, patólogos y otros profesionales llevan a cabo para determinar con precisión la clase de tumores que padezco y los tratamientos que podrían ser más eficaces para combatirlos.

V., una neumóloga que ya desempeñaba su profesión hace veinte años, me explica que, en comparación con los fármacos citotóxicos disponibles en la actualidad, los cuales pueden diseñarse más o menos a medida para tratar tumores específicos, veinte años atrás los pacientes tenían que soportar auténticos raticidas. 

Esta espera es dura, a veces insoportable, pero nadie puede hacer nada al respecto. Se trata de una espera inevitable, siempre que no se produzcan atascos que entorpezcan el proceso diagnóstico de forma innecesaria. Como es natural, al esperar uno se siente totalmente indefenso. 

 

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